HADO, DESTINO, PROVIDENCIA, EN SÉNECA.[1]
La preocupación por el influjo de los hados o del destino en la vida de los hombres ha existido siempre y aún perdura entre determinados individuos, grupos y religiones.
Por Hado se entiende una fuerza supuesta y desconocida que obra irremisiblemente sobre los hombres y los sucesos e incluso los mismos dioses. A veces se personaliza como cuando se lee en escritos antiguos “los hados forzaron su caída” y similares. “¿Qué entiendes por Hado? –pregunta Séneca y responde- Yo pienso que es la necesidad de toda cosa y de toda acción que fuerza alguna puede neutralizar. Si te imaginas que se la hace cambiar con sacrificios o con la inmolación de una cordera blanca como el campo de la nieve, no sabes lo que son las cosas divinas”[2]. El hado no es “otra cosa que la sucesión ordenada de las causas, de la cual todas las otras proceden”[3]; “él es de quien dependen todas las cosas, él es la causa de las cosas”[4]
Por Destino, en la religión romana expresaba lo decidido por la Divinidad; identificado frecuentemente con el Hado. Los sumerios opinaban que el Destino se iniciaba en los cielos, eran las reglas físicas y astronómicas que marcaban los rumbos eternos desde el principio, sin que nada pudiera interrumpìr su marcha ni la dependencia existente entre ellas. Para los comentaristas bíblicos, la diferencia entre ambos conceptos radicaba en que los destinos eran predeterminados, inalterables, mientras que los hados podían verse afectados por las decisiones humanas, se podían alterar; si bien Yahweh controlaba a ambos.
En Roma, además de estas inquietudes, padecían la del azar[5]. Séneca rechaza enérgicamente a éste, porque va contra su convicción de un Dios providente, ordenador y bueno sobre todas las cosas. En Naturales Quaestiones, juzga “tan grande el error que ofusca a los mortales que este mundo incomparable de hermosura, de orden, de conformidad con el plan divino, júzganle los hombres fortuito, voluble, al antojo del azar y por ende tumultuoso”[6].
En relación con el fatalismo del Destino y la influencia positiva o negativa del Hado o de los hados, nos expone en el prefacio de las Naturales Quaestiones su intención:
“Yo tributo una acción de gracias muy rendida a la Naturaleza… cuando consigo adentrarme en sus intimidades, cuando aprendo cual sea la materia del Universo, quién es su autor y su custodio; que es Dios… Si le es hacedero aún hoy tomar nuevas decisiones y mellar en algún punto la inflexible rigidez de los hados o si es una mengua de su majestad y una confesión de su error haber hecho alguna cosa susceptible de enmendarse, puesto que es fuerza que continúe contentándole lo mismo, puesto que nada que sea lo mejor puede contentarle… Si no me diere acceso a estas verdades augustas no merecía la pena de nacer”[7]
Tres cuestiones, pues. Una, qué es Dios. Segunda, qué es el Destino y qué el Hado. Tercera, aunque implícita, la libertad del hombre.
A la primera: “¿Qué es Dios? El todo que ves y el todo que no ves. De esta manera, en efecto, se le devuelve toda su grandeza connatural, que es la mayor que pensarse pueda, si él solo es todas las cosas, si mantiene su propia obra por dentro y por fuera”[8].
Por tanto, omnipresente, inmanente al mundo, lo penetra todo; posee la mayor grandeza que se pueda imaginar; es el hacedor de todas las cosas, que las mantiene, sigue manteniendo, en su ser por dentro y por fuera; o sea, trasciende a ese mundo, le supera.
Y en De beneficiis: “Qué otra cosa –dice- es la Naturaleza sino Dios y la razón divina que penetra el mundo todo y sus partes? Todas las veces que quisieres te es lícito cambiar el nombre del autor de nuestros bienes; y le darás un nombre legítimo, tanto si le llamas Júpiter Óptimo Máximo, como si le llamas Tonante o Estátor… Y si a este mismo le llamares Hado, tampoco mentirás; porque como el Hado no sea otra cosa que la sucesión eslabonada de las causas, él es la primera de las causas, de la cual todas las otras proceden”[9]. Naturaleza, Hado e incluso Fortuna “todos son nombres de un mismo Dios en uso de su poder de varias maneras”[10].
Más explícito en las Naturales Quaestiones, “conciben –los antiguos- al mismo Júpiter como lo concebimos nosotros, rector y custodio del Universo, alma y espíritu del mundo, señor y autor de la creación (operis huius dominum et artificem, dice el original latino), a quien conviene todo nombre. Si quieres llamarlo Hado, no errarás; él es de quien dependen todas las cosas¸ él es la causa de las causas. Quieres llamarle Providencia, muy bien dirás, porque su sabiduría provee a todas las necesidades de este mundo para que marche sin tropiezo y desempeñe todas sus funciones. Si quieres llamarlo Naturaleza no pecarás. El es de quien todas las cosas nacieron, de cuyo aliento vivimos. Si quieres llamarle Mundo, no te engañarás, pues que él mismo es todo esto que ves, inmanente en todas sus partes, manteniéndose por sí mismo y manteniendo sus cosas”[11].
Dios uno y Providente frente al Hado, el Destino o la pluralidad de dioses de los romanos. Dios inmanente al mundo y al par trascendente, que provee todas sus necesidades, para que marche según lo por él preceptuado y dispuesto, ya que es el supremo ordenador, la primerísima causa, la Mente del Universo. Es Providencia. Al ser eterno dio esas disposiciones o decretos desde el principio y al ser sumamente sabio no pudo equivocarse. Por ello, ni puede cambiar, ni arrepentirse de lo que hizo. En este sentido, Dios es la suma necesidad, sus leyes son tan necesarias e infalibles colmo él A esto llamamos Destino.
Quizás lo más destacable y original sea esta idea de la Providencia que, en el libro de ese título, presenta a Dios como un buen padre, que se preocupa de todas nuestras necesidades y nos conduce por el camino de la virtud. Páginas bellísimas.
“El mismo artífice y gobernador del Universo escribió ciertamente los decretos del Destino; pero él empezó a seguirlos: obedece siempre lo que una vez mandó”[12]. “No por ello es menos libre y poderoso, puesto que él mismo es su propia necesidad”[13]. Y lo es por razón de su sabiduría suprema: “Vosotros mismos decís –replica Séneca cuando define qué son Hado y Destino- que no puede mudarse la decisión del varón sabio; cuánto menos la de Dios, puesto que el sabio conoce solo lo que en un momento dado es lo mejor, mientras que todo está presente a la Divinidad”[14]
Respecto a la tercera cuestión, recordemos, la libertad humana, aquí viene la solución estoica: “No sufro coacción, ni violencia –dice Séneca- ni soy mandado por Dios; sino que me conformo con él, tanto más cuanto que sé que todas las cosas se rigen por una ley infalible y eterna. El Hado nos lleva, y todo cuanto la vida tiene reservado a cada uno, determinado quedó ya en el punto mismo del nacer. Una causa depende de otra causa y el orden eterno de las cosas determina el curso de los negocios privados y de los públicos. Por esto se ha de soportar todo con entereza, porque no es por azar, como creemos, sino por orden, como se encadenan todos los sucesos”[15].
“¿Cuál es el deber del hombre virtuoso? Abandonarse al Destino”[16], responde nuestro filósofo. Natural, ya que el Destino no es sino el decreto predeterminante de Dios que se realiza o efectúa necesaria e irrevocablemente.
Han pasado dos mil años y en las religiones al parecer más perfectas o espirituales, ante los problemas que acuciaban a Séneca, se suelen dar respuestas muy parecidas: resignación, acatar la voluntad de Dios, abandonarse en sus brazos, estaba escrito y similares. Eso cuando no se sigue aún acudiendo a “era su destino”. El prodigio está en que lo idearon hombres como Séneca a la sola luz de la razón. ¿Sería el “búscate en ti mismo” de Sócrates cuatrocientos años antes?
El problema de la libertad humana no está así resuelto. Filósofos y teólogos de la Edad Media, del Renacimiento y de la Modernidad han debatido y siguen debatiendo esto en vano. No hay acuerdo. No hay claridad. No hay evidencia. ¿No será que yerran en su enfoque de la Divinidad?
Una objeción se le presentaba a Séneca: Si el Hado o Destino se cumple inexorablemente, entonces ¿para qué los votos u oraciones? ¿para qué el arúspice? ¿de qué sirven los ritos de expiación y de procuración?
Comienza Séneca su respuesta afirmando más tajantemente todavía la irrevocabilidad del Destino: “ninguna plegaria les conmueve –a los hados-; no sabe torcerles ni la misericordia ni el favor. Entrados en su curso irrevocable discurren en conformidad con el orden prefijado… el orden del Destino va rodando arrastrado por el encadenamiento eterno de las cosas, cuya primera ley es la observancia de este decreto”[17]. Mas a continuación afirma que “nosotros también pensamos que son útiles los votos sin mengua de la fuerza y del poderío de los “hados”[18].
La solución es muy simplista: “Algunas de las disposiciones de los dioses quedaron de tal manera en suspenso que se trocaron en bien si se dirigieron preces a los dioses, si se formularon votos; así que esta mudanza no va contra el hado, sino que está comprendida en el hado. Se nos dice: ‘una cosa ha de ser o no ser; si ha de ser, se hará; si no ha de ser, por más votos que formules, no se hará’. Este dilema es falso porque olvidas una alternativa intermedia: tal cosa ha de ser a condición de que se formulen votos… ¿Es conforme al Destino que en todo caso se formulen votos? Bien, estos votos se formularán”[19]. “Siendo fijo el orden del Destino, las expiaciones y las procuraciones alejan los peligros que nos amagan, porque no pugnan con el Hado tales prácticas, sino que están comprendidas en la ley del Hado. ‘¿De qué me sirve, pues, el arúspice?’ … Te sirve en cuanto está al servicio del Destino. Si nosotros debemos la salud al Destino, también se la debemos al médico, porque por sus manos llegó a nosotros el beneficio del Hado”[20].
Queda sin resolver el interrogante perpetuo en todas las religiones: conciliar la libertad humana con el Destino o Predeterminación / Predestinación Divina. ¿O será acaso que tal Pre, Hado o Destino son invento humano, ya que somos nosotros quienes, con nuestra libertad, forjamos nuestro “camino”, bajo la Providencia? “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, dijo el poeta[21].
Tomás Montull Calvo.
Lr. y Lic. en S. Teología. Doctor en Filosofía.
[1] Lucio Anneo Séneca o Séneca el Joven, nació en Córdoba hacia el año 4 antes de Cristo y se suicidó el año 65 por orden del emperador Nerón, del que había sido maestro y tutor. Fue senador y cónsul. Filósofo estoico en su vertiente moral y religiosa. Muy valorado en su tiempo y después entre los pensadores del Humanismo: Erasmo de Rotterdam, Calvino, Juan Luis Vives, Tomás Moro, Montaigne, etc.
2. Cuestiones Naturales, lib. II, c.36. En LUCIO ANNEO SÉNECA. Obras completas. Aguilar, Madrid, 1957, p.817.
3. De los beneficios, lib. V, c.7. O. c., p.357.
4. Cuestiones Naturales, lib. II, c. 45. O.c., p. 820.
5.. Casualidad, caso fortuito.
6. Cuestiones Naturales, lib. II, c. 37. O.c., p. 817.
7. Ibid., lib. I, pref. O.c., p.783
8. Ibid, l. II, c. 37. O.c., p.817.
[9] Lib.V, c.7; en edic. cit. Obras Completas, p. 357.
[10] Ibid, lib. V, c. 8; p. 358.
[11] Cuest. Nat., o.c., lib. II, cap. 45; p. 820.
[12] De la Providencia, c. V. O.c., p. 184.
[13] Cuestiones Naturales, lib. I, pref. O.c., p. 783.
[14] Ibid., lib. II, c. 36. O.c., p. 817.
[15] De la providencia, c. V. O.c., p. 183.
[16] Ibid., c. V. O.c.,p. 184..
[17] Cuest. Nat., l. II, c. 35. O..c.,p. 817.
[18] Ibid.
[19] Ibid., lib,. II, c. 37.
[20] Ibid., c. 38, p. 818.
[21] ANTONIO MACHADO, Poesías completas, Espasa Calpe, 1996; XXIX, p.239.
sábado, 5 de marzo de 2011
CELIBATO OBLIGATORIO
CELIBATO OBLIGATORIO EN IGLESIA LATINA.
No es de institución divina, sino humana. San Pedro estaba casado, como sabemos por los Evangelios. Varios de los apóstoles escogidos por Jesús estaban casados y en los primeros catorce siglos del Cristianismo encontramos casados a papas[1] obispos, sacerdotes y diáconos.
El Apóstol San Pablo, escribe a su enviado Timoteo: “Si alguien desea el episcopado, buena obra desea; pero es preciso que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer… que tenga los hijos en sujeción, con toda honestidad”[2].
“Los diáconos sean maridos de una sola mujer y que sepan gobernar a sus hijos y a su propia casa”[3]
Y a Tito, le encarga: “constituye por las ciudades presbíteros en la forma que te ordené. Que sean irreprochables, maridos de una sola mujer, cuyos hijos sean fieles, que no estén tachados de liviandad o desobediencia”[4]
En la carta a los fieles de Corinto: “Comenzando por tratar de lo que me habéis escrito; bueno es al hombre no tocar mujer; mas por evitar la fornicación, tenga cada uno su mujer y cada una su marido… A los no casados y a las viudas les digo que es mejor permanecer como yo. Pero si no pueden guardar continencia, cásense, que mejor es casarse que abrasarse”[5]
Hasta el Concilio de Trento (1515-1563), contra la Reforma protestante, que promovía el matrimonio de los sacerdotes y suprimía las órdenes religiosas y sus votos, no se impuso de forma obligatoria para toda la Iglesia latina; no para la oriental, en la que tanto los ortodoxos como los católicos suelen estar casados, excepto los obispos. La única disposición en ambos es que han de haberse casado antes de recibir las órdenes del diaconado o sacerdocio. Después ya no se les puede casar. De todos modos es una disposición humana y, por ello, mutable.
En Ilíberis (Eliberi, Elvira), ciudad desaparecida que, según unos, estaría en la extremidad sudoccidental de la Sierra de Elvira y, según otros, donde se encuentra la Alcazaba Cadina, en Granada, tuvo lugar entre los años 303 y 304, acabada la persecución de Diocleciano o quizás entre los 3l3 y 3l4, después de ser publicado el Edicto de Milán (313) reconociendo al Cristianismo, un Concilio comarcal o regional, al que asistieron 19 0bispos, 26 sacerdotes, varios diáconos y un grupo de fieles, que promulgó 81 cánones; en el 33 manda que los diáconos admitidos a las órdenes, sean célibes o bien dejen a sus legítimas mujeres si quieren recibir las sagradas órdenes, pero no se mete con los sacerdotes casados, si bien en el 43 dice que todo sacerdote que duerma con su esposa la noche antes de celebrar misa perderá su trabajo. Son las primeras actas que se conservan sobre este tema; si bien sus cánones sólo tenían valor regional y probablemente no fueron conocidos más allá de esa zona.
Posteriormente el Concilio de Nicea, en el año 325, decreta que, una vez ordenados, los diáconos y sacerdotes no puedan casarse. Esta norma sigue vigente en las iglesias orientales. Casado estaba, en el año 385, Siricio cuando abandonó a su esposa para convertirse en Papa y quiere que obispos y sacerdotes hagan lo mismo; es decir, que abandonen a sus esposas[6]. Y en el año 580, el Papa Pelagio II sólo exige que a la muerte de los sacerdotes casados no pase a sus esposas e hijos la propiedad de los bienes de la Iglesia. Documentos del siglo VII demuestran que en Francia la mayoría de los sacerdotes eran hombres casados. Y en el VIII, San Bonifacio informa al Papa que en Alemania casi ningún obispo o sacerdote es célibe. En el año 1045, el Papa Bonifacio IX se dispensa a sí mismo del celibato y renuncia al papado, para casarse. Pese a lo cual, en 1074, el Papa Gregorio VII, quiere imponer el voto del celibato. Y 21 años después, el Papa Urbano II comete la gran barbaridad anti evangélica de vender a las esposas de los sacerdotes como esclavas y el abandono de sus hijos. Naturalmente estas cosas sólo podían realizarse dentro de los dominios papales, pero no se observaron en el resto de la Cristiandad.
Los Concilios I y II de Letrán, en un afán de imponer el celibato a la fuerza, decretan que los matrimonios de los clérigos no son válidos. Pero ninguna autoridad humana puede declarar nulo un precepto de derecho natural. Y, en el siglo XV, el 50% de los sacerdotes son hombres casados y bien aceptados por los fieles. Es en el Concilio de Trento (1545 a 1563) cuando se decreta la obligación del celibato sacerdotal y se llega a afirmar que el celibato y la virginidad son superiores al matrimonio. Esto va contra la Tradición teológica y es precisamente en 1930, cuando el Papa Pío XI, conforme con esa tradición afirma claramente que el sexo puede ser bueno y santo y Juan XXIII, en el Concilio Vaticano II, que el matrimonio es equivalente a la virginidad.
Finalmente, los obispos están autorizados a ordenar como diáconos a fieles casados. A los sacerdotes anglicanos y episcopales casados que se convierten al catolicismo se les ordena como sacerdotes católicos; ya que está en duda si su ordenación sacerdotal anterior fue válida. Y pueden ejercer su sacerdocio[7], siguiendo casados.
Sobre sus consecuencias y su incumplimiento en la práctica, el teólogo seglar español E. MIRET MAGDALENA, publicó en EL PAÍS, 26 de marzo de 2002, el siguiente artículo:
“La azarosa historia del celibato clerical.”
“Lo que acaba de desvelarse: que una parte del clero no cumple ni respeta el celibato, y que incluso se lanzan a violar a monjas y novicias, no es sino consecuencia de una férrea ley que impide al clero latino casarse, y se precipitan por la calle de en medio haciendo caso omiso de sus promesas. Las estadísticas que existen en el país de las encuestas, que son los Estados Unidos, revelan el mar de fondo que existe y la jerarquía católica quiere silenciar. Y solamente de cuando en cuando surge algún hecho que tiene visos de escándalo, cuando se difunde.”
“Un jesuita profesor de la Universidad de Harvard, el P. Fischler, descubrió que el 92% del clero norteamericano pedía que pudiera elegir el sacerdote libremente ser casado o soltero. Y un sacerdote y psicoterapeuta, el P. Sipe, encontró que sólo el 2% de ese clero cumple el celibato, el 47% lo cumple relativamente y el 31’5% vive una relación sexual, de los cuales el tercio tiene relaciones homosexuales. Ante ello, varios obispos han pedido que se quite el celibato para el clero latino, ya que el oriental –incluso el unido a Roma- no tiene esa obligación y suele ser casado. Y el Concilio Vaticano II alabó el sentido espiritual del sacerdote casado en Oriente.”
“La historia de esta exigencia es muy azarosa, pues tuvieron que pasar casi quince siglos hasta que se exigió definitivamente el celibato en la Iglesia latina. Hasta el siglo IV no hay ninguna ley que lo exija, en ninguna parte de la Cristiandad. Y a partir de entonces se empieza a considerar obligatorio en algunas partes, pero sólo que los obispos no puedan estar casados, no el clero; aunque esta ley no es general, y existen muchos obispos casados. En el siglo V, en el Concilio de Rímini asisten 300 obispos casados, cifra enorme, dados los pocos obispos que hay en el mundo latino. La ley empezaba a prohibir a los sacerdotes que fueran casados a partir del siglo V, aunque no fue exigida por todos los obispos en sus diócesis. Y solamente el Concilio de Letrán de 1123 la exigió para el mundo latino, porque en el Oriente cristiano se declaró que hambres casados pueden ser ordenados sacerdotes, y así sigue esa costumbre legítima.”
“Pero hasta el siglo XVI ni las leyes de algunas diócesis se cumplen, ni son generales, y si lo son se malcumplen, y se buscan subterfugios para salirse por la tangente. Una de las cosas que se hacen antes del siglo IX es casarse, porque, aunque quien lo hace comete pecado, el matrimonio, sin embargo, es válido.”
“Son muchos los concilios que critican las costumbres sexuales del clero, y los canónigos y el clero bajo tienen frecuentemente concubinas; y por exigencia de los concilios de Maguncia y Augsburgo, después de pasados dos siglos, el obispo de Brema tiene en el siglo XI que expulsar de la ciudad a las concubinas. Y en Italia, dice el historiador católico Padre Amman: “El concubinato de los clérigos estaba muy extendido”. Y San Pedro Damiano critica públicamente al obispo de Fiésole, que “estaba rodeado de un buen número de mujeres”. Y al Concilio de Constanza[8] se desplazan 700 mujeres públicas, para atender a los obispos y clero en sus demandas sexuales durante esa reunión conciliar, según cuenta el historiador católico Daniel-Rops.”
“Por eso, hasta el Concilio de Trento, en el siglo XVI, no se sanciona solemnemente y de forma definitiva el celibato clerical, según confesó Pablo VI. ¿No es entonces natural y humano que la Iglesia de Roma suprima la hipocresía del celibato, que tantos males sexuales trae como consecuencia, y Roma haga caso de las sensatas peticiones, en ese sentido, de algunos obispos y moralistas y de muchos seglares católicos?”
Los sacerdotes seculares, los monjes, los frailes mendicantes y otros sólo hacen voto de obediencia a su Ordinario (Obispo, Abad, Superior General) y es éste quien les impone la norma canónica del celibato como condición imprescindible para ser ordenados diáconos y sacerdotes.
Durante el Concilio Vaticano II, muchos obispos americanos, africanos y asiáticos quisieron plantear el tema, pero los curiales del Vaticano alegaron que no estaba en el orden del día y se dice que los alemanes se opusieron por el enorme gasto que supondría cargar a la Iglesia con el pago de la seguridad social de las familias de los sacerdotes. Pero ¿cómo se las arreglan entonces las iglesias protestantes y luteranas de Alemania, respecto de sus pastores?
Juan Pablo II, en julio de 1993, declaró que “El celibato no es esencial para el sacerdocio; no es una ley promulgada por Jesucristo”. ¡Naturalmente! Sacerdotes son los de las iglesias de Oriente, que están casados y ejercen con gran éxito y aceptación, desde los comienzos del Cristianismo, su labor sacerdotal.
El 28 de marzo del 2010 un grupo de 40 mujeres que habían tenido romances con sacerdotes italianos se reunieron y remitieron a los medios de comunicación una interesante “carta abierta” al Papa Benedicto XVI pidiéndole la anulación del celibato sacerdotal. Intervino Stefanía Salomone, quien explicó a los medios que ella había convivido con un sacerdote durante cinco años; que se conocieron en la parroquia y los sentimientos surgieron de manera natural; pero el sacerdote, del que no quiso dar el nombre, se sentía confundido por sus propios sentimientos que, de alguna manera, estaba perturbado por su condición y el voto del celibato.
El 18 de mayo de 2010, los obispos austríacos, tras un encuentro en Mariazell con los consejos parroquiales, elevaron las conclusiones de éstos y de una gran asociación de seglares católicos, al Papa, solicitando la abolición del celibato, la readmisión al ejercicio del sacerdocio a los sacerdotes secularizados; especialmente poniendo de relieve la gran falta de vocaciones y la necesidad de reponer al clero viejo que se iba muriendo.
¿Futuro? Recordemos la rigidez con que Pio XII se negaba a pensar siquiera que los ritos sagrados pudieran realizarse en la lengua vernácula. Y las discusiones sobre el tema en el Concilio. Pero se impuso el sentido común. Y de tal forma que incluso se cambió el rito de la misa y se prohibió usar en ella el latín. Igual ocurrirá con el celibato. Vendrá otro Papa y se jubilarán los curiales vaticanescos y bien sea por un Concilio, bien por petición de todas las Conferencias Episcopales del mundo, el Papa derogará la ley del celibato obligatorio. En adelante, será optativo.
Tomás Montull Calvo.
Lr. Y Lic. en S. Teología. Dr. en Filosofía.
[1] Future Church da seis nombres de papas casados, once de papas hijos de papas o de sacerdotes y seis de papas que después de 1139 tuvieron hijos ilegítimos. E-mail: info@futurechurch.org. Donde además hay una abundante bibliografía.
[2] I Tim. 3, 1-4.
[3] I Tim. 3, 12.
[4] Tito, 1,6.
[5] I Cor., 7, 1-9.
[6] ¿Dónde queda la caridad cristiana? ¿Dónde la doctrina de San Pablo, que dice ser precepto del Señor que marido y mujer no se separen? (I Cor., 7, 10-11) O que “no os defrau7déis el uno al otro, a no ser de com´`un acuerdo por algún tiempo, para daros a la oración, y de nuevo volved al mismo orden de v ida, a fin de que no os tiente Satanás de incontinencia” (I Cor., 7, 5)
[7] Para más amplia información: PR.HEYSSEN J. CORDERO MARAVÍ = E-mail: Cordero1844@hotmsil.com, que contiene una copiosísima bibliografía. Oxford Dictionary of Popes. FUTURE CHURCH: Lakewood, Ohio, USA, 2008. LUDWIG VON PASTOR: Historia de los Papas… Aquisgran, 1886-1933. WIKIPEDIA en Internet; donde hay multitud de artículos, pero los datos históricos están fundamentados en el Diccionario de los Papas de Oxford.rf
[8] Años1414-1418.
No es de institución divina, sino humana. San Pedro estaba casado, como sabemos por los Evangelios. Varios de los apóstoles escogidos por Jesús estaban casados y en los primeros catorce siglos del Cristianismo encontramos casados a papas[1] obispos, sacerdotes y diáconos.
El Apóstol San Pablo, escribe a su enviado Timoteo: “Si alguien desea el episcopado, buena obra desea; pero es preciso que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer… que tenga los hijos en sujeción, con toda honestidad”[2].
“Los diáconos sean maridos de una sola mujer y que sepan gobernar a sus hijos y a su propia casa”[3]
Y a Tito, le encarga: “constituye por las ciudades presbíteros en la forma que te ordené. Que sean irreprochables, maridos de una sola mujer, cuyos hijos sean fieles, que no estén tachados de liviandad o desobediencia”[4]
En la carta a los fieles de Corinto: “Comenzando por tratar de lo que me habéis escrito; bueno es al hombre no tocar mujer; mas por evitar la fornicación, tenga cada uno su mujer y cada una su marido… A los no casados y a las viudas les digo que es mejor permanecer como yo. Pero si no pueden guardar continencia, cásense, que mejor es casarse que abrasarse”[5]
Hasta el Concilio de Trento (1515-1563), contra la Reforma protestante, que promovía el matrimonio de los sacerdotes y suprimía las órdenes religiosas y sus votos, no se impuso de forma obligatoria para toda la Iglesia latina; no para la oriental, en la que tanto los ortodoxos como los católicos suelen estar casados, excepto los obispos. La única disposición en ambos es que han de haberse casado antes de recibir las órdenes del diaconado o sacerdocio. Después ya no se les puede casar. De todos modos es una disposición humana y, por ello, mutable.
En Ilíberis (Eliberi, Elvira), ciudad desaparecida que, según unos, estaría en la extremidad sudoccidental de la Sierra de Elvira y, según otros, donde se encuentra la Alcazaba Cadina, en Granada, tuvo lugar entre los años 303 y 304, acabada la persecución de Diocleciano o quizás entre los 3l3 y 3l4, después de ser publicado el Edicto de Milán (313) reconociendo al Cristianismo, un Concilio comarcal o regional, al que asistieron 19 0bispos, 26 sacerdotes, varios diáconos y un grupo de fieles, que promulgó 81 cánones; en el 33 manda que los diáconos admitidos a las órdenes, sean célibes o bien dejen a sus legítimas mujeres si quieren recibir las sagradas órdenes, pero no se mete con los sacerdotes casados, si bien en el 43 dice que todo sacerdote que duerma con su esposa la noche antes de celebrar misa perderá su trabajo. Son las primeras actas que se conservan sobre este tema; si bien sus cánones sólo tenían valor regional y probablemente no fueron conocidos más allá de esa zona.
Posteriormente el Concilio de Nicea, en el año 325, decreta que, una vez ordenados, los diáconos y sacerdotes no puedan casarse. Esta norma sigue vigente en las iglesias orientales. Casado estaba, en el año 385, Siricio cuando abandonó a su esposa para convertirse en Papa y quiere que obispos y sacerdotes hagan lo mismo; es decir, que abandonen a sus esposas[6]. Y en el año 580, el Papa Pelagio II sólo exige que a la muerte de los sacerdotes casados no pase a sus esposas e hijos la propiedad de los bienes de la Iglesia. Documentos del siglo VII demuestran que en Francia la mayoría de los sacerdotes eran hombres casados. Y en el VIII, San Bonifacio informa al Papa que en Alemania casi ningún obispo o sacerdote es célibe. En el año 1045, el Papa Bonifacio IX se dispensa a sí mismo del celibato y renuncia al papado, para casarse. Pese a lo cual, en 1074, el Papa Gregorio VII, quiere imponer el voto del celibato. Y 21 años después, el Papa Urbano II comete la gran barbaridad anti evangélica de vender a las esposas de los sacerdotes como esclavas y el abandono de sus hijos. Naturalmente estas cosas sólo podían realizarse dentro de los dominios papales, pero no se observaron en el resto de la Cristiandad.
Los Concilios I y II de Letrán, en un afán de imponer el celibato a la fuerza, decretan que los matrimonios de los clérigos no son válidos. Pero ninguna autoridad humana puede declarar nulo un precepto de derecho natural. Y, en el siglo XV, el 50% de los sacerdotes son hombres casados y bien aceptados por los fieles. Es en el Concilio de Trento (1545 a 1563) cuando se decreta la obligación del celibato sacerdotal y se llega a afirmar que el celibato y la virginidad son superiores al matrimonio. Esto va contra la Tradición teológica y es precisamente en 1930, cuando el Papa Pío XI, conforme con esa tradición afirma claramente que el sexo puede ser bueno y santo y Juan XXIII, en el Concilio Vaticano II, que el matrimonio es equivalente a la virginidad.
Finalmente, los obispos están autorizados a ordenar como diáconos a fieles casados. A los sacerdotes anglicanos y episcopales casados que se convierten al catolicismo se les ordena como sacerdotes católicos; ya que está en duda si su ordenación sacerdotal anterior fue válida. Y pueden ejercer su sacerdocio[7], siguiendo casados.
Sobre sus consecuencias y su incumplimiento en la práctica, el teólogo seglar español E. MIRET MAGDALENA, publicó en EL PAÍS, 26 de marzo de 2002, el siguiente artículo:
“La azarosa historia del celibato clerical.”
“Lo que acaba de desvelarse: que una parte del clero no cumple ni respeta el celibato, y que incluso se lanzan a violar a monjas y novicias, no es sino consecuencia de una férrea ley que impide al clero latino casarse, y se precipitan por la calle de en medio haciendo caso omiso de sus promesas. Las estadísticas que existen en el país de las encuestas, que son los Estados Unidos, revelan el mar de fondo que existe y la jerarquía católica quiere silenciar. Y solamente de cuando en cuando surge algún hecho que tiene visos de escándalo, cuando se difunde.”
“Un jesuita profesor de la Universidad de Harvard, el P. Fischler, descubrió que el 92% del clero norteamericano pedía que pudiera elegir el sacerdote libremente ser casado o soltero. Y un sacerdote y psicoterapeuta, el P. Sipe, encontró que sólo el 2% de ese clero cumple el celibato, el 47% lo cumple relativamente y el 31’5% vive una relación sexual, de los cuales el tercio tiene relaciones homosexuales. Ante ello, varios obispos han pedido que se quite el celibato para el clero latino, ya que el oriental –incluso el unido a Roma- no tiene esa obligación y suele ser casado. Y el Concilio Vaticano II alabó el sentido espiritual del sacerdote casado en Oriente.”
“La historia de esta exigencia es muy azarosa, pues tuvieron que pasar casi quince siglos hasta que se exigió definitivamente el celibato en la Iglesia latina. Hasta el siglo IV no hay ninguna ley que lo exija, en ninguna parte de la Cristiandad. Y a partir de entonces se empieza a considerar obligatorio en algunas partes, pero sólo que los obispos no puedan estar casados, no el clero; aunque esta ley no es general, y existen muchos obispos casados. En el siglo V, en el Concilio de Rímini asisten 300 obispos casados, cifra enorme, dados los pocos obispos que hay en el mundo latino. La ley empezaba a prohibir a los sacerdotes que fueran casados a partir del siglo V, aunque no fue exigida por todos los obispos en sus diócesis. Y solamente el Concilio de Letrán de 1123 la exigió para el mundo latino, porque en el Oriente cristiano se declaró que hambres casados pueden ser ordenados sacerdotes, y así sigue esa costumbre legítima.”
“Pero hasta el siglo XVI ni las leyes de algunas diócesis se cumplen, ni son generales, y si lo son se malcumplen, y se buscan subterfugios para salirse por la tangente. Una de las cosas que se hacen antes del siglo IX es casarse, porque, aunque quien lo hace comete pecado, el matrimonio, sin embargo, es válido.”
“Son muchos los concilios que critican las costumbres sexuales del clero, y los canónigos y el clero bajo tienen frecuentemente concubinas; y por exigencia de los concilios de Maguncia y Augsburgo, después de pasados dos siglos, el obispo de Brema tiene en el siglo XI que expulsar de la ciudad a las concubinas. Y en Italia, dice el historiador católico Padre Amman: “El concubinato de los clérigos estaba muy extendido”. Y San Pedro Damiano critica públicamente al obispo de Fiésole, que “estaba rodeado de un buen número de mujeres”. Y al Concilio de Constanza[8] se desplazan 700 mujeres públicas, para atender a los obispos y clero en sus demandas sexuales durante esa reunión conciliar, según cuenta el historiador católico Daniel-Rops.”
“Por eso, hasta el Concilio de Trento, en el siglo XVI, no se sanciona solemnemente y de forma definitiva el celibato clerical, según confesó Pablo VI. ¿No es entonces natural y humano que la Iglesia de Roma suprima la hipocresía del celibato, que tantos males sexuales trae como consecuencia, y Roma haga caso de las sensatas peticiones, en ese sentido, de algunos obispos y moralistas y de muchos seglares católicos?”
Los sacerdotes seculares, los monjes, los frailes mendicantes y otros sólo hacen voto de obediencia a su Ordinario (Obispo, Abad, Superior General) y es éste quien les impone la norma canónica del celibato como condición imprescindible para ser ordenados diáconos y sacerdotes.
Durante el Concilio Vaticano II, muchos obispos americanos, africanos y asiáticos quisieron plantear el tema, pero los curiales del Vaticano alegaron que no estaba en el orden del día y se dice que los alemanes se opusieron por el enorme gasto que supondría cargar a la Iglesia con el pago de la seguridad social de las familias de los sacerdotes. Pero ¿cómo se las arreglan entonces las iglesias protestantes y luteranas de Alemania, respecto de sus pastores?
Juan Pablo II, en julio de 1993, declaró que “El celibato no es esencial para el sacerdocio; no es una ley promulgada por Jesucristo”. ¡Naturalmente! Sacerdotes son los de las iglesias de Oriente, que están casados y ejercen con gran éxito y aceptación, desde los comienzos del Cristianismo, su labor sacerdotal.
El 28 de marzo del 2010 un grupo de 40 mujeres que habían tenido romances con sacerdotes italianos se reunieron y remitieron a los medios de comunicación una interesante “carta abierta” al Papa Benedicto XVI pidiéndole la anulación del celibato sacerdotal. Intervino Stefanía Salomone, quien explicó a los medios que ella había convivido con un sacerdote durante cinco años; que se conocieron en la parroquia y los sentimientos surgieron de manera natural; pero el sacerdote, del que no quiso dar el nombre, se sentía confundido por sus propios sentimientos que, de alguna manera, estaba perturbado por su condición y el voto del celibato.
El 18 de mayo de 2010, los obispos austríacos, tras un encuentro en Mariazell con los consejos parroquiales, elevaron las conclusiones de éstos y de una gran asociación de seglares católicos, al Papa, solicitando la abolición del celibato, la readmisión al ejercicio del sacerdocio a los sacerdotes secularizados; especialmente poniendo de relieve la gran falta de vocaciones y la necesidad de reponer al clero viejo que se iba muriendo.
¿Futuro? Recordemos la rigidez con que Pio XII se negaba a pensar siquiera que los ritos sagrados pudieran realizarse en la lengua vernácula. Y las discusiones sobre el tema en el Concilio. Pero se impuso el sentido común. Y de tal forma que incluso se cambió el rito de la misa y se prohibió usar en ella el latín. Igual ocurrirá con el celibato. Vendrá otro Papa y se jubilarán los curiales vaticanescos y bien sea por un Concilio, bien por petición de todas las Conferencias Episcopales del mundo, el Papa derogará la ley del celibato obligatorio. En adelante, será optativo.
Tomás Montull Calvo.
Lr. Y Lic. en S. Teología. Dr. en Filosofía.
[1] Future Church da seis nombres de papas casados, once de papas hijos de papas o de sacerdotes y seis de papas que después de 1139 tuvieron hijos ilegítimos. E-mail: info@futurechurch.org. Donde además hay una abundante bibliografía.
[2] I Tim. 3, 1-4.
[3] I Tim. 3, 12.
[4] Tito, 1,6.
[5] I Cor., 7, 1-9.
[6] ¿Dónde queda la caridad cristiana? ¿Dónde la doctrina de San Pablo, que dice ser precepto del Señor que marido y mujer no se separen? (I Cor., 7, 10-11) O que “no os defrau7déis el uno al otro, a no ser de com´`un acuerdo por algún tiempo, para daros a la oración, y de nuevo volved al mismo orden de v ida, a fin de que no os tiente Satanás de incontinencia” (I Cor., 7, 5)
[7] Para más amplia información: PR.HEYSSEN J. CORDERO MARAVÍ = E-mail: Cordero1844@hotmsil.com, que contiene una copiosísima bibliografía. Oxford Dictionary of Popes. FUTURE CHURCH: Lakewood, Ohio, USA, 2008. LUDWIG VON PASTOR: Historia de los Papas… Aquisgran, 1886-1933. WIKIPEDIA en Internet; donde hay multitud de artículos, pero los datos históricos están fundamentados en el Diccionario de los Papas de Oxford.rf
[8] Años1414-1418.
MIGUEL SERVET Y LA CIRCULACIÓN DE LA SANGRE
MIGUEL SERVET Y LA CIRCULACIÓN DE LA SANGRE.
Nociones previas.
El corazón es el órgano encargado de impulsar la sangre a través de todo el organismo. Las células consumen oxígeno y producen dióxido de carbono durante su proceso respiratorio. La sangre que abandona los tejidos posee una concentración menor de oxígeno y una mayor de dióxido de carbono que la sangre procedente del corazón y que se dirige a los tejidos.
La sangre con baja concentración de oxígeno y altas de carbono recibe el nombre de sangre venosa o no oxigenada. Esta sangre es transportada por las venas al corazón derecho y pasa a los pulmones, donde se enriquece de oxígeno y se desprende del dióxido de carbono. Esta sangre, que posee de nuevo altas concentraciones de oxígeno y poco dióxido de carbono se denomina sangre arterial u oxigenada.
Después de pasar por los pulmones, vuelve al corazón izquierdo, que la envía a los tejidos del organismo para que ceda a las células el oxígeno que lleva consigo y tome el dióxido de carbono que aquéllas producen.
´ La sangre retorna al corazón por tres grandes venas y varias otras más pequeñas. Todas estas venas desembocan en la aurícula derecha. A continuación, la sangre pasa al ventrículo derecho y se dirige a los pulmones por la arteria pulmonar, donde se oxigena convenientemente (toma oxígeno y cede dióxido de carbono). Una vez oxigenada, pasa a la aurícula izquierda, siguiendo el trayecto de las cuatro venas pulmonares, dos para cada pulmón. De la aurícula izquierda pasa al ventrículo izquierdo, que la bombea a su vez hacia la aorta. Esta la conduce hasta los diversos tejidos del organismo donde cede oxígeno a la población celular y se lleva el CO2 que ésta produce.
Vemos, pues, dos circulaciones: la pulmonar o menor, y la sistémica o mayor. Miguel Servet trató la primera.
Antecedentes.
El médico griego Claudio Galeno, del siglo II d.C., enseñaba que la sangre llegaba a la parte derecha del corazón, atravesaba el septo cardíaco a través de poros invisibles, para acabar en la parte izquierda, donde finalmente se mezclaba con el aire y se creaba el espíritu vital, que ulteriormente se distribuía por todo el cuerpo. Según Galeno, el sistema venoso se separaba del sistema arterial excepto en los poros invisibles localizados en el tabique que divide al corazón en dos mitades (derecha e izquierda).
Esta teoría era la que se expuso en todas las escuelas de Medicina, hasta el siglo XVI.
Sin embargo, el médico sirio Ibn al-Nafis o Ibn Nafis, nacido en Damasco (1210/1213), donde ejerció la medicina en un hospital, hasta que en 1236 emigró a Egipto para ejercer como médico jefe en dos hospitales, además de médico real y murió en 1288, escribió un Comentario de la Anatomía de Avicena (filósofo y médico) donde corrige a Galeno y expone la circulación pulmonar de la sangre.
"... la sangre de la cámara derecha del corazón debe llegar a la cámara izquierda pero no hay una vía directa entre ambas. El grueso septo cardíaco no está perforado y no tiene poros visibles, como alguna gente piensa ni invisibles como pensaba Galeno. La sangre de la cámara derecha fluye a través de la vena arteriosa [arteria pulmonar] hasta los pulmones, donde se distribuye a través de su parénquima, se mezcla con el aire, pasa a la arteria venosa [vena pulmonar] y alcanza la cámara izquierda del corazón y allí forma el espíritu vital..."
"El corazón sólo tiene dos ventrículos... y entre éstos no hay absolutamente ninguna abertura. La disección demuestra la falsedad de lo que dijeron, ya que el septo entre estas dos cavidades es de hecho más grueso en esta parte que en ninguna otra. La función de esta sangre (que está en la cavidad derecha) es ascender a los pulmones, mezclarse con el aire de los pulmones, y después pasar a la cavidad izquierda a través de la arteria venosa..."
Los pulmones se componen de partes, una de las cuales son los bronquios; la segunda, las ramas de la arteria venosa; y la tercera, las ramas de la vena arteriosa, estando todas ellas conectadas por un parénquima laxo y poroso". "... los pulmones necesitan la vena arteriosa por el transporte que ésta realiza de la sangre que ha sido diluida y calentada en el corazón, así que lo que rezuma a través de los poros de las ramas de este vaso en los alvéolos de los pulmones se mezclaría con lo que hay en ellos de aire y se combinarían con él, dando como resultado algo parecido al espíritu vital, cuando esta mezcla tiene lugar en la cavidad izquierda del corazón. La arteria venosa transporta esta mezcla a la cavidad izquierda." Ibn Nafis postuló que el oxígeno y los nutrientes para el corazón se extraían de las arterias coronarias:
"...de nuevo su (de Avicena) argumento de que la sangre que está en la parte derecha es para nutrir el corazón no es del todo cierta, ya que el corazón se nutre a partir de la sangre que pasa por los vasos que penetran el cuerpo del corazón..."
Este libro era conocido de Servet y de su contemporáneo Realdo Colombo; ya que Avicena hacía varios siglos que, traducido al latín, era conocido en todas las universidades europeas.
Miguel Servet (1511-1553), nace en Villanueva de Sijena (Huesca), hijo de Antonio Serveto, noble infanzón y notario del Monasterio de Sijena y de Catalina Conesa, que por línea materna descendía de la familia judeoconversa de los Zaporta. Por lo que su nombre real es Miguel Servetus Conesa.
Estudia en el Monasterio de Montearagón. Con 13 años domina latín, griego y hebreo. Se forma en Toulouse (Francia), recorre Italia, Alemania, Francia y acaba en Ginebra (Suiza); donde es quemado vivo por hereje a instancias del protestante Calvino[1].
Publica varias obras importantes[2], pero ha pasado a la posteridad por el hecho de ser el descubridor de la circulación menor o pulmonar de la sangre. Y no en una obra de medicina, sino en el libro V de su Christianismi Restitutio (Restitución del Cristianismo). Pensaba que el alma era una emanación de la Divinidad y que tenía como sede a la sangre. Gracias a ella, el alma podía estar diseminada por todo el cuerpo, pudiendo asumir así el hombre su condición divina. Lo relata de este modo[3].
El corazón es el principal órgano viviente, la fuente de calor que se halla en medio del cuerpo. Sobre este tema debe primero entenderse la importante creación del espíritu vital, compuesto de una sangre ligera alimentada por el aire inspirado. El espíritu vital tiene su propio origen en el ventrículo izquierdo del corazón, y los pulmones tienen un papel importante en su desarrollo. Se trata de un espíritu enrarecido, producido por la fuerza del calor, de color amarillo rojizo (flavo) y de potencia igual a la del fuego. De manera que es una especie de vapor de sangre muy pura que contiene en sí mismo las sustancias del agua, aire y fuego. Se genera en los pulmones a partir de una mezcla de aire inspirado con la sangre elaborada y ligera que el ventrículo derecho del corazón comunica con el izquierdo. Sin embargo, esta comunicación no se realiza a través de la pared central del corazón, como comúnmente se cree, sino que, a través de un sistema muy ingenioso, la sangre fluye durante un largo recorrido a través de los pulmones. Elaborada por los pulmones, adquiere el tono amarillo rojizo y se vierte desde la arteria pulmonar hasta la vena pulmonar. Entonces, una vez en la vena pulmonar, se mezcla con aire inspirado y a través de la expiración se libera de sus impurezas. Así, completamente mezclada y preparada correctamente para la producción del espíritu vital, es impulsada desde el ventrículo izquierdo del corazón por medio de la diástole.Sabemos que esta comunicación se establece así a través de los pulmones por las distintas combinaciones y la conexión de la arteria pulmonar con la vena pulmonar en la cavidad pulmonar. De igual modo, se envía aire mezclado con sangre, no simplemente aire, desde los pulmones hasta el corazón a través de la vena pulmonar, por lo que la mezcla se produce en los pulmones. Esta sangre espirituosa se torna de color amarillo rojizo en los pulmones, no en el corazón.
Al igual que en el hígado se produce una transfusión de sangre de la vena aorta a la vena cava, en el pulmón se realiza una transfusión de sangre del espíritu de la arteria pulmonar a la vena pulmonar.
De esta forma, el espíritu vital es inyectado del ventrículo izquierdo del corazón a las arterias de todo el cuerpo”
Realdo Colombo (1516-1559), nació en Cremona, fue profesor de anatomía en la Universidad de Padua, después en las de Pisa y la Sapienza de Roma; además de cirujano del Papa Julio III. En 1559, es decir seis años después de la Christianorum Restitutio de Miguel Servet, escribió De re anatomica (sobre anatomía), donde expone una descripción completa de la circulación pulmonar; o sea, del paso de la sangre entre el corazón y los pulmones, así como los dos movimientos del corazón (diástole y sístole).
William Harvey (1578-1657) médico inglés, nacido en Kent y doctorado en la Universidad italiana de Padua, considerada entonces la mejor escuela de medicina de Europa, tuvo como profesor a Realdo Colombo y conoció las obras de Andrés Cesalpino y de Fabricio. Y, según parece, fue allí donde tuvo la intuición de la circulación mayor de la sangre. Sus estudios se basaban en la disección de animales, cuya técnica había aprendido en Padua de la mano del profesor Fabricio.
Para 1615 ya es maestro en propiedad del Colegio Real y ya habla de su teoría de la circulación sanguínea, aunque no publicaría su "Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus" (Ejercicio anatómico sobre el movimiento del corazón y la sangre en los animales ) hasta 1628.
Harvey reconocía la naturaleza muscular del corazón y observó con cuidado la índole y origen de sus contracciones. Contando el número de pulsaciones por minuto en una arteria, se determinaría la rapidez con que latía el corazón. Luego la atención de Harvey se centraría en la trayectoria que seguiría la sangre al pasar por las cuatro cavidades del corazón y por los vasos sanguíneos. Descubrió que la estructura y la disposición de las válvulas solo permitían que la sangre fluyera en un sentido.La sangre del ventrículo derecho pasaba a los pulmones por las arterias pulmonares y volvía a la aurícula izquierda por las venas pulmonares. De allí pasaba al ventrículo izquierdo desde el cual era impulsada por la aorta y sus arterias hasta las extremidades del cuerpo. Se completaba el ciclo cuando la sangre volvía por la vena cava a la aurícula derecha y luego al ventrículo derecho del corazón para comenzar de nuevo. Luego, supuso Harvey, el latido del corazón provoca el continuo movimiento de la sangre[4].
El Senense.
[1] Biografía detallada en Internet.
[2] De Trinitatis erroribus (Errores sobre la Trinidad), con 20 años. Dialogorum de Trinitate (Diálogos acerca de la Trinidad), con 21 años; Syroporu, con 25 años; Astrología, con 27 años; publica la versión española de la Summa Theologia de Sto. Tomás de Aquino, con 29 años; Biblia de Santes Pagnini, y otra Bibjlia, versión Servet, con 31 años; Christianismi Restitutio, acabada a sus 34 años, es publicada como anónimo a los 40 años. A los 42 años es condenado a muerte en Ginebra, por hereje, por instigación del protestante Calvino.
[3] Se suprimen, para evitar aburrimiento, muchos de sus razonamientos teológicos que en esencia no modifican su teoría.
· [4] Si interesara toda la explicación que da Harvey para probar su descubrimiento: la circulación mayor de la sangre, se puede hallar en Internet.
Nociones previas.
El corazón es el órgano encargado de impulsar la sangre a través de todo el organismo. Las células consumen oxígeno y producen dióxido de carbono durante su proceso respiratorio. La sangre que abandona los tejidos posee una concentración menor de oxígeno y una mayor de dióxido de carbono que la sangre procedente del corazón y que se dirige a los tejidos.
La sangre con baja concentración de oxígeno y altas de carbono recibe el nombre de sangre venosa o no oxigenada. Esta sangre es transportada por las venas al corazón derecho y pasa a los pulmones, donde se enriquece de oxígeno y se desprende del dióxido de carbono. Esta sangre, que posee de nuevo altas concentraciones de oxígeno y poco dióxido de carbono se denomina sangre arterial u oxigenada.
Después de pasar por los pulmones, vuelve al corazón izquierdo, que la envía a los tejidos del organismo para que ceda a las células el oxígeno que lleva consigo y tome el dióxido de carbono que aquéllas producen.
´ La sangre retorna al corazón por tres grandes venas y varias otras más pequeñas. Todas estas venas desembocan en la aurícula derecha. A continuación, la sangre pasa al ventrículo derecho y se dirige a los pulmones por la arteria pulmonar, donde se oxigena convenientemente (toma oxígeno y cede dióxido de carbono). Una vez oxigenada, pasa a la aurícula izquierda, siguiendo el trayecto de las cuatro venas pulmonares, dos para cada pulmón. De la aurícula izquierda pasa al ventrículo izquierdo, que la bombea a su vez hacia la aorta. Esta la conduce hasta los diversos tejidos del organismo donde cede oxígeno a la población celular y se lleva el CO2 que ésta produce.
Vemos, pues, dos circulaciones: la pulmonar o menor, y la sistémica o mayor. Miguel Servet trató la primera.
Antecedentes.
El médico griego Claudio Galeno, del siglo II d.C., enseñaba que la sangre llegaba a la parte derecha del corazón, atravesaba el septo cardíaco a través de poros invisibles, para acabar en la parte izquierda, donde finalmente se mezclaba con el aire y se creaba el espíritu vital, que ulteriormente se distribuía por todo el cuerpo. Según Galeno, el sistema venoso se separaba del sistema arterial excepto en los poros invisibles localizados en el tabique que divide al corazón en dos mitades (derecha e izquierda).
Esta teoría era la que se expuso en todas las escuelas de Medicina, hasta el siglo XVI.
Sin embargo, el médico sirio Ibn al-Nafis o Ibn Nafis, nacido en Damasco (1210/1213), donde ejerció la medicina en un hospital, hasta que en 1236 emigró a Egipto para ejercer como médico jefe en dos hospitales, además de médico real y murió en 1288, escribió un Comentario de la Anatomía de Avicena (filósofo y médico) donde corrige a Galeno y expone la circulación pulmonar de la sangre.
"... la sangre de la cámara derecha del corazón debe llegar a la cámara izquierda pero no hay una vía directa entre ambas. El grueso septo cardíaco no está perforado y no tiene poros visibles, como alguna gente piensa ni invisibles como pensaba Galeno. La sangre de la cámara derecha fluye a través de la vena arteriosa [arteria pulmonar] hasta los pulmones, donde se distribuye a través de su parénquima, se mezcla con el aire, pasa a la arteria venosa [vena pulmonar] y alcanza la cámara izquierda del corazón y allí forma el espíritu vital..."
"El corazón sólo tiene dos ventrículos... y entre éstos no hay absolutamente ninguna abertura. La disección demuestra la falsedad de lo que dijeron, ya que el septo entre estas dos cavidades es de hecho más grueso en esta parte que en ninguna otra. La función de esta sangre (que está en la cavidad derecha) es ascender a los pulmones, mezclarse con el aire de los pulmones, y después pasar a la cavidad izquierda a través de la arteria venosa..."
Los pulmones se componen de partes, una de las cuales son los bronquios; la segunda, las ramas de la arteria venosa; y la tercera, las ramas de la vena arteriosa, estando todas ellas conectadas por un parénquima laxo y poroso". "... los pulmones necesitan la vena arteriosa por el transporte que ésta realiza de la sangre que ha sido diluida y calentada en el corazón, así que lo que rezuma a través de los poros de las ramas de este vaso en los alvéolos de los pulmones se mezclaría con lo que hay en ellos de aire y se combinarían con él, dando como resultado algo parecido al espíritu vital, cuando esta mezcla tiene lugar en la cavidad izquierda del corazón. La arteria venosa transporta esta mezcla a la cavidad izquierda." Ibn Nafis postuló que el oxígeno y los nutrientes para el corazón se extraían de las arterias coronarias:
"...de nuevo su (de Avicena) argumento de que la sangre que está en la parte derecha es para nutrir el corazón no es del todo cierta, ya que el corazón se nutre a partir de la sangre que pasa por los vasos que penetran el cuerpo del corazón..."
Este libro era conocido de Servet y de su contemporáneo Realdo Colombo; ya que Avicena hacía varios siglos que, traducido al latín, era conocido en todas las universidades europeas.
Miguel Servet (1511-1553), nace en Villanueva de Sijena (Huesca), hijo de Antonio Serveto, noble infanzón y notario del Monasterio de Sijena y de Catalina Conesa, que por línea materna descendía de la familia judeoconversa de los Zaporta. Por lo que su nombre real es Miguel Servetus Conesa.
Estudia en el Monasterio de Montearagón. Con 13 años domina latín, griego y hebreo. Se forma en Toulouse (Francia), recorre Italia, Alemania, Francia y acaba en Ginebra (Suiza); donde es quemado vivo por hereje a instancias del protestante Calvino[1].
Publica varias obras importantes[2], pero ha pasado a la posteridad por el hecho de ser el descubridor de la circulación menor o pulmonar de la sangre. Y no en una obra de medicina, sino en el libro V de su Christianismi Restitutio (Restitución del Cristianismo). Pensaba que el alma era una emanación de la Divinidad y que tenía como sede a la sangre. Gracias a ella, el alma podía estar diseminada por todo el cuerpo, pudiendo asumir así el hombre su condición divina. Lo relata de este modo[3].
El corazón es el principal órgano viviente, la fuente de calor que se halla en medio del cuerpo. Sobre este tema debe primero entenderse la importante creación del espíritu vital, compuesto de una sangre ligera alimentada por el aire inspirado. El espíritu vital tiene su propio origen en el ventrículo izquierdo del corazón, y los pulmones tienen un papel importante en su desarrollo. Se trata de un espíritu enrarecido, producido por la fuerza del calor, de color amarillo rojizo (flavo) y de potencia igual a la del fuego. De manera que es una especie de vapor de sangre muy pura que contiene en sí mismo las sustancias del agua, aire y fuego. Se genera en los pulmones a partir de una mezcla de aire inspirado con la sangre elaborada y ligera que el ventrículo derecho del corazón comunica con el izquierdo. Sin embargo, esta comunicación no se realiza a través de la pared central del corazón, como comúnmente se cree, sino que, a través de un sistema muy ingenioso, la sangre fluye durante un largo recorrido a través de los pulmones. Elaborada por los pulmones, adquiere el tono amarillo rojizo y se vierte desde la arteria pulmonar hasta la vena pulmonar. Entonces, una vez en la vena pulmonar, se mezcla con aire inspirado y a través de la expiración se libera de sus impurezas. Así, completamente mezclada y preparada correctamente para la producción del espíritu vital, es impulsada desde el ventrículo izquierdo del corazón por medio de la diástole.Sabemos que esta comunicación se establece así a través de los pulmones por las distintas combinaciones y la conexión de la arteria pulmonar con la vena pulmonar en la cavidad pulmonar. De igual modo, se envía aire mezclado con sangre, no simplemente aire, desde los pulmones hasta el corazón a través de la vena pulmonar, por lo que la mezcla se produce en los pulmones. Esta sangre espirituosa se torna de color amarillo rojizo en los pulmones, no en el corazón.
Al igual que en el hígado se produce una transfusión de sangre de la vena aorta a la vena cava, en el pulmón se realiza una transfusión de sangre del espíritu de la arteria pulmonar a la vena pulmonar.
De esta forma, el espíritu vital es inyectado del ventrículo izquierdo del corazón a las arterias de todo el cuerpo”
Realdo Colombo (1516-1559), nació en Cremona, fue profesor de anatomía en la Universidad de Padua, después en las de Pisa y la Sapienza de Roma; además de cirujano del Papa Julio III. En 1559, es decir seis años después de la Christianorum Restitutio de Miguel Servet, escribió De re anatomica (sobre anatomía), donde expone una descripción completa de la circulación pulmonar; o sea, del paso de la sangre entre el corazón y los pulmones, así como los dos movimientos del corazón (diástole y sístole).
William Harvey (1578-1657) médico inglés, nacido en Kent y doctorado en la Universidad italiana de Padua, considerada entonces la mejor escuela de medicina de Europa, tuvo como profesor a Realdo Colombo y conoció las obras de Andrés Cesalpino y de Fabricio. Y, según parece, fue allí donde tuvo la intuición de la circulación mayor de la sangre. Sus estudios se basaban en la disección de animales, cuya técnica había aprendido en Padua de la mano del profesor Fabricio.
Para 1615 ya es maestro en propiedad del Colegio Real y ya habla de su teoría de la circulación sanguínea, aunque no publicaría su "Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus" (Ejercicio anatómico sobre el movimiento del corazón y la sangre en los animales ) hasta 1628.
Harvey reconocía la naturaleza muscular del corazón y observó con cuidado la índole y origen de sus contracciones. Contando el número de pulsaciones por minuto en una arteria, se determinaría la rapidez con que latía el corazón. Luego la atención de Harvey se centraría en la trayectoria que seguiría la sangre al pasar por las cuatro cavidades del corazón y por los vasos sanguíneos. Descubrió que la estructura y la disposición de las válvulas solo permitían que la sangre fluyera en un sentido.La sangre del ventrículo derecho pasaba a los pulmones por las arterias pulmonares y volvía a la aurícula izquierda por las venas pulmonares. De allí pasaba al ventrículo izquierdo desde el cual era impulsada por la aorta y sus arterias hasta las extremidades del cuerpo. Se completaba el ciclo cuando la sangre volvía por la vena cava a la aurícula derecha y luego al ventrículo derecho del corazón para comenzar de nuevo. Luego, supuso Harvey, el latido del corazón provoca el continuo movimiento de la sangre[4].
El Senense.
[1] Biografía detallada en Internet.
[2] De Trinitatis erroribus (Errores sobre la Trinidad), con 20 años. Dialogorum de Trinitate (Diálogos acerca de la Trinidad), con 21 años; Syroporu, con 25 años; Astrología, con 27 años; publica la versión española de la Summa Theologia de Sto. Tomás de Aquino, con 29 años; Biblia de Santes Pagnini, y otra Bibjlia, versión Servet, con 31 años; Christianismi Restitutio, acabada a sus 34 años, es publicada como anónimo a los 40 años. A los 42 años es condenado a muerte en Ginebra, por hereje, por instigación del protestante Calvino.
[3] Se suprimen, para evitar aburrimiento, muchos de sus razonamientos teológicos que en esencia no modifican su teoría.
· [4] Si interesara toda la explicación que da Harvey para probar su descubrimiento: la circulación mayor de la sangre, se puede hallar en Internet.
cONCIENCIA MORAL: NORMA INDIVIDUAL DE CONDUCTA
CONCIENCIA MORAL: NORMA INDIVIDUAL DE CONDUCTA.
No se extrañen los católicos. No es herejía. Desde los comienzos del Cristianismo, como vamos a ver, ha habido unanimidad entre los teólogos en afirmar que la conciencia moral es la norma, la regla divina de conducta personal o individual. Con otras palabras, que no se puede ir en contra de lo que nuestra conciencia nos dicte en cada caso concreto o particular; que no nos es válido, ni lícito obrar contra ella por obedecer la autoridad de papas, concilios, obispos, gobiernos, filósofos o teólogos.
Los teólogos católicos la definen como “dictamen o juicio del entendimiento práctico que afirma en (un caso) particular si es lícito o ilícito, y por ello que ha de ser puesto (o puede ponerse) u omitido por nosotros”[1].
Y a continuación afirman que “La conciencia es la regla próxima y subjetiva de los actos humanos, que obliga no por sí misma sino en virtud de precepto divino, porque aplica la regla objetiva y remota o la ley al caso particular en orden a la actividad del sujeto… Por donde se concluye que la conciencia es la intimación y como promulgación de la ley en cuanto al acto que se ha de realizar”.[2]
Regla próxima y subjetiva quiere decir que es la regla o norma práctica que ha de guiar a cada sujeto o individuo particular en su conducta o forma de actuar en los casos concretos. Esa es la norma para ese sujeto y no rige para otros. Cada uno tiene su conciencia y cada uno ha de enfocar su conducta por lo que ella le dicte.
Que obliga “en virtud de precepto divino” significa que no es por disposición de una u otra autoridad, por algún convenio humano o cualquier otro motivo, sino porque así está ordenado en la propia ley de Dios, que la crea como singular y próxima (= primera, por encima de las demás) norma de conducta de su poseedor.
Esto lo tenían clarísimo los teólogos de la Edad Media. Así, San Buenaventura (años 1221-1274), nos dice que “la conciencia es como el pregonero de Dios y su mensajero; y lo que dice, no lo manda por sí misma, sino que lo manda, como algo de Dios… y por eso tiene la fuerza de obligar”[3].
Por su parte, Santo Tomás de Aquino (1220-1274), el gran Doctor Angélico, dice que “como quiera que la conciencia no es sino la aplicación del conocimiento (de una ley) al acto, consta que la conciencia dícese que obliga en virtud de precepto divino”[4]. O sea, que está por encima de todo precepto o mandato humano y que por eso hay que seguir a aquella antes que a éste, si se le opone. Así lo leemos en el teólogo moral ya citado, Merkelbach, “se sigue que la conciencia obliga más que el precepto del superior humano”[5].
Más adelante, apoyándose en Santo Tomás, “La conciencia no obliga sino en virtud de precepto (mandamiento) divino… Luego cuando el precepto (mandato, orden) divino obligue contra el precepto del prelado, y obligue más que el precepto del prelado, la obligación de conciencia será mayor que la obligación del precepto del prelado, así la conciencia obligará contra el precepto dado por el prelado”[6]
Y es que para la Teología Moral, “la conciencia de tal modo es la regla de los actos humanos que nunca es lícito que obremos contra ella, tanto si ordena como si prohíbe”[7]. El apóstol San Pablo escribió que “todo lo que no es según conciencia, es pecado”[8].
Aún más, el Concilio Vaticano II en su declaración Dignitatis humanae (De la dignidad humana), en su punto 3, dice: “El hombre percibe y reconoce por medio de su conciencia los dictámenes de la ley divina; conciencia que tiene obligación de seguir fielmente , en toda su actividad, para llegar a Dios, que es su fin. Por tanto, no se le puede forzar a obrar contra su conciencia. Ni tampoco se le puede impedir que obre según conciencia”. En Gaudium et spes (Gozo y esperanza), punto 17, declara que “la dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección”.
Joseph Ratzinger, el actual Papa, inmediatamente antes de la Encíclica Humanae Vitae, 1968, escribía: “Aún por encima del Papa, como expresión vinculante de la autoridad eclesiástica, se halla la propia conciencia, a la que hay que obedecer la primera, si fuera preciso incluso en contra de lo que diga la autoridad eclesiástica. En esta determinación del individuo, que encuentra en la conciencia la instancia suprema y última, libre en último término frente a las pretensiones de cualquier comunidad externa, incluida la Iglesia oficial, se halla a la vez el antídoto de cualquier totalitarismo en ciernes y la verdadera obediencia eclesial se zafa de cualquier tentación totalitaria, que no podría aceptar, enfrentada con su voluntad de poder, esa clase de vinculación última”[9].
Mientras era profesor de Teología en Bonn, sobre el Santo Oficio (Inquisición), del que luego fue Prefecto, escribió: “Escándalo intencionado y por tanto culpable es que, con el pretexto de defender los derechos de Dios, se defienda sólo una situación social determinada y las posiciones de poder en ella conseguidas. Escándalo secundario intencionado y por tanto culpable es que, con el pretexto de defender la inmutabilidad de la fe, no se defienda nada más que el propio estancamiento. Escándalo secundario intencionado y por tanto culpable es que, con el pretexto de proteger la integridad de la verdad, se eternicen opiniones académicas que en un momento se impusieron como cosa natural, pero que ahora llevan tiempo necesitando ser revisadas y que vuelva a plantearse cuáles son ahora las verdaderas exigencias de lo originario. Pero lo peligroso es que este escándalo secundario intencionado constantemente se confunde con el escándalo primario (el Evangelio mismo) y con ello lo hace inaccesible, ocultando la pretensión específicamente cristiana y su gravedad tras las pretensiones de sus mensajeros”[10].
Sin comentarios. Demasiado claro. Revisemos nuestro pasado, lo que nos predicaron, todo aquello que nos hizo sufrir en vano y juzguémoslo en función de cuanto venimos exponiendo y en especial a la luz de estas graves y tajantes afirmaciones del teólogo Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI.
Ante la objeción de que todo lo dicho es únicamente válido para la llamada “conciencia recta” (que no saben lo que es), pero no cuando es errónea, los teólogos morales responden: “La conciencia invenciblemente errónea es accidentalmente regla de actuación”[11]. O sea, que cada individuo ha de atenerse al dictamen de su conciencia, aun cuando ignore que es errónea. No la confundamos con la maliciosa o farisaica, que se inventa una idea o principio de raza, religión, patria, sociedad, economía o similar para justificar guerras, asesinatos, injusticias y corrupciones, como vemos a diario y como el teólogo Ratzinger critica.
Y ¿qué es la conciencia recta? ¿Acaso la de los jerifaltes de la llamada Santa Inquisición cuando torturaban para hacer confesar herejías o brujerías que condenaban a la muerte en la hoguera? ¿Era conciencia recta? El Papa que pidió perdón dijo que no. O los de ese Santo Oficio que metió en el Índice de libros prohibidos a grandes pensadores como Descartes, Spinoza, Kant, Hegel, Bergson por el solo delito, a mi parecer, de no entender su lenguaje filosófico moderno. O del actual (bajo otro nombre) que prohíbe la docencia y la publicación de temas que sólo ellos consideran “peligrosos” para la fe.
Tras el último Concilio se reformaron muchas Constituciones de religiosos y principalmente de religiosas, porque muchas de sus prohibiciones y usos se enfrentaban directamente con la caridad. Y, sin embargo, sus fundadores pensaron obrar con “conciencia recta” al imponer aquellas reglas. Estaba en la moral y en el ambiente de su tiempo. Olvidaron que para el cristiano la norma suprema de la que se derivan todas las demás es la del “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que estos” dijo el Señor[12]. San Pablo comenta: “Lo de no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: amarás al prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud”[13].
¿Qué hacer entonces con las recomendaciones eclesiásticas? Respeto y acatamiento si no van contra nuestra conciencia. Relean las palabras arriba expuestas del teólogo Ratzinger.
Tomás Montull Calvo
Lr. Y Lic. en S. Teología. Doctor en Filosofía.
[1] “Dictum seu iudicium intellectus practici affirmantis actum in particulari esse licitum vel illicitum, et ideo ponendum (vel poni posse) aut omittendum a nobis”. BENEDICTUS HENRICUS MERKELBACH, O.P. Summa Theologia Moralis, t.I, Desclé de Brouwer, Bruges, 1949; pág. 18i9, nº 201.
[2] MERKELBACH, o.c, pág. 191, nº 203.
[3] II Sent., d.39, a.1, q.3.
[4] “Unde cum conscientia nihil aliud sit quam applicatio notitiae ad actum, constat quod conscientia ligare dicitur vi praecepti divini”, Qd. deVeritate. 17, a.3.
[5] O.c., nº 203.
[6] Ibid., a.5.
[7] MERKELBACH, o.c., nº 205.
[8] Romanos XIV, 23.
[9] Cf. HANS KÜNG: Libertad conquistada. Memorias. Edit. Trotta, Madrid, 2003, pág. 568.
[10] El nuevo pueblo de Dios, 1969, pp. 302-321, citado por HANS KÜNG EN LA O. CIT., P. 487.
[11] “Conscientia invincibiliter erronea est per accidens regula agendi”.MERKELBACH, o.c., nº 208.
[12] Marcos 12, 29-31.
[13] Romanos 13, 8-10.
No se extrañen los católicos. No es herejía. Desde los comienzos del Cristianismo, como vamos a ver, ha habido unanimidad entre los teólogos en afirmar que la conciencia moral es la norma, la regla divina de conducta personal o individual. Con otras palabras, que no se puede ir en contra de lo que nuestra conciencia nos dicte en cada caso concreto o particular; que no nos es válido, ni lícito obrar contra ella por obedecer la autoridad de papas, concilios, obispos, gobiernos, filósofos o teólogos.
Los teólogos católicos la definen como “dictamen o juicio del entendimiento práctico que afirma en (un caso) particular si es lícito o ilícito, y por ello que ha de ser puesto (o puede ponerse) u omitido por nosotros”[1].
Y a continuación afirman que “La conciencia es la regla próxima y subjetiva de los actos humanos, que obliga no por sí misma sino en virtud de precepto divino, porque aplica la regla objetiva y remota o la ley al caso particular en orden a la actividad del sujeto… Por donde se concluye que la conciencia es la intimación y como promulgación de la ley en cuanto al acto que se ha de realizar”.[2]
Regla próxima y subjetiva quiere decir que es la regla o norma práctica que ha de guiar a cada sujeto o individuo particular en su conducta o forma de actuar en los casos concretos. Esa es la norma para ese sujeto y no rige para otros. Cada uno tiene su conciencia y cada uno ha de enfocar su conducta por lo que ella le dicte.
Que obliga “en virtud de precepto divino” significa que no es por disposición de una u otra autoridad, por algún convenio humano o cualquier otro motivo, sino porque así está ordenado en la propia ley de Dios, que la crea como singular y próxima (= primera, por encima de las demás) norma de conducta de su poseedor.
Esto lo tenían clarísimo los teólogos de la Edad Media. Así, San Buenaventura (años 1221-1274), nos dice que “la conciencia es como el pregonero de Dios y su mensajero; y lo que dice, no lo manda por sí misma, sino que lo manda, como algo de Dios… y por eso tiene la fuerza de obligar”[3].
Por su parte, Santo Tomás de Aquino (1220-1274), el gran Doctor Angélico, dice que “como quiera que la conciencia no es sino la aplicación del conocimiento (de una ley) al acto, consta que la conciencia dícese que obliga en virtud de precepto divino”[4]. O sea, que está por encima de todo precepto o mandato humano y que por eso hay que seguir a aquella antes que a éste, si se le opone. Así lo leemos en el teólogo moral ya citado, Merkelbach, “se sigue que la conciencia obliga más que el precepto del superior humano”[5].
Más adelante, apoyándose en Santo Tomás, “La conciencia no obliga sino en virtud de precepto (mandamiento) divino… Luego cuando el precepto (mandato, orden) divino obligue contra el precepto del prelado, y obligue más que el precepto del prelado, la obligación de conciencia será mayor que la obligación del precepto del prelado, así la conciencia obligará contra el precepto dado por el prelado”[6]
Y es que para la Teología Moral, “la conciencia de tal modo es la regla de los actos humanos que nunca es lícito que obremos contra ella, tanto si ordena como si prohíbe”[7]. El apóstol San Pablo escribió que “todo lo que no es según conciencia, es pecado”[8].
Aún más, el Concilio Vaticano II en su declaración Dignitatis humanae (De la dignidad humana), en su punto 3, dice: “El hombre percibe y reconoce por medio de su conciencia los dictámenes de la ley divina; conciencia que tiene obligación de seguir fielmente , en toda su actividad, para llegar a Dios, que es su fin. Por tanto, no se le puede forzar a obrar contra su conciencia. Ni tampoco se le puede impedir que obre según conciencia”. En Gaudium et spes (Gozo y esperanza), punto 17, declara que “la dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección”.
Joseph Ratzinger, el actual Papa, inmediatamente antes de la Encíclica Humanae Vitae, 1968, escribía: “Aún por encima del Papa, como expresión vinculante de la autoridad eclesiástica, se halla la propia conciencia, a la que hay que obedecer la primera, si fuera preciso incluso en contra de lo que diga la autoridad eclesiástica. En esta determinación del individuo, que encuentra en la conciencia la instancia suprema y última, libre en último término frente a las pretensiones de cualquier comunidad externa, incluida la Iglesia oficial, se halla a la vez el antídoto de cualquier totalitarismo en ciernes y la verdadera obediencia eclesial se zafa de cualquier tentación totalitaria, que no podría aceptar, enfrentada con su voluntad de poder, esa clase de vinculación última”[9].
Mientras era profesor de Teología en Bonn, sobre el Santo Oficio (Inquisición), del que luego fue Prefecto, escribió: “Escándalo intencionado y por tanto culpable es que, con el pretexto de defender los derechos de Dios, se defienda sólo una situación social determinada y las posiciones de poder en ella conseguidas. Escándalo secundario intencionado y por tanto culpable es que, con el pretexto de defender la inmutabilidad de la fe, no se defienda nada más que el propio estancamiento. Escándalo secundario intencionado y por tanto culpable es que, con el pretexto de proteger la integridad de la verdad, se eternicen opiniones académicas que en un momento se impusieron como cosa natural, pero que ahora llevan tiempo necesitando ser revisadas y que vuelva a plantearse cuáles son ahora las verdaderas exigencias de lo originario. Pero lo peligroso es que este escándalo secundario intencionado constantemente se confunde con el escándalo primario (el Evangelio mismo) y con ello lo hace inaccesible, ocultando la pretensión específicamente cristiana y su gravedad tras las pretensiones de sus mensajeros”[10].
Sin comentarios. Demasiado claro. Revisemos nuestro pasado, lo que nos predicaron, todo aquello que nos hizo sufrir en vano y juzguémoslo en función de cuanto venimos exponiendo y en especial a la luz de estas graves y tajantes afirmaciones del teólogo Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI.
Ante la objeción de que todo lo dicho es únicamente válido para la llamada “conciencia recta” (que no saben lo que es), pero no cuando es errónea, los teólogos morales responden: “La conciencia invenciblemente errónea es accidentalmente regla de actuación”[11]. O sea, que cada individuo ha de atenerse al dictamen de su conciencia, aun cuando ignore que es errónea. No la confundamos con la maliciosa o farisaica, que se inventa una idea o principio de raza, religión, patria, sociedad, economía o similar para justificar guerras, asesinatos, injusticias y corrupciones, como vemos a diario y como el teólogo Ratzinger critica.
Y ¿qué es la conciencia recta? ¿Acaso la de los jerifaltes de la llamada Santa Inquisición cuando torturaban para hacer confesar herejías o brujerías que condenaban a la muerte en la hoguera? ¿Era conciencia recta? El Papa que pidió perdón dijo que no. O los de ese Santo Oficio que metió en el Índice de libros prohibidos a grandes pensadores como Descartes, Spinoza, Kant, Hegel, Bergson por el solo delito, a mi parecer, de no entender su lenguaje filosófico moderno. O del actual (bajo otro nombre) que prohíbe la docencia y la publicación de temas que sólo ellos consideran “peligrosos” para la fe.
Tras el último Concilio se reformaron muchas Constituciones de religiosos y principalmente de religiosas, porque muchas de sus prohibiciones y usos se enfrentaban directamente con la caridad. Y, sin embargo, sus fundadores pensaron obrar con “conciencia recta” al imponer aquellas reglas. Estaba en la moral y en el ambiente de su tiempo. Olvidaron que para el cristiano la norma suprema de la que se derivan todas las demás es la del “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que estos” dijo el Señor[12]. San Pablo comenta: “Lo de no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: amarás al prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud”[13].
¿Qué hacer entonces con las recomendaciones eclesiásticas? Respeto y acatamiento si no van contra nuestra conciencia. Relean las palabras arriba expuestas del teólogo Ratzinger.
Tomás Montull Calvo
Lr. Y Lic. en S. Teología. Doctor en Filosofía.
[1] “Dictum seu iudicium intellectus practici affirmantis actum in particulari esse licitum vel illicitum, et ideo ponendum (vel poni posse) aut omittendum a nobis”. BENEDICTUS HENRICUS MERKELBACH, O.P. Summa Theologia Moralis, t.I, Desclé de Brouwer, Bruges, 1949; pág. 18i9, nº 201.
[2] MERKELBACH, o.c, pág. 191, nº 203.
[3] II Sent., d.39, a.1, q.3.
[4] “Unde cum conscientia nihil aliud sit quam applicatio notitiae ad actum, constat quod conscientia ligare dicitur vi praecepti divini”, Qd. deVeritate. 17, a.3.
[5] O.c., nº 203.
[6] Ibid., a.5.
[7] MERKELBACH, o.c., nº 205.
[8] Romanos XIV, 23.
[9] Cf. HANS KÜNG: Libertad conquistada. Memorias. Edit. Trotta, Madrid, 2003, pág. 568.
[10] El nuevo pueblo de Dios, 1969, pp. 302-321, citado por HANS KÜNG EN LA O. CIT., P. 487.
[11] “Conscientia invincibiliter erronea est per accidens regula agendi”.MERKELBACH, o.c., nº 208.
[12] Marcos 12, 29-31.
[13] Romanos 13, 8-10.
LA COMUNION DE LOS SANTOS ES LA IGLESIA
Carlos: Me preguntaste sobre “la comunión de los santos” y te voy a contestar. Empezaré copiando lo que dice el actual Catecismo de la Iglesia Católica, aprobado por Juan Pablo II.
“946. Después de haber confesado “la Santa Iglesia Católica”, el Símbolo de los Apóstoles añade “la comunión de los santos”. Este artículo es, en cierto modo, una explicitación del anterior: “¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?” (Nicetas, symb. 10). La comunión de los santos es precisamente la Iglesia.”
“947. “Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros… Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que El es la cabeza … Así, el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia” (Santo Tomás, symb. 10). “Como esta Iglesia está gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común” (Catecismo Romano, 1,10,24)”.
Antes de hacer un poco de historia, ten en cuenta que communio en latín tiene el sentido de comunión, sociedad, participación mutua, comunidad o comunión cristiana. Y que Iglesia viene de la palabra griega ekklèsia = convocación, asamblea del pueblo, en general de carácter religioso. Y que el término santos, en San Pablo[1] y escritores de los primeros siglos es el de santificados por el bautismo y los sacramentos; no se refiere a los canonizados sino a todos los fieles de cada comunidad, a todos los cristianos. Así decir “la comunión de los santos de…” equivale a decir “la Iglesia de…”
Ésta idea es la que de modo muy claro expone San Pablo a los Corintios[2], cuando les dice: “Así como siendo el cuerpo uno tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, con ser muchos, son un cuerpo único, así es también Cristo. Porque también todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu, para constituir un solo cuerpo, y todos, ya judíos, ya gentiles, ya siervos, ya libres, hemos bebido del mismo Espíritu. Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos… De esta suerte, si padece un miembro, todos los miembros padecen con él; y si un miembro es honrado, todos los otros a una se gozan. Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo”. “El es la cabeza del cuerpo de la Iglesia” escribe a los colosenses[3].
Precisamente por ello, San Juan nos dirá que “lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros. Y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo”[4].
Este es el concepto de Ekklèsia que vivían los cristianos de los primeros siglos; es decir, aquellos que habían sido discípulos de los Apóstoles o discípulos de éstos; en suma, cuantos participaban de la tradición apostólica en su sentido más espiritual. Se sentían miembros de un solo Cuerpo, en comunión espiritual de unos con otros, participando de la misma fuente de gracia, Cristo, su cabeza. Unidos en caridad. Por esa razón, no encontramos en los primeros símbolos de fe o credos la frase “comunión de los santos”; aparecerá luego, precisamente en las Galias, hacia el 485; o sea, cuando se consideraba a la Iglesia como una institución y los cristianos necesitaban expresar la creencia fundamental de formar parte de un solo Cuerpo, con Cristo como cabeza.
Un poco de historia:
San Rufino, muerto en el 410, por consiguiente “biznieto espiritual” de los Apóstoles, recoge la fórmula que habían usado tanto San Ireneo (muerto en 202), como San Hipólito (m. 235), Tertuliano (m. en 225), Orígenes (m. 254) y en los Canones Hippolyti (entre 200 al 235) y en la que no aparece lo de la comunión de los santos. Es la siguiente:
“Creo en Dios Padre Omnipotente / y en Cristo Jesús, único Hijo suyo, Señor nuestro / que nació del Espíritu Santo y María Virgen / fue crucificado bajo Poncio Pilato y sepultado / (observa que no dice bajó a los infiernos) / al tercer día resucitó de entre los muertos / subió a los cielos / está sentado a la derecha del Padre / ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos / y (creo) en el Espíritu Santo / y en la Santa Iglesia / en el perdón de los pecados / en la resurrección de la carne.”
Tampoco se encuentra en el Ancoratus de San Epìfanio (m. en 403) que nos da esta misma fórmula y otra más larga, exposición teológica de cada uno de los artículos del anterior, y que dice fue realizada por los obispos de la Tarraconense, Cartaginense, Lusitania y Bética, por orden del Papa León dirigida contra el hereje Prisciliano (300-385) y enviada a la Galia.
Ni en el llamado Símbolo de San Atanasio o Quicunque (porque empieza con “quicunque vult salvus esse” = Todo el que quiera salvarse); larga exposición teológica sobre la Trinidad y la encarnación, muerte y resurrección de Cristo; pero sin mención alguna a la comunión de los santos[5].
Así como tampoco está en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano, año 381.
La fórmula comunión de los santos aparece primeramente en Francia (Galia), hacia el 485, con Faustus Reiensis y está en el viejo misal de la Galia (comienzos siglo VIII). Estas gentes no sabían griego; la Iglesia era para ellos una institución, faltaba lo importante: la comunión de los santos; por eso la añaden. Veamos:
Gálico: Creo en Dios Padre Omnipotente / creador del cielo y de la tierra / y en Jesu Cristo, su único Hijo, Señor nuestro / que fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de María Virgen / sufrió bajo Poncio Pilato, crucificado, muerto y sepultado / descendió a los infiernos / al tercer día resucitó de entre los muertos / subió a los cielos / está sentado a la derecha de Dios Padre omnipotente / ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos / creo en el Espíritu Santo / en la santa Iglesia católica / en la comunión de los santos / en el perdón de los pecados / en la resurrección de la carne / y en la vida eterna.
Luego se encuentra ya en el llamado “Símbolo de los Apóstoles más reciente en la forma occidental”, que es narrado por el citado Faustus Reiensis; así como en el Sermo 10 de S,.Cesario de Arlés, Galias (m. 543); en el Sacramentarium Gallicanum (siglos VII-VIII); y documentos posteriores que parten de las Galias.
.La redacción completa del texto que usamos hoy (credo corto), aparece por vez primera en Cesáreo de Arlés, a principios del siglo VI (nota que Arlés está en Francia). Y la redacción larga es el Símbolo Niceno-Constantinopolitano.
El Catecismo de la Iglesia Católica añade unas explicaciones basadas más que en el sentido místico y real de “comunión de los santos” en lo que significa comunicar, participar de un común. Son:
“948. La expresión “comunión de los santos” tiene entonces dos significados estrechamente relacionados: “comunión en las cosas santas” y “comunión entre las personas santas”.
“955. La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales”.
“957. La comunión con los santos. ”No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios”.
El Catecismo Romano de San Pío V, que cumple lo ordenado por el Concilio de Trento, confirma cuanto te vengo exponiendo:
“La comunión de los santos es una nueva explicación del concepto mismo de la Iglesia, una, santa y católica. La unidad del Espíritu, que la anima y gobierna, hace que todo cuanto posee la iglesia sea poseído comúnmente por cuantos la integran. Y así el fruto de todos los sacramentos pertenece a todos los fieles, quienes por medio de ellos –como por otras tantas arterias misteriosas- están unidos e incorporados a Cristo. Y esto de manera especial por el sacramento del bautismo, puerta por la que los cristianos ingresan en la Iglesia… Al bautismo sigue primeramente la Eucaristía y después los demás sacramentos. Y si bien este nombre de comunión conviene a todos ellos, puesto que todos nos unen a Dios y nos hacen partícipes de su vida mediante la gracia, es, sin embargo, más propio de la Eucaristía, que de manera especialísima produce esta comunión”[6].
Tomás Montull Calvo
Lic. y Lr. de S. Teología. Dr. en Filosofía.
[1] Rom. 8, 32; Cor. 16, 17.
[2] I Cor. 12, 13 y ss.
[3] Col., 1,18.
[4] I Joan. 1, 3.
[5] No es de San Atanasio. Según J. Stiglmayr, sería de Fulgencio Ruspensi, o sea hacia finales siglo V.
[6] V. La comunión de los santos. A) significado y valor de este dogma.
“946. Después de haber confesado “la Santa Iglesia Católica”, el Símbolo de los Apóstoles añade “la comunión de los santos”. Este artículo es, en cierto modo, una explicitación del anterior: “¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?” (Nicetas, symb. 10). La comunión de los santos es precisamente la Iglesia.”
“947. “Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros… Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que El es la cabeza … Así, el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia” (Santo Tomás, symb. 10). “Como esta Iglesia está gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común” (Catecismo Romano, 1,10,24)”.
Antes de hacer un poco de historia, ten en cuenta que communio en latín tiene el sentido de comunión, sociedad, participación mutua, comunidad o comunión cristiana. Y que Iglesia viene de la palabra griega ekklèsia = convocación, asamblea del pueblo, en general de carácter religioso. Y que el término santos, en San Pablo[1] y escritores de los primeros siglos es el de santificados por el bautismo y los sacramentos; no se refiere a los canonizados sino a todos los fieles de cada comunidad, a todos los cristianos. Así decir “la comunión de los santos de…” equivale a decir “la Iglesia de…”
Ésta idea es la que de modo muy claro expone San Pablo a los Corintios[2], cuando les dice: “Así como siendo el cuerpo uno tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, con ser muchos, son un cuerpo único, así es también Cristo. Porque también todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu, para constituir un solo cuerpo, y todos, ya judíos, ya gentiles, ya siervos, ya libres, hemos bebido del mismo Espíritu. Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos… De esta suerte, si padece un miembro, todos los miembros padecen con él; y si un miembro es honrado, todos los otros a una se gozan. Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo”. “El es la cabeza del cuerpo de la Iglesia” escribe a los colosenses[3].
Precisamente por ello, San Juan nos dirá que “lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros. Y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo”[4].
Este es el concepto de Ekklèsia que vivían los cristianos de los primeros siglos; es decir, aquellos que habían sido discípulos de los Apóstoles o discípulos de éstos; en suma, cuantos participaban de la tradición apostólica en su sentido más espiritual. Se sentían miembros de un solo Cuerpo, en comunión espiritual de unos con otros, participando de la misma fuente de gracia, Cristo, su cabeza. Unidos en caridad. Por esa razón, no encontramos en los primeros símbolos de fe o credos la frase “comunión de los santos”; aparecerá luego, precisamente en las Galias, hacia el 485; o sea, cuando se consideraba a la Iglesia como una institución y los cristianos necesitaban expresar la creencia fundamental de formar parte de un solo Cuerpo, con Cristo como cabeza.
Un poco de historia:
San Rufino, muerto en el 410, por consiguiente “biznieto espiritual” de los Apóstoles, recoge la fórmula que habían usado tanto San Ireneo (muerto en 202), como San Hipólito (m. 235), Tertuliano (m. en 225), Orígenes (m. 254) y en los Canones Hippolyti (entre 200 al 235) y en la que no aparece lo de la comunión de los santos. Es la siguiente:
“Creo en Dios Padre Omnipotente / y en Cristo Jesús, único Hijo suyo, Señor nuestro / que nació del Espíritu Santo y María Virgen / fue crucificado bajo Poncio Pilato y sepultado / (observa que no dice bajó a los infiernos) / al tercer día resucitó de entre los muertos / subió a los cielos / está sentado a la derecha del Padre / ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos / y (creo) en el Espíritu Santo / y en la Santa Iglesia / en el perdón de los pecados / en la resurrección de la carne.”
Tampoco se encuentra en el Ancoratus de San Epìfanio (m. en 403) que nos da esta misma fórmula y otra más larga, exposición teológica de cada uno de los artículos del anterior, y que dice fue realizada por los obispos de la Tarraconense, Cartaginense, Lusitania y Bética, por orden del Papa León dirigida contra el hereje Prisciliano (300-385) y enviada a la Galia.
Ni en el llamado Símbolo de San Atanasio o Quicunque (porque empieza con “quicunque vult salvus esse” = Todo el que quiera salvarse); larga exposición teológica sobre la Trinidad y la encarnación, muerte y resurrección de Cristo; pero sin mención alguna a la comunión de los santos[5].
Así como tampoco está en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano, año 381.
La fórmula comunión de los santos aparece primeramente en Francia (Galia), hacia el 485, con Faustus Reiensis y está en el viejo misal de la Galia (comienzos siglo VIII). Estas gentes no sabían griego; la Iglesia era para ellos una institución, faltaba lo importante: la comunión de los santos; por eso la añaden. Veamos:
Gálico: Creo en Dios Padre Omnipotente / creador del cielo y de la tierra / y en Jesu Cristo, su único Hijo, Señor nuestro / que fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de María Virgen / sufrió bajo Poncio Pilato, crucificado, muerto y sepultado / descendió a los infiernos / al tercer día resucitó de entre los muertos / subió a los cielos / está sentado a la derecha de Dios Padre omnipotente / ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos / creo en el Espíritu Santo / en la santa Iglesia católica / en la comunión de los santos / en el perdón de los pecados / en la resurrección de la carne / y en la vida eterna.
Luego se encuentra ya en el llamado “Símbolo de los Apóstoles más reciente en la forma occidental”, que es narrado por el citado Faustus Reiensis; así como en el Sermo 10 de S,.Cesario de Arlés, Galias (m. 543); en el Sacramentarium Gallicanum (siglos VII-VIII); y documentos posteriores que parten de las Galias.
.La redacción completa del texto que usamos hoy (credo corto), aparece por vez primera en Cesáreo de Arlés, a principios del siglo VI (nota que Arlés está en Francia). Y la redacción larga es el Símbolo Niceno-Constantinopolitano.
El Catecismo de la Iglesia Católica añade unas explicaciones basadas más que en el sentido místico y real de “comunión de los santos” en lo que significa comunicar, participar de un común. Son:
“948. La expresión “comunión de los santos” tiene entonces dos significados estrechamente relacionados: “comunión en las cosas santas” y “comunión entre las personas santas”.
“955. La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales”.
“957. La comunión con los santos. ”No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios”.
El Catecismo Romano de San Pío V, que cumple lo ordenado por el Concilio de Trento, confirma cuanto te vengo exponiendo:
“La comunión de los santos es una nueva explicación del concepto mismo de la Iglesia, una, santa y católica. La unidad del Espíritu, que la anima y gobierna, hace que todo cuanto posee la iglesia sea poseído comúnmente por cuantos la integran. Y así el fruto de todos los sacramentos pertenece a todos los fieles, quienes por medio de ellos –como por otras tantas arterias misteriosas- están unidos e incorporados a Cristo. Y esto de manera especial por el sacramento del bautismo, puerta por la que los cristianos ingresan en la Iglesia… Al bautismo sigue primeramente la Eucaristía y después los demás sacramentos. Y si bien este nombre de comunión conviene a todos ellos, puesto que todos nos unen a Dios y nos hacen partícipes de su vida mediante la gracia, es, sin embargo, más propio de la Eucaristía, que de manera especialísima produce esta comunión”[6].
Tomás Montull Calvo
Lic. y Lr. de S. Teología. Dr. en Filosofía.
[1] Rom. 8, 32; Cor. 16, 17.
[2] I Cor. 12, 13 y ss.
[3] Col., 1,18.
[4] I Joan. 1, 3.
[5] No es de San Atanasio. Según J. Stiglmayr, sería de Fulgencio Ruspensi, o sea hacia finales siglo V.
[6] V. La comunión de los santos. A) significado y valor de este dogma.
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