sábado, 5 de marzo de 2011

HADO, DESTINO, PROVIDENCIA, EN SÉNECA

HADO, DESTINO, PROVIDENCIA, EN SÉNECA.[1]

La preocupación por el influjo de los hados o del destino en la vida de los hombres ha existido siempre y aún perdura entre determinados individuos, grupos y religiones.
Por Hado se entiende una fuerza supuesta y desconocida que obra irremisiblemente sobre los hombres y los sucesos e incluso los mismos dioses. A veces se personaliza como cuando se lee en escritos antiguos “los hados forzaron su caída” y similares. “¿Qué entiendes por Hado? –pregunta Séneca y responde- Yo pienso que es la necesidad de toda cosa y de toda acción que fuerza alguna puede neutralizar. Si te imaginas que se la hace cambiar con sacrificios o con la inmolación de una cordera blanca como el campo de la nieve, no sabes lo que son las cosas divinas”[2]. El hado no es “otra cosa que la sucesión ordenada de las causas, de la cual todas las otras proceden”[3]; “él es de quien dependen todas las cosas, él es la causa de las cosas”[4]
Por Destino, en la religión romana expresaba lo decidido por la Divinidad; identificado frecuentemente con el Hado. Los sumerios opinaban que el Destino se iniciaba en los cielos, eran las reglas físicas y astronómicas que marcaban los rumbos eternos desde el principio, sin que nada pudiera interrumpìr su marcha ni la dependencia existente entre ellas. Para los comentaristas bíblicos, la diferencia entre ambos conceptos radicaba en que los destinos eran predeterminados, inalterables, mientras que los hados podían verse afectados por las decisiones humanas, se podían alterar; si bien Yahweh controlaba a ambos.
En Roma, además de estas inquietudes, padecían la del azar[5]. Séneca rechaza enérgicamente a éste, porque va contra su convicción de un Dios providente, ordenador y bueno sobre todas las cosas. En Naturales Quaestiones, juzga “tan grande el error que ofusca a los mortales que este mundo incomparable de hermosura, de orden, de conformidad con el plan divino, júzganle los hombres fortuito, voluble, al antojo del azar y por ende tumultuoso”[6].
En relación con el fatalismo del Destino y la influencia positiva o negativa del Hado o de los hados, nos expone en el prefacio de las Naturales Quaestiones su intención:
“Yo tributo una acción de gracias muy rendida a la Naturaleza… cuando consigo adentrarme en sus intimidades, cuando aprendo cual sea la materia del Universo, quién es su autor y su custodio; que es Dios… Si le es hacedero aún hoy tomar nuevas decisiones y mellar en algún punto la inflexible rigidez de los hados o si es una mengua de su majestad y una confesión de su error haber hecho alguna cosa susceptible de enmendarse, puesto que es fuerza que continúe contentándole lo mismo, puesto que nada que sea lo mejor puede contentarle… Si no me diere acceso a estas verdades augustas no merecía la pena de nacer”[7]
Tres cuestiones, pues. Una, qué es Dios. Segunda, qué es el Destino y qué el Hado. Tercera, aunque implícita, la libertad del hombre.
A la primera: “¿Qué es Dios? El todo que ves y el todo que no ves. De esta manera, en efecto, se le devuelve toda su grandeza connatural, que es la mayor que pensarse pueda, si él solo es todas las cosas, si mantiene su propia obra por dentro y por fuera”[8].
Por tanto, omnipresente, inmanente al mundo, lo penetra todo; posee la mayor grandeza que se pueda imaginar; es el hacedor de todas las cosas, que las mantiene, sigue manteniendo, en su ser por dentro y por fuera; o sea, trasciende a ese mundo, le supera.
Y en De beneficiis: “Qué otra cosa –dice- es la Naturaleza sino Dios y la razón divina que penetra el mundo todo y sus partes? Todas las veces que quisieres te es lícito cambiar el nombre del autor de nuestros bienes; y le darás un nombre legítimo, tanto si le llamas Júpiter Óptimo Máximo, como si le llamas Tonante o Estátor… Y si a este mismo le llamares Hado, tampoco mentirás; porque como el Hado no sea otra cosa que la sucesión eslabonada de las causas, él es la primera de las causas, de la cual todas las otras proceden”[9]. Naturaleza, Hado e incluso Fortuna “todos son nombres de un mismo Dios en uso de su poder de varias maneras”[10].
Más explícito en las Naturales Quaestiones, “conciben –los antiguos- al mismo Júpiter como lo concebimos nosotros, rector y custodio del Universo, alma y espíritu del mundo, señor y autor de la creación (operis huius dominum et artificem, dice el original latino), a quien conviene todo nombre. Si quieres llamarlo Hado, no errarás; él es de quien dependen todas las cosas¸ él es la causa de las causas. Quieres llamarle Providencia, muy bien dirás, porque su sabiduría provee a todas las necesidades de este mundo para que marche sin tropiezo y desempeñe todas sus funciones. Si quieres llamarlo Naturaleza no pecarás. El es de quien todas las cosas nacieron, de cuyo aliento vivimos. Si quieres llamarle Mundo, no te engañarás, pues que él mismo es todo esto que ves, inmanente en todas sus partes, manteniéndose por sí mismo y manteniendo sus cosas”[11].
Dios uno y Providente frente al Hado, el Destino o la pluralidad de dioses de los romanos. Dios inmanente al mundo y al par trascendente, que provee todas sus necesidades, para que marche según lo por él preceptuado y dispuesto, ya que es el supremo ordenador, la primerísima causa, la Mente del Universo. Es Providencia. Al ser eterno dio esas disposiciones o decretos desde el principio y al ser sumamente sabio no pudo equivocarse. Por ello, ni puede cambiar, ni arrepentirse de lo que hizo. En este sentido, Dios es la suma necesidad, sus leyes son tan necesarias e infalibles colmo él A esto llamamos Destino.
Quizás lo más destacable y original sea esta idea de la Providencia que, en el libro de ese título, presenta a Dios como un buen padre, que se preocupa de todas nuestras necesidades y nos conduce por el camino de la virtud. Páginas bellísimas.
“El mismo artífice y gobernador del Universo escribió ciertamente los decretos del Destino; pero él empezó a seguirlos: obedece siempre lo que una vez mandó”[12]. “No por ello es menos libre y poderoso, puesto que él mismo es su propia necesidad”[13]. Y lo es por razón de su sabiduría suprema: “Vosotros mismos decís –replica Séneca cuando define qué son Hado y Destino- que no puede mudarse la decisión del varón sabio; cuánto menos la de Dios, puesto que el sabio conoce solo lo que en un momento dado es lo mejor, mientras que todo está presente a la Divinidad”[14]
Respecto a la tercera cuestión, recordemos, la libertad humana, aquí viene la solución estoica: “No sufro coacción, ni violencia –dice Séneca- ni soy mandado por Dios; sino que me conformo con él, tanto más cuanto que sé que todas las cosas se rigen por una ley infalible y eterna. El Hado nos lleva, y todo cuanto la vida tiene reservado a cada uno, determinado quedó ya en el punto mismo del nacer. Una causa depende de otra causa y el orden eterno de las cosas determina el curso de los negocios privados y de los públicos. Por esto se ha de soportar todo con entereza, porque no es por azar, como creemos, sino por orden, como se encadenan todos los sucesos”[15].
“¿Cuál es el deber del hombre virtuoso? Abandonarse al Destino”[16], responde nuestro filósofo. Natural, ya que el Destino no es sino el decreto predeterminante de Dios que se realiza o efectúa necesaria e irrevocablemente.
Han pasado dos mil años y en las religiones al parecer más perfectas o espirituales, ante los problemas que acuciaban a Séneca, se suelen dar respuestas muy parecidas: resignación, acatar la voluntad de Dios, abandonarse en sus brazos, estaba escrito y similares. Eso cuando no se sigue aún acudiendo a “era su destino”. El prodigio está en que lo idearon hombres como Séneca a la sola luz de la razón. ¿Sería el “búscate en ti mismo” de Sócrates cuatrocientos años antes?
El problema de la libertad humana no está así resuelto. Filósofos y teólogos de la Edad Media, del Renacimiento y de la Modernidad han debatido y siguen debatiendo esto en vano. No hay acuerdo. No hay claridad. No hay evidencia. ¿No será que yerran en su enfoque de la Divinidad?
Una objeción se le presentaba a Séneca: Si el Hado o Destino se cumple inexorablemente, entonces ¿para qué los votos u oraciones? ¿para qué el arúspice? ¿de qué sirven los ritos de expiación y de procuración?
Comienza Séneca su respuesta afirmando más tajantemente todavía la irrevocabilidad del Destino: “ninguna plegaria les conmueve –a los hados-; no sabe torcerles ni la misericordia ni el favor. Entrados en su curso irrevocable discurren en conformidad con el orden prefijado… el orden del Destino va rodando arrastrado por el encadenamiento eterno de las cosas, cuya primera ley es la observancia de este decreto”[17]. Mas a continuación afirma que “nosotros también pensamos que son útiles los votos sin mengua de la fuerza y del poderío de los “hados”[18].
La solución es muy simplista: “Algunas de las disposiciones de los dioses quedaron de tal manera en suspenso que se trocaron en bien si se dirigieron preces a los dioses, si se formularon votos; así que esta mudanza no va contra el hado, sino que está comprendida en el hado. Se nos dice: ‘una cosa ha de ser o no ser; si ha de ser, se hará; si no ha de ser, por más votos que formules, no se hará’. Este dilema es falso porque olvidas una alternativa intermedia: tal cosa ha de ser a condición de que se formulen votos… ¿Es conforme al Destino que en todo caso se formulen votos? Bien, estos votos se formularán”[19]. “Siendo fijo el orden del Destino, las expiaciones y las procuraciones alejan los peligros que nos amagan, porque no pugnan con el Hado tales prácticas, sino que están comprendidas en la ley del Hado. ‘¿De qué me sirve, pues, el arúspice?’ … Te sirve en cuanto está al servicio del Destino. Si nosotros debemos la salud al Destino, también se la debemos al médico, porque por sus manos llegó a nosotros el beneficio del Hado”[20].
Queda sin resolver el interrogante perpetuo en todas las religiones: conciliar la libertad humana con el Destino o Predeterminación / Predestinación Divina. ¿O será acaso que tal Pre, Hado o Destino son invento humano, ya que somos nosotros quienes, con nuestra libertad, forjamos nuestro “camino”, bajo la Providencia? “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, dijo el poeta[21].

Tomás Montull Calvo.
Lr. y Lic. en S. Teología. Doctor en Filosofía.
[1] Lucio Anneo Séneca o Séneca el Joven, nació en Córdoba hacia el año 4 antes de Cristo y se suicidó el año 65 por orden del emperador Nerón, del que había sido maestro y tutor. Fue senador y cónsul. Filósofo estoico en su vertiente moral y religiosa. Muy valorado en su tiempo y después entre los pensadores del Humanismo: Erasmo de Rotterdam, Calvino, Juan Luis Vives, Tomás Moro, Montaigne, etc.
2. Cuestiones Naturales, lib. II, c.36. En LUCIO ANNEO SÉNECA. Obras completas. Aguilar, Madrid, 1957, p.817.
3. De los beneficios, lib. V, c.7. O. c., p.357.
4. Cuestiones Naturales, lib. II, c. 45. O.c., p. 820.
5.. Casualidad, caso fortuito.
6. Cuestiones Naturales, lib. II, c. 37. O.c., p. 817.
7. Ibid., lib. I, pref. O.c., p.783
8. Ibid, l. II, c. 37. O.c., p.817.

[9] Lib.V, c.7; en edic. cit. Obras Completas, p. 357.
[10] Ibid, lib. V, c. 8; p. 358.
[11] Cuest. Nat., o.c., lib. II, cap. 45; p. 820.
[12] De la Providencia, c. V. O.c., p. 184.
[13] Cuestiones Naturales, lib. I, pref. O.c., p. 783.
[14] Ibid., lib. II, c. 36. O.c., p. 817.
[15] De la providencia, c. V. O.c., p. 183.
[16] Ibid., c. V. O.c.,p. 184..
[17] Cuest. Nat., l. II, c. 35. O..c.,p. 817.
[18] Ibid.
[19] Ibid., lib,. II, c. 37.
[20] Ibid., c. 38, p. 818.
[21] ANTONIO MACHADO, Poesías completas, Espasa Calpe, 1996; XXIX, p.239.

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