sábado, 5 de marzo de 2011

cONCIENCIA MORAL: NORMA INDIVIDUAL DE CONDUCTA

CONCIENCIA MORAL: NORMA INDIVIDUAL DE CONDUCTA.

No se extrañen los católicos. No es herejía. Desde los comienzos del Cristianismo, como vamos a ver, ha habido unanimidad entre los teólogos en afirmar que la conciencia moral es la norma, la regla divina de conducta personal o individual. Con otras palabras, que no se puede ir en contra de lo que nuestra conciencia nos dicte en cada caso concreto o particular; que no nos es válido, ni lícito obrar contra ella por obedecer la autoridad de papas, concilios, obispos, gobiernos, filósofos o teólogos.
Los teólogos católicos la definen como “dictamen o juicio del entendimiento práctico que afirma en (un caso) particular si es lícito o ilícito, y por ello que ha de ser puesto (o puede ponerse) u omitido por nosotros”[1].
Y a continuación afirman que “La conciencia es la regla próxima y subjetiva de los actos humanos, que obliga no por sí misma sino en virtud de precepto divino, porque aplica la regla objetiva y remota o la ley al caso particular en orden a la actividad del sujeto… Por donde se concluye que la conciencia es la intimación y como promulgación de la ley en cuanto al acto que se ha de realizar”.[2]
Regla próxima y subjetiva quiere decir que es la regla o norma práctica que ha de guiar a cada sujeto o individuo particular en su conducta o forma de actuar en los casos concretos. Esa es la norma para ese sujeto y no rige para otros. Cada uno tiene su conciencia y cada uno ha de enfocar su conducta por lo que ella le dicte.
Que obliga “en virtud de precepto divino” significa que no es por disposición de una u otra autoridad, por algún convenio humano o cualquier otro motivo, sino porque así está ordenado en la propia ley de Dios, que la crea como singular y próxima (= primera, por encima de las demás) norma de conducta de su poseedor.
Esto lo tenían clarísimo los teólogos de la Edad Media. Así, San Buenaventura (años 1221-1274), nos dice que “la conciencia es como el pregonero de Dios y su mensajero; y lo que dice, no lo manda por sí misma, sino que lo manda, como algo de Dios… y por eso tiene la fuerza de obligar”[3].
Por su parte, Santo Tomás de Aquino (1220-1274), el gran Doctor Angélico, dice que “como quiera que la conciencia no es sino la aplicación del conocimiento (de una ley) al acto, consta que la conciencia dícese que obliga en virtud de precepto divino”[4]. O sea, que está por encima de todo precepto o mandato humano y que por eso hay que seguir a aquella antes que a éste, si se le opone. Así lo leemos en el teólogo moral ya citado, Merkelbach, “se sigue que la conciencia obliga más que el precepto del superior humano”[5].
Más adelante, apoyándose en Santo Tomás, “La conciencia no obliga sino en virtud de precepto (mandamiento) divino… Luego cuando el precepto (mandato, orden) divino obligue contra el precepto del prelado, y obligue más que el precepto del prelado, la obligación de conciencia será mayor que la obligación del precepto del prelado, así la conciencia obligará contra el precepto dado por el prelado”[6]
Y es que para la Teología Moral, “la conciencia de tal modo es la regla de los actos humanos que nunca es lícito que obremos contra ella, tanto si ordena como si prohíbe”[7]. El apóstol San Pablo escribió que “todo lo que no es según conciencia, es pecado”[8].
Aún más, el Concilio Vaticano II en su declaración Dignitatis humanae (De la dignidad humana), en su punto 3, dice: “El hombre percibe y reconoce por medio de su conciencia los dictámenes de la ley divina; conciencia que tiene obligación de seguir fielmente , en toda su actividad, para llegar a Dios, que es su fin. Por tanto, no se le puede forzar a obrar contra su conciencia. Ni tampoco se le puede impedir que obre según conciencia”. En Gaudium et spes (Gozo y esperanza), punto 17, declara que “la dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección”.
Joseph Ratzinger, el actual Papa, inmediatamente antes de la Encíclica Humanae Vitae, 1968, escribía: “Aún por encima del Papa, como expresión vinculante de la autoridad eclesiástica, se halla la propia conciencia, a la que hay que obedecer la primera, si fuera preciso incluso en contra de lo que diga la autoridad eclesiástica. En esta determinación del individuo, que encuentra en la conciencia la instancia suprema y última, libre en último término frente a las pretensiones de cualquier comunidad externa, incluida la Iglesia oficial, se halla a la vez el antídoto de cualquier totalitarismo en ciernes y la verdadera obediencia eclesial se zafa de cualquier tentación totalitaria, que no podría aceptar, enfrentada con su voluntad de poder, esa clase de vinculación última”[9].
Mientras era profesor de Teología en Bonn, sobre el Santo Oficio (Inquisición), del que luego fue Prefecto, escribió: “Escándalo intencionado y por tanto culpable es que, con el pretexto de defender los derechos de Dios, se defienda sólo una situación social determinada y las posiciones de poder en ella conseguidas. Escándalo secundario intencionado y por tanto culpable es que, con el pretexto de defender la inmutabilidad de la fe, no se defienda nada más que el propio estancamiento. Escándalo secundario intencionado y por tanto culpable es que, con el pretexto de proteger la integridad de la verdad, se eternicen opiniones académicas que en un momento se impusieron como cosa natural, pero que ahora llevan tiempo necesitando ser revisadas y que vuelva a plantearse cuáles son ahora las verdaderas exigencias de lo originario. Pero lo peligroso es que este escándalo secundario intencionado constantemente se confunde con el escándalo primario (el Evangelio mismo) y con ello lo hace inaccesible, ocultando la pretensión específicamente cristiana y su gravedad tras las pretensiones de sus mensajeros”[10].
Sin comentarios. Demasiado claro. Revisemos nuestro pasado, lo que nos predicaron, todo aquello que nos hizo sufrir en vano y juzguémoslo en función de cuanto venimos exponiendo y en especial a la luz de estas graves y tajantes afirmaciones del teólogo Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI.
Ante la objeción de que todo lo dicho es únicamente válido para la llamada “conciencia recta” (que no saben lo que es), pero no cuando es errónea, los teólogos morales responden: “La conciencia invenciblemente errónea es accidentalmente regla de actuación”[11]. O sea, que cada individuo ha de atenerse al dictamen de su conciencia, aun cuando ignore que es errónea. No la confundamos con la maliciosa o farisaica, que se inventa una idea o principio de raza, religión, patria, sociedad, economía o similar para justificar guerras, asesinatos, injusticias y corrupciones, como vemos a diario y como el teólogo Ratzinger critica.
Y ¿qué es la conciencia recta? ¿Acaso la de los jerifaltes de la llamada Santa Inquisición cuando torturaban para hacer confesar herejías o brujerías que condenaban a la muerte en la hoguera? ¿Era conciencia recta? El Papa que pidió perdón dijo que no. O los de ese Santo Oficio que metió en el Índice de libros prohibidos a grandes pensadores como Descartes, Spinoza, Kant, Hegel, Bergson por el solo delito, a mi parecer, de no entender su lenguaje filosófico moderno. O del actual (bajo otro nombre) que prohíbe la docencia y la publicación de temas que sólo ellos consideran “peligrosos” para la fe.
Tras el último Concilio se reformaron muchas Constituciones de religiosos y principalmente de religiosas, porque muchas de sus prohibiciones y usos se enfrentaban directamente con la caridad. Y, sin embargo, sus fundadores pensaron obrar con “conciencia recta” al imponer aquellas reglas. Estaba en la moral y en el ambiente de su tiempo. Olvidaron que para el cristiano la norma suprema de la que se derivan todas las demás es la del “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que estos” dijo el Señor[12]. San Pablo comenta: “Lo de no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: amarás al prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud”[13].
¿Qué hacer entonces con las recomendaciones eclesiásticas? Respeto y acatamiento si no van contra nuestra conciencia. Relean las palabras arriba expuestas del teólogo Ratzinger.

Tomás Montull Calvo
Lr. Y Lic. en S. Teología. Doctor en Filosofía.

[1] “Dictum seu iudicium intellectus practici affirmantis actum in particulari esse licitum vel illicitum, et ideo ponendum (vel poni posse) aut omittendum a nobis”. BENEDICTUS HENRICUS MERKELBACH, O.P. Summa Theologia Moralis, t.I, Desclé de Brouwer, Bruges, 1949; pág. 18i9, nº 201.
[2] MERKELBACH, o.c, pág. 191, nº 203.
[3] II Sent., d.39, a.1, q.3.
[4] “Unde cum conscientia nihil aliud sit quam applicatio notitiae ad actum, constat quod conscientia ligare dicitur vi praecepti divini”, Qd. deVeritate. 17, a.3.
[5] O.c., nº 203.
[6] Ibid., a.5.
[7] MERKELBACH, o.c., nº 205.
[8] Romanos XIV, 23.
[9] Cf. HANS KÜNG: Libertad conquistada. Memorias. Edit. Trotta, Madrid, 2003, pág. 568.
[10] El nuevo pueblo de Dios, 1969, pp. 302-321, citado por HANS KÜNG EN LA O. CIT., P. 487.
[11] “Conscientia invincibiliter erronea est per accidens regula agendi”.MERKELBACH, o.c., nº 208.
[12] Marcos 12, 29-31.
[13] Romanos 13, 8-10.

No hay comentarios:

Publicar un comentario