lunes, 23 de marzo de 2009

¿Fuego infernal? error de interpreteación histórica

¿FUEGO INFERNAL? ERROR DE INTERPRETACIÓN HISTÓRICA.

Muchos recordamos aquellas catequesis y sermones en los que se nos asustaba con el fuego del Infierno. Aún más, algunos teólogos hablaban de una “pena de daño” o condenación eterna y otra de “sentido”, porque en él seríamos atormentados por el fuego eterno. ¿Un fuego corporal que atormentaría a un espíritu, al alma separada del cuerpo? ¿un “crujir y rechinar de dientes”, cuando el cuerpo se estaba pudriendo en el sepulcro? Los Santos Padres, escritores de los primeros siglos del Cristianismo, se plantearon este problema y muchos afirmaron que esas palabras del Señor no se debían entender en sentido literal sino simbólico de los verdaderos tormentos del Infierno. Pero como San Agustín afirmó que se debían interpretar en sentido literal, todos los teólogos occidentales posteriores a él intentaron explicarlo y este es el caso del gran teólogo y Doctor de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, que cree que ese fuego corporal atormenta a las almas por una especial disposición divina.
Esa creencia de las llamas del Infierno la vemos plasmada ya en los escultores de los capiteles del Románico e igual pintores de la Edad Media, del Renacimiento y casi hasta nuestros días. Y, por supuesto, en los predicadores baratos que todos hemos soportado años ha.
Han sido los estudios e investigaciones sobre las Sagradas Escrituras, durante el pasado siglo, tanto por parte de judíos como de cristianos protestantes y católicos, quienes han arrojado luz sobre el tema.
Cuando Jesús quiso inculcar a los judíos el horror de las penas del Infierno, utilizó dos imágenes que ellos, desde los tiempos del profeta Isaías, tenían muy presentes como símbolo de todos los horrores: la gehenna, donde “el gusano no muere”[1], y el hundimiento y desaparición del valle de Siddim, con Sodoma y Gomorra, donde está el fuego que nunca se apaga, de que hablaba el profeta Isaías
Por supuesto que Jesús no quiso decirles, ni ellos lo entendieron así, que el Infierno estuviera en el valle de Ge Hinnom, ni en el sepultado de Siddim, sino que los horrores del Infierno son peores que los que ellos imaginaban de esos dos lugares.
Es el Evangelio de San Mateo, que está escrito para los judíos, el que nos trae las sentencias y condenas más duras del Señor (Mateo, 5, 21-22)[2]. ¿Por qué? Porque conocía bien a su pueblo. Desde los primeros relatos bíblicos, se usa la repetición de conceptos distintos para inculcar las mismas cosas. Hay que exagerar de una forma sensible todas las ideas que se les quieran enseñar. No era un pueblo de ideas abstractas, sino de imágenes sensibles a través de las cuales se captaba el espíritu de lo que se decía.
San Marcos escribe que si tu mano, tu pie o tu ojo te escandalizan arráncatelos porque será mejor entrar sin ellos en la vida que ser arrojados a la gehenna[3]. Por supuesto, nadie se arrancó nada: porque todos entendían lo que quería indicar. Es la única vez que habla de ello y se explica porque, aun cuando se dirigiera a los conversos de la gentilidad que no podían entender esto, él era judío y su evangelio el de San Pedro, también judío y ambos se movían no sólo entre conversos gentiles sino también judíos. A aquellos bastaba con explicarles que con ello se querían referir al hades.
Algo similar con San Lucas, que tan sólo habla una vez de la gehenna[4]; quizás por concesión a los judíos. San Juan no toca el tema, porque aquellos a quienes se dirige no lo entenderían. Ya no son judíos.
¿Qué eran la Gehenna y el valle de Siddim?
Tras la muerte del rey Salomón su gran reino queda dividido en dos. Aparecen como esposas de sus reyes, primero Jezabel, hija del rey de Tiro y en el otro Atalia, hija de ésta, quienes importan de Tiro sus propios dioses: Baal, Melkaret, Astarté y las sangrientas costumbres de sus sacrificios humanos. Durante unos años, el partido de los judíos ortodoxos o yavehistas[5] intenta salvar el meollo de las costumbres y de la adoración a un solo Dios. Mas en Jerusalén, bajo el reinado de Manasés no sólo reaparecieron los Baal y Astarté, sino que los cultos astrales de Mesopotamia recibieron una nueva consagración. Se adoraba al Sol, a Asur, al ídolo de la flecha y el disco alado, a Ishtar, la reina de las diosas y a otros muchos. Aún más, en el propio Templo de Salomón se erigieron altares para ellos y en sus atrios se practicaba la prostitución sagrada. Conforme a los ritos de Baal-Moloch se quemaron, en sacrificio, a multitud de criaturas jóvenes, en tan gran número que se consagró el Ge Hinnom, el valle de la gehenna, para quemar niños y niñas; el propio rey Manasés sacrificó a uno de sus hijos.
Los judíos ortodoxos o yavehistas estaban horrorizados ante esa barbaridad. En ese valle siempre ardía el fuego, esperando víctimas; un fuego que nunca se acaba, como dice San Mateo y donde el gusano nunca muere, porque siempre hay restos humanos sin consumir.
Murió Manasés, le sucedió su hijo, asesinado dos años después. Subió al trono Josías, quien gobernó durante treinta años. Tenía ocho cuando fue elegido rey, pero el partido de Yaveh se apoderó del poder, mediante una revolución popular y se hizo cargo de la educación del joven rey. Éste patrocinó una vuelta a los principios del yavehismo, limpió de idólatras el templo de Salomón, clausuró el valle de la gehenna, mandó destruir todos los monumentos idolátricos extendidos por su reino, los fetiches cananeos, las estacas sagradas y los menhires de los lugares paganos. E incluso prohibió los cultos provinciales de Yaveh, para reunirlos en el único templo de Jerusaslén. Desde entonces, la gehenna o el valle de la gehenna quedó en la memoria y tradición oral de padres e hijos en Israel como el monumento al horror; el sitio donde todo mal tenía cabida, el mayor lugar de condenación.
Sodoma y Gomorra, junto con las ciudades de Adamá, Seboyim y Segor, eran cinco reinos establecidos en el fértil valle de Siddim, al sureste del Mar Muerto. Se habla de él en la Biblia. Un buen día desapareció, dejando tras de sí una enorme estela de humo y fuego. Los judíos lo atribuyeron a un castigo de Yaveh. La explicación natural es que, a consecuencia de un terremoto, el valle se hundió y fue invadido por el mar. Aún hoy pueden observarse bajo las aguas del mar Muerto los árboles con sus ramas impregnadas de sal. Debajo habría una bolsa de petróleo y gas, la misma que da el betún al Mar Muerto, que explotó y siguió ardiendo durante años, como fuego que nunca se extingue. Todos sus habitantes sucumbieron bajo el fuego. Y esto que, según la Biblia, fue visto por Lot y Abraham, resulta que ocurrió, según los geólogos, precisamente entre los años 1900 y 2000 antes de Cristo, o sea, cuando Lot pastoreaba aquellas tierras.
Y lo que para los judíos eran las dos imágenes más vivas para simbolizar los castigos divinos, fue en cambio para los teólogos occidentales de los siglos IV al XIX, que no conocían Tierra Santa, ni su verdadera historia, costumbres, acaeceres y mentalidad oriental, la causa de que interpretaran con criterio latino de Occidente, en el más riguroso sentido literal, las palabras de Cristo.
Se tropezaron, sí, con la imposibilidad de que algo material, como el fuego, atormentara a un espíritu, el alma y se vieron obligados a recurrir al milagro; lo que dice poco a favor de su concepto de la Sabiduría Divina.
Ahora quedan pendientes dos preguntas: ¿En qué consisten las penas de ese Infierno que ya no tiene fuego? ¿cómo el Dios Padre del hijo pródigo puede castigar a uno de sus hijos por toda la Eternidad?
Mi opinión PERSONAL en un próximo artículo si el Director me lo permite.
Tomás Montull Calvo. Lector y Lic. en S. Teología, Doctor en Filosofía.
[1] “Al salir, verán los cadáveres de los que se rebelaron contra Mi, cuyo gusano nunca morirá y cuyo fuego no se apagará” (Isaías, 66,24).
[2] “… el que diga a su hermano loco comparecerá para la gehenna del fuego” (Mateo, 5, 22). “… a todos los que cometen la maldad, los arrojarán al horno del fuego; allí será el llanto y el rechinar mde dientes” (Mateo, 13, 42); “…apartaos de mi, ¡malditos! Al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles… e irán al suplicio eterno” (Mateo, 25, 31-33).
[3] “…a la gehenna, al fuego inextinguible, donde ni el gusano muere ni el fuego se apaga” (Marcos 9, 43-50). Cf. Mat.18, 8-9
[4] “Temed al que después de haber dado la muerte tiene el poder para echar en la gehenna” (Lucas, 12,5)
[5] Yavehistas = creyentes en Yaveh, único Dios de Israel.

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