R E S P U E S T A S
(Léase después del “Fuego infernal…”)
En el artículo anterior sobre la falsa interpretación de los Evangelios acerca del fuego infernal, quedaron pendientes dos temas: “¿En qué consisten las penas de ese Infierno que ya no tiene fuego? ¿Cómo el Dios Padre del hijo pródigo puede castigar a uno de sus hijos por toda la Eternidad?”
Nadie lo sabe. Pero vamos a examinar qué dice al respecto el Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por el Papa Juan Pablo II y a continuación haremos unas reflexiones socio-filosóficas, con fundamento en la doctrina de los Santos Padres (discípulos de los Apóstoles o discípulos de éstos; es decir como hijos o nietos espirituales de los Apóstoles), que nos puedan llevar a una comprensión racional de lo que puede ocurrir tras la muerte.
1.- Penas del Infierno, según el Catecismo de la Iglesia Católica.
Dice el Catecismo: “1033. Salvo que elijamos libremente amarle, no podemos estar unidos a Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos… Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno”[1].
Y en el nº 1035. “La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad…La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira”.
“1037. Dios no predestina a nadie a ir al infierno; para que esto suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final.”
Resumiendo: No se trata de un lugar, sino de un estado anímico; al que se llega por nuestra libre voluntad de estar separados de Dios, al pecar gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos. Es, pues, una autoexclusión definitiva de estar separados de Dios, por un odio o aversión libre y permanente de la vida, hasta el final. Y, por ello, en modo alguno puede afirmarse que sea “un castigo de Dios” (mentalidad heredada de algunos pasajes del Antiguo Testamento), sino una libre elección.
2.- Reflexiones socio-filosóficas.
Nacemos como seres libres y a partir del momento en que tomamos conciencia de nosotros mismos, nos hemos de hacer como personas. Somos “libertad constitutiva”, es decir un ser-en-el-mundo, que está ahí, se encuentra frente a un sin fin de posibilidades y que ha de ir eligiendo a lo largo de la vida cuáles prefiere y cuáles no, hasta constituir su personalidad. Al morir, quedará hecho, cerrado, de una vez para siempre: todo un pasado y un presente de anhelos, deseos, aspiraciones que quedan como congelados en ese acto, para siempre.
Pero en los momentos de la elección caben dos actitudes: la del que toma conciencia de que es un- ser-en-el-mundo y que por ello está integrado en él y vive con y gracias a él, y la del que se siente un huésped privilegiado de ese mundo y vive sólo para sí; en definitiva, el egoísta egocéntrico: aquel que a lo largo de su vida utiliza a las personas, a la sociedad para su medro personal; sin importarle el dolor que pueda causar a sus semejantes.
En la práctica, sabemos que se suele pasar con frecuencia de un extremo al otro. Las exigencias de nuestro cuerpo, de nuestra posición familiar y social, los avatares del mundo que nos rodea nos obligan a reflexionar, a poner los pies en el suelo y a rectificar nuestra conducta cuando se vuelve antisocial. En este caso, no hay empecinamiento en una actitud egocéntrica, de creerse único en el mundo, con derecho a pisotear a los demás, para que sean escabel de nuestro ascenso. En suma: ha habido debilidades, pero no una conducta que se oponga a aquel mandato del Señor: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, y por ello no hay una actitud permanente de obrar (pecar) contra los otros.
Sin embargo, el mundo está lleno de personas que han escogido el otro camino, el del egoísmo egocéntrico, creer que este mundo es para “los listos”, que saben aprovecharse de los demás, sin importarles que para eso haya que pisotearles, humillarles; utilizarles como medios y no como fines; diría el gran filósofo Manuel Kant[2]. Sus triunfos les conducen a la soberbia y a la envidia, con lo que conlleva de odio hacia aquellos otros que son más que ellos o que les han impedido trepar.
Aman a su esposa en tanto en cuanto les adora y les sirve para estimular su “ego”; a sus hijos, siempre y cuando saquen buenas notas, triunfen, sean modelos, porque de lo contrario, se sienten humillados y los expulsan de sus hogares (todos conocemos casos así); al club, al partido, a la sociedad en tanto en cuanto les sirva para loar su valía y para su engreimiento personal. Pero, odian y rechinan los dientes de rabia por la envidia que les produce cualquier triunfo de los otros. Pierden hasta el color de su cara. Se han engreído de tal modo que se consideran dioses o poco menos; por supuesto, más inteligentes, más listos que los demás y que todos ellos están para servirles.
Y esto, seamos realistas, se encuentra a todos los niveles: desde el simple amo que tiene unos jornaleros, o el capataz de una obra, el jefecillo de negociado con sus subordinados, el guardia de circulación que nos pilla en falta, hasta el gran capitalista, el general o el ministro, que se considera infalible desde el momento en el que el dedo del Jefe le señaló para el cargo.
El gran filósofo francés, padre del existencialismo, que negaba a Dios y odiaba hasta la existencia de su idea, estaba convencido de que: “El proyecto fundamental de la realidad humana es que el hombre es el ser que proyecta ser Dios… Ser hombre es tender a ser Dios; o si se prefiere, el hombre es fundamentalmente el deseo de ser Dios… el hombre es una pasión inútil[3], (puesto que no lo consigue).
3.- Consecuencias teológicas.
Ya no cabe vuelta atrás. La muerte nos deja tal y como somos y hemos vivido, cual fotografía eterna. Pero una fotografía viva, sin posibilidad de cambio. Si no lo comprendemos es porque nos imaginamos el mundo de los espíritus, la otra vida, similar a ésta; es decir, sometido al tiempo. Y no hay nada de eso. No hay tiempo, no hay un antes y un después (ni tampoco Dios es un anciano con luenga barba), todo es ahora, este momento, que a los ojos de los humanos que vivimos acá, es una eternidad. Allá no es el momento del cambio; lo hecho, hecho está.
Así, San CLEMENTE ROMANO, discípulo de los Apóstoles, hacia el año 150, escribe: “Mientras estamos en este mundo, hagamos penitencia con todo el corazón por todos los pecados que llevamos con la carne, a fin de que seamos salvados por Dios, mientras dure el tiempo de la penitencia. Pues en cuanto salgamos de este mundo no podremos ya confesar, ni hacer penitencia”[4]
ORÍGENES (186-254), discípulo de los discípulos del Señor, afirma que “mientras estamos en esta vida, nos formamos de barro nuestro vaso, por así decirlo, al modo de los alfareros, y nos formamos o para la malicia o para la virtud. Verdaderamente, cuando así nos formamos, acontece que o nuestra malicia es aplastada para que surja una criatura mejor, o que nuestro progreso se deshaga, después de estar formado, en un vaso de barro. Sin embargo, cuando pasado este siglo, habremos llegado al fin de la vida, entonces seremos quemados, bien por el fuego de los dardos del maligno, dondequiera que estemos, bien por el fuego divino (pues nuestro Dios es fuego que consume)…si hubiéramos sido malos vasos, no podríamos ser renovados, ni nuestra estructura podría hacerse mejor. Por lo cual, mientras estamos aquí y como en la mano del alfarero, aunque el vaso cayera de sus manos, podría repararse y renovarse”[5]
SAN CIPRIANO (200-258), “Una vez salidos de este mundo, ya no habrá lugar para la penitencia, ni efecto alguno de satisfacción. En este mundo, la vida o se pierde o se asegura… Durante este mundo, mientras sigue la posibilidad de penitencia, no haya tardanza. Es evidente que es posible lograr la indulgencia de Dios y que la verdad es accesible fácilmente parda quienes la buscan y la entienden… La confesión no se da en los infiernos, ni nadie puede ser obligado por nosotros a la penitencia, puesto que ha sido substraído al fruto de la penitencia”[6]
Podríamos seguir con más citas. Sin embargo, una cosa queda clara, que con la muerte y, por lo mismo, abandono del cuerpo, el alma, espíritu puro queda como sellada; lo que amó en el momento de la muerte lo amará eternamente, con un amor infinito, sin posibilidad de cambio, ya que éste lo proporcionaba el cuerpo.
Ese soberbio, que ha pretendido ser Dios, pasión o sueño inútil, se encuentra ahora amándose a sí mismo de modo infinito y eterno, pero al par siente un inmenso e infinito vacío en sí, Dios, que es la felicidad que siempre, en vida mortal, soñó y creyó hallar en sus triunfos. Es una “ausencia activa”. Como la que se siente cuando tu padre, tu madre, esposa o hijo fallecen. El hueco, el dolor es profundo; pero las exigencias de tu cuerpo y las del mundo en que vives te distraen y amortiguan. Aquí ya no, aquí nada te distrae; sigue, pero con una fuerza infinita, como gusano que le corroe las entrañas y que “ni muere”, ni el fuego que provoca se apaga[7], según dice el Evangelio. He aquí, a mi entender, lo que los teólogos llaman “pena de daño o de condenación eterna”: la ausencia de Dios, que es paz, felicidad, amor, por toda la Eternidad.
Hay otra, producto de su soberbia y de su envidia: odió a cuantos le disminuían y les hizo cuanto mal pudo; pues bien, aquí odiará a miles de millones como él, quienes a su vez le corresponderán con la misma medida. ¿Se puede comparar esto con el “chirriar de dientes” evangélico? Para mí, éste es el, equivalente a lo que los teólogos llaman “pena de sentido”.
¿Perdón de Dios? ¡Imposible! No hay nada que perdonar; puesto que no es un castigo, sino la libérrima elección de ese individuo,; ahorfa con un amor infinito y eterno. El propio Dios que se obligó en vida a respetar su libertad, no puede ahora violentar su voluntad; esa alma se rebelaría. No lo quiere. Siempre se amó a sí mismo por encima de Dios y de todos los hombres y sigue firme, eterna e infinitamente en su obcecación. En la vida, el Señor le puso multitud de situaciones que le llevaran a reflexionar y con ello rectificar su camino. No quiso verlas. Las despreció. Eligió un camino hasta el final, ése fue su amor, que permanece eternamente.
Con esto creo he respondido a las dos preguntas pendientes del artículo anterior. Y, como entonces, repito que todo esto es elucubración PERSONAL. ¿También de otros teólogos? Es posible, aunque lo ignoro. En todo caso, es lo que considero más racional, más de sentido común.
Tomás Montull Calvo
Lector y Lic. en S. Teología. Doctor en Filosofía.
[1] El destacar con negrillas es cosa mía, no figura en el Catecismo.
[2] 1724-1804, Fundamento…, edic. Academ. Berlín, pp. 279, 292, 436.
[3] J-P. SARTRE: L’être et le néant, Gallimard, Paris, 1943, pp. 653-654 ; 707-708.
[4] “Epistola ad Corintios, II, Rouët de Journël, 103.
[5] In Ieremiam homiliae, Rouët de Journel, n. 487.
[6] Ad Demetrium, Rouët de Journel, n. 560.
[7] Cf. Isaías, 66, 24; Mateo, 25, 31-33.
martes, 7 de abril de 2009
sábado, 28 de marzo de 2009
onanismo
ONANISMO: PSEUDO-PECADO INVENTO DE EUGENIO PACELLI.
Un grupo de profesores jesuitas del Colegio Lateranense, donde estudian los aspirantes a entrar en la diplomacia vaticana, allá por los últimos años del siglo XIX, que se caracterizaron por el entretenimiento en los detalles, sugirió la idea de que la cópula matrimonial sólo podía realizarse sin pecado cuando iba ordenada a la generación de la prole.
Naturalmente, ningún teólogo lo admitió, ya que estaba en abierta contradicción con la doctrina eclesiástica, que habla considerado santo y bueno el matrimonio, así como la copulación; especialmente contra las herejías maniqueas y, por los territorios de la Corona de Aragón, en el lado francés, contra cátaros y albigenses (siglo XII), que afirmaban ser pecado las bodas y cualquier placer carnal derivado del matrimonio. Con esos profesores estudió Eugenio Pacelli.
Un buen día, ese señor, convertido en Papa Pió XII, se descolgó en un discurso a las matronas romanas hablando del pecado de "onanismo" en el que incurrían todos los matrimonios que copularan sin buscar directa y primariamente la generación de la prole.
A continuación, ordenó que esto fuera doctrina común en toda la Iglesia (sin atreverse a definirlo ex cathedra) y amenazó con gravísimas penas eclesiásticas a quienes discreparan o defendieran lo contrario.
Este hombre se había tomado muy en serio lo de Vicario de Cristo (cuando en realidad era sucesor de San Pedro, quien nunca se tuvo por Vicario de Cristo)[1] y lo había extrapolado hasta el extremo de considerarse superior a todos los seres de la Tierra, sin tener que consultar a nadie, ni dar cuenta a nadie más que a Dios y con autoridad y potestad para exponer doctrinas en todas las ramas de la cultura: Física, Astronomía, Química, Medicina, Biología, Arte, Literatura... (para eso tenía un equipo de 90 jesuitas que le hacían los discursos)[2]
Así ocurrió en este caso. Para un asunto tan grave que afectaba a millones de matrimonios católicos y que era una innovación muy seria en la Iglesia, cualquier otro Papa hubiera reunido en consulta a un Sínodo de Obispos. El no. Se consideraba infalible, muy por encima de los demás mortales y no necesitaba el consejo de nadie. El estaba en la Verdad, tenía toda la Verdad y nada más que la Verdad. Era el Administrador de la Verdad. Era el Vicario de Cristo.
Murió y vino Juan XXIII que convocó el Concilio Vaticano II, con la intención de reformar y eliminar de la considerada "doctrina cristiana" muchas de las adherencias nefastas, perjudiciales o al menos onerosas que impedían una actualización de esa doctrina en nuestro siglo. Salvo algunos españoles e italianos, la mayoría de los obispos del mundo estaban en desacuerdo con aquel discurso, pero como no se atrevían a decir que Pio XII se había equivocado, utilizaron una fórmula que indirectamente venía a decir lo mismo y fue proclamar el derecho de todos los matrimonios para planificar el número de hijos que podían tener; al par que el silencio más absoluto sobre el onanismo.
¿Fundamento en la Sagrada Escritura para afirmar que el acto conyugal sin buscar la "generación" es un pecado como el de Onan?
Eso afirmaron los apologetas de esta decisión pontificia. Pero, como veremos, el pecado de Onan no fue de sexo, sino contra la -justicia y la caridad. Cuando los judios elaboraron sus costumbres y leyes no creían en la inmortalidad del alma (esa creencia comenzó, en ellos, entre 500 v 400 años antes de Cristo ) y por eso buscaban la memoria o recuerdo de los hombres, la duración del linaje, a través de los hijos. Para que esa memoria o perpetuación de linaje no la perdiera el casado que moría sin hijos, establecieron que en estos casos el padre debía casar a un hijo soltero con la viuda y el primer hijo que tuvieran sería del muerto. O también que el padre debía ordenar a un hijo suyo que copulara con la viuda, a fin de que el hermano muerto tuviera un hijo, tuviera descendencia. Y ahora leamos lo que la Biblia dice al respecto[3]."
“Tomó Judá para Er, su primogénito, una mujer llamada Tamar. Er, primogénito de Judá, fue malo a los ojos de Yavé, y Yavé le mató. Entonces dijo Judá a Onan: Entra a la mujer de tu hermano y tómala, como cuñado que eres, para suscitar prole a tu hermano. Pero Onan, sabiendo que la prole no sería suya, cuando entraba a la mujer de su hermano se derramaba en tierra, para no dar prole a su hermano. Era malo a los ojos de Yavé lo que hacía Onan, y le mató también a él.”
Es evidente que lo que tenemos aquí es un pecado contra la justicia y la caridad. Contra la justicia, porque tenía el deber, según ley judaica, de dar un hijo a su hermano y expresamente consta que no quería dárselo. Y contra la caridad, porque se negaba a este acto de amor para con el hermano.
En todo caso, no es un acto carnal dentro del matrimonio, ya que no estaban casados. Por consiguiente, no se puede aplicar a los casados, para poder declarar pecado mortal el acto conyugal en el que no se busque primaria y fundamentalmente la generación de prole.
Ni en los Evangelios, ni en las Epistolas de los Apóstoles se toca este tema, de cerca ni de lejos. Antes bien, en la Epístola I a los Corintios[4], San Pablo da por supuesto lo contrario:
"Bueno es al hombre no tocar mujer; mas por evitar la fornicación, tenga cada uno su mujer y cada una tenga su marido. El marido rinda el débito (conyugal) a la mujer, e igualmente la mujer al marido. La mujer no es dueña de su propio cuerpo: es el marido; e igualmente el marido no es dueño de su propio cuerpo: es la mujer. No os defraudéis el uno al otro, a no ser de común acuerdo por algún tiempo, para daros a la oración, y de nuevo volved al mismo orden de vida, a fin de que no os tiente Satán".
Los comentaristas de la traducción[5], dicen "Todos los moralistas enumeran entre los bienes del matrimonio el de ser remedio de la concupiscencia".
Tampoco hay una sola señal en los Padres Apostólicos, es decir, aquellos que fueron discípulos de los Apóstoles y que escriben cartas a sus iglesias o a otras de apoyo, exhortación, consejo, resolución de problemas, etc. Ni tampoco en los demás Padres v escritores de los primeros siete siglos de la Iglesia, y eso que tratan frecuentemente del matrimonio, para defender su bondad y grandeza, su santidad incluso, frente a las doctrinas gnósticas, que pulularon durante los cuatro primeros siqlos y que condenaban las nupcias, el matrimonio en si v la generación de hijos; como algo esencialmente malo. El gnóstico debía abstenerse de todas esas obras de la carne, del mal.
Lo doctrina general de todos los Padres y escritores católicos de esos siglos se sitúa en la línea de defender el matrimonio como algo natural, santo y necesario para la procreación y el remedio de la concupiscencia; llegando a afirmar que el marido que (según costumbre judaica) despedía a la mujer pecaba, porque la privaba de satisfacer su libido y por lo mismo la impulsaba a echarse en brazos de otro. Normalmente aprovechan sus comentarios sobre el milagro en las bodas de Cana de Galilea, para afirmar y recalcar esa santidad del matrimonio.
El propio San Agustín (354-430), escribe: "Luego el bien del matrimonio, que incluso el Señor confirmó en el Evangelio... no me parece a. mi que sea por la sola procreación de los hijos, sino también por la misma conjunción natural en diverso sexo ... Tienen esto de bueno los matrimonios, y es que la incontinencia carnal y juvenil, incluso cuando es viciosa, se reconvierte a la honestidad de la propagación de la prole, a fin de que partiendo del mal de la libido la cópula conyugal realice algo bueno[6]." De bono coniugali, c.3,n.3
"Sean amados en las nupcias los (bienes) nupciales: prole, fidelidad y sacramento. Pero la prole, no sólo para que nazca, sino para que renazca... a la vida (eterna)"[7].
Y en Orígenes (185-254) algo más profundo: "Ciertamente, aquel que se abstiene de la esposa, hace frecuentemente que ella cometa adulterio, puesto que no satisface su libido, incluso si lo hiciera movido por la idea de una mayor santidad o castidad; y éste acaso sea digno de mayor reprensión, ya que, siendo potente, hace que (la mujer) adultere, no satisfaciendo su libido, que aquel otro que sin causa de estupro, sino por hechicería, asesinato u otro crimen mas grave, la repudio"[8].
En los SS.PP., el matrimonio no sólo era para engendrar y educar hijos (a eso se llama "procreare", de otro modo dirían "generare", que lo hacen también los animales v no son matrimonio) sino también para el remedio de la concupiscencia de ambos cónyuges, para satisfacerse mutuamente su libido.
En Santo Tomás de Aquino (s.XIII), Doctor de la Iglesia, y la mayor autoridad teológica, en quien culmina toda la doctrina y tradición de siglos anteriores, hallamos un texto muy expresivo: "Sólo por dos modos los cónyuges copulan sin ningún pecado: a saber: por causa de procrear la prole, y de devolución del débito conyugal"[9] (Suplemento a la Suma Teológica, cuestión XLIX, art° 5°). Veámoslo más extensamente:“
”A la manera como los bienes del matrimonio (procreación de la prole, fidelidad y sacramento) en cuanto que habituales, hacen el matrimonio honesto y santo; así también, en cuanto están en la intención actual, hacen el acto del matrimonio honesto, en cuanto a aquellos dos bienes del matrimonio que se refieren a este acto. Por consiguiente, cuando los cónyuges copulan por causa de procrear la prole, o para devolverse mutuamente el débito (se llama "débito" porque al casarse se hacen mutuamente donación de sus cuerpos) ; lo que a la fidelidad pertenece, están totalmente excusados de pecado. Pero el tercer bien (sacramento) no pertenece al uso del matrimonio, sino a su esencia, como ya se ha dicho. Por consiguiente, hace el mismo matrimonio honesto: no precisamente su acto, en tal forma que por esto su acto sea sin pecado, sino porque copulan por causa de alguna significación. Y por tanto, por dos solos modos los cónyuges sin pecado copulan: a saber, por causa de la procreación de la prole, y de devolver el débito". Procreación en él es, como en los Santos Padres, no sólo generar sino sobre todo educar, ayudarse mutuamente a formar los hijos y esto requiere tiempo y el amor mutuo entre los esposos es imprescindible para llevar a buen término esta labor.
En Ad 2m escribe que "si alguien por el acto del matrimonio intenta evitar la fornicación en el cónyuge (por fornicación entienden ir con otra u otro), no es pecado alguno; porque esto es una cierta devolución del débito, que pertenece al bien de la fidelidad. Pero si intenta evitar la fornicación en si, entonces hay ahí una superficialidad. Y según esto es pecado venial”. Falta el amor, la unión de corazones entre los esposos. Aún así lo califica de venial.
En el artículo 4, escribe “si el deleite es buscado más allá de la honestidad del matrimonio, a saber, cuando alguien en el cónyuge no atienda el que es su cónyuge, sino sólo que es mujer, dispuesto a hacer con ella lo mismo que si no fuese su cónyuge, es pecado mortal… porque ese ardor se realiza fuera de los bienes del matrimonio (claro! falta el amor)… Pero si el deleite se busca dentro de los límites del matrimonio, a saber, que tal deleite no se busca en otra que no sea la cónyuge, entonces es pecado venial.” Se trata de obrar por puro placer, no por amor de la esposa o por la mutua satisfacción; porque en la respuesta a la segunda de las objeciones que le ponen dice que no es pecado "el placer del acto matrimonial".
Después de Sto. Tomás ha habido unanimidad en el seguimiento de esta doctrina. Por eso no vale la pena traer aquí textos de los grandes teólogos posteriores,
En suma: la doctrina Pacelli no tiene fundamento en la Sagrada Escritura ni en la Tradición de la Iglesia, por lo que no pudo aportar argumento alguno en su favor. Sin embargo, sus defensores argüían que en Santo Tomás se dice que el fin primario del matrimonio es la procreación, lo que les permitía deducir que sólo en orden a la generación se podía copular.
Erraban, porque procrear en Sto. Tomás es no sólo engendrar (lo hacen también los animales) sino educar y formar a los hijos; como hemos visto era la idea de los Santos Padres y San Agustín. Pero es que además, el Santo en la parte filosófica, cuando le preguntan por los fines del matrimonio dice que "según el Filósofo (Aristóteles, siglo IV antes de Cristo) el fin primero es la procreación", pero añade, no como secundarios sino que otros fines son el remedio de la concupiscencia y el mutuo amor de los esposos para sobrellevar las cargas del matrimonio.
La razón natural, según Sto. Tomás inclina de dos modos: “Primero, en cuanto a su fin principal, que es el bien de la prole. Pues no intenta la naturaleza sólo la generación de la prole, sino la conducción y promoción hasta el estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de la virtud… Segundo, en cuanto al fin secundario del matrimonio, que es la mutua entrega de sí mismos entre los cónyuges”[10]
“Aun cuando el acto matrimonial por la corrupción de la concupiscencia parezca un acto desordenado, sin embargo por el bien del matrimonio se excusa del todo (a toto), a fin de que no sea pecado”.[11] Aún más: “Si al acto matrimonial induce bien sea la virtud de la justicia, a fin de que devuelva el débito; bien la de la religión, a fin de que la prole sea procreada para el culto de Dios; es meritorio”.[12]
Por último, para no recargar más con citas: “La causa final del matrimonio se puede entender de dos modos, a saber, por sí mismo (per se) y por razón de circunstancias (per accidens). Por sí mismo ciertamente la causa del matrimonio es aquello a lo que el matrimonio está por sí mismo ordenado: y esto siempre es bueno, a saber, la procreación de la prole y evitar la fornicación. Per accidens la causa final de determinado matrimonio puede ser algo que los contrayentes busquen fuera del matrimonio”[13] (¿poder? ¿unir dos patrimonios?...)
Aristóteles por supuesto no habló de estos otros fines; esos los saca Santo Tomás de los Santos Padres y de su personal opinión. Para el griego Aristóteles estaba claro que la única razón por la que se casaba el hombre libre era para tener hijos, pues los de la esclava nacían esclavos. Para remedio de la concupiscencia tenía las jóvenes esclavas nublas y los efebos. Para charlar tenía a sus amigos y discípulos.
Pero cuando Santo Tomás habla del sacramento del matrimonio (parte teológica), entonces se fija primaria y fundamentalmente en la “gracia unitiva”, que santifica todos los actos de amor de los esposos y que les ayuda a sobrellevar las cargas de esta vida para ganar el Cielo.
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¡Cuánto daño y sufrimiento causó Pacelli a millones de matrimonios católicos! Muchos se rebelaron contra lo que les parecía irracional, anti natural y abandonaron los sacramentos, enfriaron su fe y se refugiaron en la creencia en un Dios Padre, que no exige ciertas ligaduras absurdas o se apartaron definitivamente de la Iglesia e incluso de la fe cristiana, para caer en el agnosticismo.
Los buenos profesores de Teología Moral podrían haberles hablado de la “libertad de conciencia”,[14] ante juicios, mandatos o normas, incluso de los superiores religiosos, para discernir que todo aquello que va contra el sentido común o la razón natural no se está obligado a cumplir; ya que la conciencia personal es la regla próxima e inmediata de moralidad para el individuo, la voz de Dios (de ese Dios que, según San Pablo, está inmerso en el corazón de cada hombre), que aplica a un acto práctico concreto la norma general. Y es que el Dios de la Revelación no puede estar en contra del de la Ley Natural, que está implantada, por ese mismo Dios, en la razón de cada uno.
¿Por qué no lo hicieron esos profesores? Por miedo al castigo eclesiástico ordenado por el Papa Pacelli: se les suspendería para el ejercicio del sacerdocio en todas sus actividades; es decir, se les quitaría la razón de su entrega al Señor. ¿Y los sacerdotes “de a pie”, o sea, los que cargan con el trabajo diario de sufrir oyendo a sus feligreses acusarse de aquello que en verdad no es pecado? Unos, por la misma razón que los profesores dichos; otros, por ignorancia, por una estricta interpretación del voto de obediencia.
Tomás Montull Calvo, Lector y Licenciado en S. Teología y Doctor en Filosofía
[1] El primero que se adjudicó este título fue Bonifacio VIII (años 1294-1303), afirmando que Pedro es el Vicario de Cristo; con lo que sus sucesores también. De lo cual deducía que toda potestad temporal debía sujetarse a la espiritual, que puede instituir a aquella en su poder, juzgarla e incluso deponerla si es mala. Pero a la suprema potestad espiritual sólo la puede juzgar Dios (Dz.468)
Vicario = Quien hace las veces de Cristo. Así, el sacerdote al consagrar o al dar la absolución; es Cristo quien habla por él. San Pedro sólo fue instituido Cabeza de la Iglesia.
[2] Bonifacio VIII añade: “Porro subesse Romano Pontifici omni humanae creaturae declaramus, dicimus, definimus et pronuntiamus omnino de necesítate salutis” (Declaramos, decimos, definimos y pronunciamos como de absoluta necesidad para la salvación que todas las criaturas humanas están sometidas al Romano Pontífice). Pacelli ni siquiera usó el término “definición”.
[3] Génesis 38, 6-10
[4] 7,2
[5] Sagrada Biblia, BAC, Madrid, 1949.
[6] De bono conjugali, c.3, n.3
[7] De nuptiis et humana concupiscentia, L.1, c.17, n.19.
[8] In Matthaeum commentarii, c.14, n.24.
[9] Suplemento a la Suma Teológica, cuest. XLIX, artº 5º.
[10] Suppl.q.41, a.1c.
[11] Ibid., ad 4m.
[12] Suppl. 41,4,c.
[13] Id., 48, 2c.
[14] Ver, al principio el blog “Teología, obrfa humana”
Un grupo de profesores jesuitas del Colegio Lateranense, donde estudian los aspirantes a entrar en la diplomacia vaticana, allá por los últimos años del siglo XIX, que se caracterizaron por el entretenimiento en los detalles, sugirió la idea de que la cópula matrimonial sólo podía realizarse sin pecado cuando iba ordenada a la generación de la prole.
Naturalmente, ningún teólogo lo admitió, ya que estaba en abierta contradicción con la doctrina eclesiástica, que habla considerado santo y bueno el matrimonio, así como la copulación; especialmente contra las herejías maniqueas y, por los territorios de la Corona de Aragón, en el lado francés, contra cátaros y albigenses (siglo XII), que afirmaban ser pecado las bodas y cualquier placer carnal derivado del matrimonio. Con esos profesores estudió Eugenio Pacelli.
Un buen día, ese señor, convertido en Papa Pió XII, se descolgó en un discurso a las matronas romanas hablando del pecado de "onanismo" en el que incurrían todos los matrimonios que copularan sin buscar directa y primariamente la generación de la prole.
A continuación, ordenó que esto fuera doctrina común en toda la Iglesia (sin atreverse a definirlo ex cathedra) y amenazó con gravísimas penas eclesiásticas a quienes discreparan o defendieran lo contrario.
Este hombre se había tomado muy en serio lo de Vicario de Cristo (cuando en realidad era sucesor de San Pedro, quien nunca se tuvo por Vicario de Cristo)[1] y lo había extrapolado hasta el extremo de considerarse superior a todos los seres de la Tierra, sin tener que consultar a nadie, ni dar cuenta a nadie más que a Dios y con autoridad y potestad para exponer doctrinas en todas las ramas de la cultura: Física, Astronomía, Química, Medicina, Biología, Arte, Literatura... (para eso tenía un equipo de 90 jesuitas que le hacían los discursos)[2]
Así ocurrió en este caso. Para un asunto tan grave que afectaba a millones de matrimonios católicos y que era una innovación muy seria en la Iglesia, cualquier otro Papa hubiera reunido en consulta a un Sínodo de Obispos. El no. Se consideraba infalible, muy por encima de los demás mortales y no necesitaba el consejo de nadie. El estaba en la Verdad, tenía toda la Verdad y nada más que la Verdad. Era el Administrador de la Verdad. Era el Vicario de Cristo.
Murió y vino Juan XXIII que convocó el Concilio Vaticano II, con la intención de reformar y eliminar de la considerada "doctrina cristiana" muchas de las adherencias nefastas, perjudiciales o al menos onerosas que impedían una actualización de esa doctrina en nuestro siglo. Salvo algunos españoles e italianos, la mayoría de los obispos del mundo estaban en desacuerdo con aquel discurso, pero como no se atrevían a decir que Pio XII se había equivocado, utilizaron una fórmula que indirectamente venía a decir lo mismo y fue proclamar el derecho de todos los matrimonios para planificar el número de hijos que podían tener; al par que el silencio más absoluto sobre el onanismo.
¿Fundamento en la Sagrada Escritura para afirmar que el acto conyugal sin buscar la "generación" es un pecado como el de Onan?
Eso afirmaron los apologetas de esta decisión pontificia. Pero, como veremos, el pecado de Onan no fue de sexo, sino contra la -justicia y la caridad. Cuando los judios elaboraron sus costumbres y leyes no creían en la inmortalidad del alma (esa creencia comenzó, en ellos, entre 500 v 400 años antes de Cristo ) y por eso buscaban la memoria o recuerdo de los hombres, la duración del linaje, a través de los hijos. Para que esa memoria o perpetuación de linaje no la perdiera el casado que moría sin hijos, establecieron que en estos casos el padre debía casar a un hijo soltero con la viuda y el primer hijo que tuvieran sería del muerto. O también que el padre debía ordenar a un hijo suyo que copulara con la viuda, a fin de que el hermano muerto tuviera un hijo, tuviera descendencia. Y ahora leamos lo que la Biblia dice al respecto[3]."
“Tomó Judá para Er, su primogénito, una mujer llamada Tamar. Er, primogénito de Judá, fue malo a los ojos de Yavé, y Yavé le mató. Entonces dijo Judá a Onan: Entra a la mujer de tu hermano y tómala, como cuñado que eres, para suscitar prole a tu hermano. Pero Onan, sabiendo que la prole no sería suya, cuando entraba a la mujer de su hermano se derramaba en tierra, para no dar prole a su hermano. Era malo a los ojos de Yavé lo que hacía Onan, y le mató también a él.”
Es evidente que lo que tenemos aquí es un pecado contra la justicia y la caridad. Contra la justicia, porque tenía el deber, según ley judaica, de dar un hijo a su hermano y expresamente consta que no quería dárselo. Y contra la caridad, porque se negaba a este acto de amor para con el hermano.
En todo caso, no es un acto carnal dentro del matrimonio, ya que no estaban casados. Por consiguiente, no se puede aplicar a los casados, para poder declarar pecado mortal el acto conyugal en el que no se busque primaria y fundamentalmente la generación de prole.
Ni en los Evangelios, ni en las Epistolas de los Apóstoles se toca este tema, de cerca ni de lejos. Antes bien, en la Epístola I a los Corintios[4], San Pablo da por supuesto lo contrario:
"Bueno es al hombre no tocar mujer; mas por evitar la fornicación, tenga cada uno su mujer y cada una tenga su marido. El marido rinda el débito (conyugal) a la mujer, e igualmente la mujer al marido. La mujer no es dueña de su propio cuerpo: es el marido; e igualmente el marido no es dueño de su propio cuerpo: es la mujer. No os defraudéis el uno al otro, a no ser de común acuerdo por algún tiempo, para daros a la oración, y de nuevo volved al mismo orden de vida, a fin de que no os tiente Satán".
Los comentaristas de la traducción[5], dicen "Todos los moralistas enumeran entre los bienes del matrimonio el de ser remedio de la concupiscencia".
Tampoco hay una sola señal en los Padres Apostólicos, es decir, aquellos que fueron discípulos de los Apóstoles y que escriben cartas a sus iglesias o a otras de apoyo, exhortación, consejo, resolución de problemas, etc. Ni tampoco en los demás Padres v escritores de los primeros siete siglos de la Iglesia, y eso que tratan frecuentemente del matrimonio, para defender su bondad y grandeza, su santidad incluso, frente a las doctrinas gnósticas, que pulularon durante los cuatro primeros siqlos y que condenaban las nupcias, el matrimonio en si v la generación de hijos; como algo esencialmente malo. El gnóstico debía abstenerse de todas esas obras de la carne, del mal.
Lo doctrina general de todos los Padres y escritores católicos de esos siglos se sitúa en la línea de defender el matrimonio como algo natural, santo y necesario para la procreación y el remedio de la concupiscencia; llegando a afirmar que el marido que (según costumbre judaica) despedía a la mujer pecaba, porque la privaba de satisfacer su libido y por lo mismo la impulsaba a echarse en brazos de otro. Normalmente aprovechan sus comentarios sobre el milagro en las bodas de Cana de Galilea, para afirmar y recalcar esa santidad del matrimonio.
El propio San Agustín (354-430), escribe: "Luego el bien del matrimonio, que incluso el Señor confirmó en el Evangelio... no me parece a. mi que sea por la sola procreación de los hijos, sino también por la misma conjunción natural en diverso sexo ... Tienen esto de bueno los matrimonios, y es que la incontinencia carnal y juvenil, incluso cuando es viciosa, se reconvierte a la honestidad de la propagación de la prole, a fin de que partiendo del mal de la libido la cópula conyugal realice algo bueno[6]." De bono coniugali, c.3,n.3
"Sean amados en las nupcias los (bienes) nupciales: prole, fidelidad y sacramento. Pero la prole, no sólo para que nazca, sino para que renazca... a la vida (eterna)"[7].
Y en Orígenes (185-254) algo más profundo: "Ciertamente, aquel que se abstiene de la esposa, hace frecuentemente que ella cometa adulterio, puesto que no satisface su libido, incluso si lo hiciera movido por la idea de una mayor santidad o castidad; y éste acaso sea digno de mayor reprensión, ya que, siendo potente, hace que (la mujer) adultere, no satisfaciendo su libido, que aquel otro que sin causa de estupro, sino por hechicería, asesinato u otro crimen mas grave, la repudio"[8].
En los SS.PP., el matrimonio no sólo era para engendrar y educar hijos (a eso se llama "procreare", de otro modo dirían "generare", que lo hacen también los animales v no son matrimonio) sino también para el remedio de la concupiscencia de ambos cónyuges, para satisfacerse mutuamente su libido.
En Santo Tomás de Aquino (s.XIII), Doctor de la Iglesia, y la mayor autoridad teológica, en quien culmina toda la doctrina y tradición de siglos anteriores, hallamos un texto muy expresivo: "Sólo por dos modos los cónyuges copulan sin ningún pecado: a saber: por causa de procrear la prole, y de devolución del débito conyugal"[9] (Suplemento a la Suma Teológica, cuestión XLIX, art° 5°). Veámoslo más extensamente:“
”A la manera como los bienes del matrimonio (procreación de la prole, fidelidad y sacramento) en cuanto que habituales, hacen el matrimonio honesto y santo; así también, en cuanto están en la intención actual, hacen el acto del matrimonio honesto, en cuanto a aquellos dos bienes del matrimonio que se refieren a este acto. Por consiguiente, cuando los cónyuges copulan por causa de procrear la prole, o para devolverse mutuamente el débito (se llama "débito" porque al casarse se hacen mutuamente donación de sus cuerpos) ; lo que a la fidelidad pertenece, están totalmente excusados de pecado. Pero el tercer bien (sacramento) no pertenece al uso del matrimonio, sino a su esencia, como ya se ha dicho. Por consiguiente, hace el mismo matrimonio honesto: no precisamente su acto, en tal forma que por esto su acto sea sin pecado, sino porque copulan por causa de alguna significación. Y por tanto, por dos solos modos los cónyuges sin pecado copulan: a saber, por causa de la procreación de la prole, y de devolver el débito". Procreación en él es, como en los Santos Padres, no sólo generar sino sobre todo educar, ayudarse mutuamente a formar los hijos y esto requiere tiempo y el amor mutuo entre los esposos es imprescindible para llevar a buen término esta labor.
En Ad 2m escribe que "si alguien por el acto del matrimonio intenta evitar la fornicación en el cónyuge (por fornicación entienden ir con otra u otro), no es pecado alguno; porque esto es una cierta devolución del débito, que pertenece al bien de la fidelidad. Pero si intenta evitar la fornicación en si, entonces hay ahí una superficialidad. Y según esto es pecado venial”. Falta el amor, la unión de corazones entre los esposos. Aún así lo califica de venial.
En el artículo 4, escribe “si el deleite es buscado más allá de la honestidad del matrimonio, a saber, cuando alguien en el cónyuge no atienda el que es su cónyuge, sino sólo que es mujer, dispuesto a hacer con ella lo mismo que si no fuese su cónyuge, es pecado mortal… porque ese ardor se realiza fuera de los bienes del matrimonio (claro! falta el amor)… Pero si el deleite se busca dentro de los límites del matrimonio, a saber, que tal deleite no se busca en otra que no sea la cónyuge, entonces es pecado venial.” Se trata de obrar por puro placer, no por amor de la esposa o por la mutua satisfacción; porque en la respuesta a la segunda de las objeciones que le ponen dice que no es pecado "el placer del acto matrimonial".
Después de Sto. Tomás ha habido unanimidad en el seguimiento de esta doctrina. Por eso no vale la pena traer aquí textos de los grandes teólogos posteriores,
En suma: la doctrina Pacelli no tiene fundamento en la Sagrada Escritura ni en la Tradición de la Iglesia, por lo que no pudo aportar argumento alguno en su favor. Sin embargo, sus defensores argüían que en Santo Tomás se dice que el fin primario del matrimonio es la procreación, lo que les permitía deducir que sólo en orden a la generación se podía copular.
Erraban, porque procrear en Sto. Tomás es no sólo engendrar (lo hacen también los animales) sino educar y formar a los hijos; como hemos visto era la idea de los Santos Padres y San Agustín. Pero es que además, el Santo en la parte filosófica, cuando le preguntan por los fines del matrimonio dice que "según el Filósofo (Aristóteles, siglo IV antes de Cristo) el fin primero es la procreación", pero añade, no como secundarios sino que otros fines son el remedio de la concupiscencia y el mutuo amor de los esposos para sobrellevar las cargas del matrimonio.
La razón natural, según Sto. Tomás inclina de dos modos: “Primero, en cuanto a su fin principal, que es el bien de la prole. Pues no intenta la naturaleza sólo la generación de la prole, sino la conducción y promoción hasta el estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de la virtud… Segundo, en cuanto al fin secundario del matrimonio, que es la mutua entrega de sí mismos entre los cónyuges”[10]
“Aun cuando el acto matrimonial por la corrupción de la concupiscencia parezca un acto desordenado, sin embargo por el bien del matrimonio se excusa del todo (a toto), a fin de que no sea pecado”.[11] Aún más: “Si al acto matrimonial induce bien sea la virtud de la justicia, a fin de que devuelva el débito; bien la de la religión, a fin de que la prole sea procreada para el culto de Dios; es meritorio”.[12]
Por último, para no recargar más con citas: “La causa final del matrimonio se puede entender de dos modos, a saber, por sí mismo (per se) y por razón de circunstancias (per accidens). Por sí mismo ciertamente la causa del matrimonio es aquello a lo que el matrimonio está por sí mismo ordenado: y esto siempre es bueno, a saber, la procreación de la prole y evitar la fornicación. Per accidens la causa final de determinado matrimonio puede ser algo que los contrayentes busquen fuera del matrimonio”[13] (¿poder? ¿unir dos patrimonios?...)
Aristóteles por supuesto no habló de estos otros fines; esos los saca Santo Tomás de los Santos Padres y de su personal opinión. Para el griego Aristóteles estaba claro que la única razón por la que se casaba el hombre libre era para tener hijos, pues los de la esclava nacían esclavos. Para remedio de la concupiscencia tenía las jóvenes esclavas nublas y los efebos. Para charlar tenía a sus amigos y discípulos.
Pero cuando Santo Tomás habla del sacramento del matrimonio (parte teológica), entonces se fija primaria y fundamentalmente en la “gracia unitiva”, que santifica todos los actos de amor de los esposos y que les ayuda a sobrellevar las cargas de esta vida para ganar el Cielo.
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¡Cuánto daño y sufrimiento causó Pacelli a millones de matrimonios católicos! Muchos se rebelaron contra lo que les parecía irracional, anti natural y abandonaron los sacramentos, enfriaron su fe y se refugiaron en la creencia en un Dios Padre, que no exige ciertas ligaduras absurdas o se apartaron definitivamente de la Iglesia e incluso de la fe cristiana, para caer en el agnosticismo.
Los buenos profesores de Teología Moral podrían haberles hablado de la “libertad de conciencia”,[14] ante juicios, mandatos o normas, incluso de los superiores religiosos, para discernir que todo aquello que va contra el sentido común o la razón natural no se está obligado a cumplir; ya que la conciencia personal es la regla próxima e inmediata de moralidad para el individuo, la voz de Dios (de ese Dios que, según San Pablo, está inmerso en el corazón de cada hombre), que aplica a un acto práctico concreto la norma general. Y es que el Dios de la Revelación no puede estar en contra del de la Ley Natural, que está implantada, por ese mismo Dios, en la razón de cada uno.
¿Por qué no lo hicieron esos profesores? Por miedo al castigo eclesiástico ordenado por el Papa Pacelli: se les suspendería para el ejercicio del sacerdocio en todas sus actividades; es decir, se les quitaría la razón de su entrega al Señor. ¿Y los sacerdotes “de a pie”, o sea, los que cargan con el trabajo diario de sufrir oyendo a sus feligreses acusarse de aquello que en verdad no es pecado? Unos, por la misma razón que los profesores dichos; otros, por ignorancia, por una estricta interpretación del voto de obediencia.
Tomás Montull Calvo, Lector y Licenciado en S. Teología y Doctor en Filosofía
[1] El primero que se adjudicó este título fue Bonifacio VIII (años 1294-1303), afirmando que Pedro es el Vicario de Cristo; con lo que sus sucesores también. De lo cual deducía que toda potestad temporal debía sujetarse a la espiritual, que puede instituir a aquella en su poder, juzgarla e incluso deponerla si es mala. Pero a la suprema potestad espiritual sólo la puede juzgar Dios (Dz.468)
Vicario = Quien hace las veces de Cristo. Así, el sacerdote al consagrar o al dar la absolución; es Cristo quien habla por él. San Pedro sólo fue instituido Cabeza de la Iglesia.
[2] Bonifacio VIII añade: “Porro subesse Romano Pontifici omni humanae creaturae declaramus, dicimus, definimus et pronuntiamus omnino de necesítate salutis” (Declaramos, decimos, definimos y pronunciamos como de absoluta necesidad para la salvación que todas las criaturas humanas están sometidas al Romano Pontífice). Pacelli ni siquiera usó el término “definición”.
[3] Génesis 38, 6-10
[4] 7,2
[5] Sagrada Biblia, BAC, Madrid, 1949.
[6] De bono conjugali, c.3, n.3
[7] De nuptiis et humana concupiscentia, L.1, c.17, n.19.
[8] In Matthaeum commentarii, c.14, n.24.
[9] Suplemento a la Suma Teológica, cuest. XLIX, artº 5º.
[10] Suppl.q.41, a.1c.
[11] Ibid., ad 4m.
[12] Suppl. 41,4,c.
[13] Id., 48, 2c.
[14] Ver, al principio el blog “Teología, obrfa humana”
lunes, 23 de marzo de 2009
¿Fuego infernal? error de interpreteación histórica
¿FUEGO INFERNAL? ERROR DE INTERPRETACIÓN HISTÓRICA.
Muchos recordamos aquellas catequesis y sermones en los que se nos asustaba con el fuego del Infierno. Aún más, algunos teólogos hablaban de una “pena de daño” o condenación eterna y otra de “sentido”, porque en él seríamos atormentados por el fuego eterno. ¿Un fuego corporal que atormentaría a un espíritu, al alma separada del cuerpo? ¿un “crujir y rechinar de dientes”, cuando el cuerpo se estaba pudriendo en el sepulcro? Los Santos Padres, escritores de los primeros siglos del Cristianismo, se plantearon este problema y muchos afirmaron que esas palabras del Señor no se debían entender en sentido literal sino simbólico de los verdaderos tormentos del Infierno. Pero como San Agustín afirmó que se debían interpretar en sentido literal, todos los teólogos occidentales posteriores a él intentaron explicarlo y este es el caso del gran teólogo y Doctor de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, que cree que ese fuego corporal atormenta a las almas por una especial disposición divina.
Esa creencia de las llamas del Infierno la vemos plasmada ya en los escultores de los capiteles del Románico e igual pintores de la Edad Media, del Renacimiento y casi hasta nuestros días. Y, por supuesto, en los predicadores baratos que todos hemos soportado años ha.
Han sido los estudios e investigaciones sobre las Sagradas Escrituras, durante el pasado siglo, tanto por parte de judíos como de cristianos protestantes y católicos, quienes han arrojado luz sobre el tema.
Cuando Jesús quiso inculcar a los judíos el horror de las penas del Infierno, utilizó dos imágenes que ellos, desde los tiempos del profeta Isaías, tenían muy presentes como símbolo de todos los horrores: la gehenna, donde “el gusano no muere”[1], y el hundimiento y desaparición del valle de Siddim, con Sodoma y Gomorra, donde está el fuego que nunca se apaga, de que hablaba el profeta Isaías
Por supuesto que Jesús no quiso decirles, ni ellos lo entendieron así, que el Infierno estuviera en el valle de Ge Hinnom, ni en el sepultado de Siddim, sino que los horrores del Infierno son peores que los que ellos imaginaban de esos dos lugares.
Es el Evangelio de San Mateo, que está escrito para los judíos, el que nos trae las sentencias y condenas más duras del Señor (Mateo, 5, 21-22)[2]. ¿Por qué? Porque conocía bien a su pueblo. Desde los primeros relatos bíblicos, se usa la repetición de conceptos distintos para inculcar las mismas cosas. Hay que exagerar de una forma sensible todas las ideas que se les quieran enseñar. No era un pueblo de ideas abstractas, sino de imágenes sensibles a través de las cuales se captaba el espíritu de lo que se decía.
San Marcos escribe que si tu mano, tu pie o tu ojo te escandalizan arráncatelos porque será mejor entrar sin ellos en la vida que ser arrojados a la gehenna[3]. Por supuesto, nadie se arrancó nada: porque todos entendían lo que quería indicar. Es la única vez que habla de ello y se explica porque, aun cuando se dirigiera a los conversos de la gentilidad que no podían entender esto, él era judío y su evangelio el de San Pedro, también judío y ambos se movían no sólo entre conversos gentiles sino también judíos. A aquellos bastaba con explicarles que con ello se querían referir al hades.
Algo similar con San Lucas, que tan sólo habla una vez de la gehenna[4]; quizás por concesión a los judíos. San Juan no toca el tema, porque aquellos a quienes se dirige no lo entenderían. Ya no son judíos.
¿Qué eran la Gehenna y el valle de Siddim?
Tras la muerte del rey Salomón su gran reino queda dividido en dos. Aparecen como esposas de sus reyes, primero Jezabel, hija del rey de Tiro y en el otro Atalia, hija de ésta, quienes importan de Tiro sus propios dioses: Baal, Melkaret, Astarté y las sangrientas costumbres de sus sacrificios humanos. Durante unos años, el partido de los judíos ortodoxos o yavehistas[5] intenta salvar el meollo de las costumbres y de la adoración a un solo Dios. Mas en Jerusalén, bajo el reinado de Manasés no sólo reaparecieron los Baal y Astarté, sino que los cultos astrales de Mesopotamia recibieron una nueva consagración. Se adoraba al Sol, a Asur, al ídolo de la flecha y el disco alado, a Ishtar, la reina de las diosas y a otros muchos. Aún más, en el propio Templo de Salomón se erigieron altares para ellos y en sus atrios se practicaba la prostitución sagrada. Conforme a los ritos de Baal-Moloch se quemaron, en sacrificio, a multitud de criaturas jóvenes, en tan gran número que se consagró el Ge Hinnom, el valle de la gehenna, para quemar niños y niñas; el propio rey Manasés sacrificó a uno de sus hijos.
Los judíos ortodoxos o yavehistas estaban horrorizados ante esa barbaridad. En ese valle siempre ardía el fuego, esperando víctimas; un fuego que nunca se acaba, como dice San Mateo y donde el gusano nunca muere, porque siempre hay restos humanos sin consumir.
Murió Manasés, le sucedió su hijo, asesinado dos años después. Subió al trono Josías, quien gobernó durante treinta años. Tenía ocho cuando fue elegido rey, pero el partido de Yaveh se apoderó del poder, mediante una revolución popular y se hizo cargo de la educación del joven rey. Éste patrocinó una vuelta a los principios del yavehismo, limpió de idólatras el templo de Salomón, clausuró el valle de la gehenna, mandó destruir todos los monumentos idolátricos extendidos por su reino, los fetiches cananeos, las estacas sagradas y los menhires de los lugares paganos. E incluso prohibió los cultos provinciales de Yaveh, para reunirlos en el único templo de Jerusaslén. Desde entonces, la gehenna o el valle de la gehenna quedó en la memoria y tradición oral de padres e hijos en Israel como el monumento al horror; el sitio donde todo mal tenía cabida, el mayor lugar de condenación.
Sodoma y Gomorra, junto con las ciudades de Adamá, Seboyim y Segor, eran cinco reinos establecidos en el fértil valle de Siddim, al sureste del Mar Muerto. Se habla de él en la Biblia. Un buen día desapareció, dejando tras de sí una enorme estela de humo y fuego. Los judíos lo atribuyeron a un castigo de Yaveh. La explicación natural es que, a consecuencia de un terremoto, el valle se hundió y fue invadido por el mar. Aún hoy pueden observarse bajo las aguas del mar Muerto los árboles con sus ramas impregnadas de sal. Debajo habría una bolsa de petróleo y gas, la misma que da el betún al Mar Muerto, que explotó y siguió ardiendo durante años, como fuego que nunca se extingue. Todos sus habitantes sucumbieron bajo el fuego. Y esto que, según la Biblia, fue visto por Lot y Abraham, resulta que ocurrió, según los geólogos, precisamente entre los años 1900 y 2000 antes de Cristo, o sea, cuando Lot pastoreaba aquellas tierras.
Y lo que para los judíos eran las dos imágenes más vivas para simbolizar los castigos divinos, fue en cambio para los teólogos occidentales de los siglos IV al XIX, que no conocían Tierra Santa, ni su verdadera historia, costumbres, acaeceres y mentalidad oriental, la causa de que interpretaran con criterio latino de Occidente, en el más riguroso sentido literal, las palabras de Cristo.
Se tropezaron, sí, con la imposibilidad de que algo material, como el fuego, atormentara a un espíritu, el alma y se vieron obligados a recurrir al milagro; lo que dice poco a favor de su concepto de la Sabiduría Divina.
Ahora quedan pendientes dos preguntas: ¿En qué consisten las penas de ese Infierno que ya no tiene fuego? ¿cómo el Dios Padre del hijo pródigo puede castigar a uno de sus hijos por toda la Eternidad?
Mi opinión PERSONAL en un próximo artículo si el Director me lo permite.
Tomás Montull Calvo. Lector y Lic. en S. Teología, Doctor en Filosofía.
[1] “Al salir, verán los cadáveres de los que se rebelaron contra Mi, cuyo gusano nunca morirá y cuyo fuego no se apagará” (Isaías, 66,24).
[2] “… el que diga a su hermano loco comparecerá para la gehenna del fuego” (Mateo, 5, 22). “… a todos los que cometen la maldad, los arrojarán al horno del fuego; allí será el llanto y el rechinar mde dientes” (Mateo, 13, 42); “…apartaos de mi, ¡malditos! Al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles… e irán al suplicio eterno” (Mateo, 25, 31-33).
[3] “…a la gehenna, al fuego inextinguible, donde ni el gusano muere ni el fuego se apaga” (Marcos 9, 43-50). Cf. Mat.18, 8-9
[4] “Temed al que después de haber dado la muerte tiene el poder para echar en la gehenna” (Lucas, 12,5)
[5] Yavehistas = creyentes en Yaveh, único Dios de Israel.
Muchos recordamos aquellas catequesis y sermones en los que se nos asustaba con el fuego del Infierno. Aún más, algunos teólogos hablaban de una “pena de daño” o condenación eterna y otra de “sentido”, porque en él seríamos atormentados por el fuego eterno. ¿Un fuego corporal que atormentaría a un espíritu, al alma separada del cuerpo? ¿un “crujir y rechinar de dientes”, cuando el cuerpo se estaba pudriendo en el sepulcro? Los Santos Padres, escritores de los primeros siglos del Cristianismo, se plantearon este problema y muchos afirmaron que esas palabras del Señor no se debían entender en sentido literal sino simbólico de los verdaderos tormentos del Infierno. Pero como San Agustín afirmó que se debían interpretar en sentido literal, todos los teólogos occidentales posteriores a él intentaron explicarlo y este es el caso del gran teólogo y Doctor de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, que cree que ese fuego corporal atormenta a las almas por una especial disposición divina.
Esa creencia de las llamas del Infierno la vemos plasmada ya en los escultores de los capiteles del Románico e igual pintores de la Edad Media, del Renacimiento y casi hasta nuestros días. Y, por supuesto, en los predicadores baratos que todos hemos soportado años ha.
Han sido los estudios e investigaciones sobre las Sagradas Escrituras, durante el pasado siglo, tanto por parte de judíos como de cristianos protestantes y católicos, quienes han arrojado luz sobre el tema.
Cuando Jesús quiso inculcar a los judíos el horror de las penas del Infierno, utilizó dos imágenes que ellos, desde los tiempos del profeta Isaías, tenían muy presentes como símbolo de todos los horrores: la gehenna, donde “el gusano no muere”[1], y el hundimiento y desaparición del valle de Siddim, con Sodoma y Gomorra, donde está el fuego que nunca se apaga, de que hablaba el profeta Isaías
Por supuesto que Jesús no quiso decirles, ni ellos lo entendieron así, que el Infierno estuviera en el valle de Ge Hinnom, ni en el sepultado de Siddim, sino que los horrores del Infierno son peores que los que ellos imaginaban de esos dos lugares.
Es el Evangelio de San Mateo, que está escrito para los judíos, el que nos trae las sentencias y condenas más duras del Señor (Mateo, 5, 21-22)[2]. ¿Por qué? Porque conocía bien a su pueblo. Desde los primeros relatos bíblicos, se usa la repetición de conceptos distintos para inculcar las mismas cosas. Hay que exagerar de una forma sensible todas las ideas que se les quieran enseñar. No era un pueblo de ideas abstractas, sino de imágenes sensibles a través de las cuales se captaba el espíritu de lo que se decía.
San Marcos escribe que si tu mano, tu pie o tu ojo te escandalizan arráncatelos porque será mejor entrar sin ellos en la vida que ser arrojados a la gehenna[3]. Por supuesto, nadie se arrancó nada: porque todos entendían lo que quería indicar. Es la única vez que habla de ello y se explica porque, aun cuando se dirigiera a los conversos de la gentilidad que no podían entender esto, él era judío y su evangelio el de San Pedro, también judío y ambos se movían no sólo entre conversos gentiles sino también judíos. A aquellos bastaba con explicarles que con ello se querían referir al hades.
Algo similar con San Lucas, que tan sólo habla una vez de la gehenna[4]; quizás por concesión a los judíos. San Juan no toca el tema, porque aquellos a quienes se dirige no lo entenderían. Ya no son judíos.
¿Qué eran la Gehenna y el valle de Siddim?
Tras la muerte del rey Salomón su gran reino queda dividido en dos. Aparecen como esposas de sus reyes, primero Jezabel, hija del rey de Tiro y en el otro Atalia, hija de ésta, quienes importan de Tiro sus propios dioses: Baal, Melkaret, Astarté y las sangrientas costumbres de sus sacrificios humanos. Durante unos años, el partido de los judíos ortodoxos o yavehistas[5] intenta salvar el meollo de las costumbres y de la adoración a un solo Dios. Mas en Jerusalén, bajo el reinado de Manasés no sólo reaparecieron los Baal y Astarté, sino que los cultos astrales de Mesopotamia recibieron una nueva consagración. Se adoraba al Sol, a Asur, al ídolo de la flecha y el disco alado, a Ishtar, la reina de las diosas y a otros muchos. Aún más, en el propio Templo de Salomón se erigieron altares para ellos y en sus atrios se practicaba la prostitución sagrada. Conforme a los ritos de Baal-Moloch se quemaron, en sacrificio, a multitud de criaturas jóvenes, en tan gran número que se consagró el Ge Hinnom, el valle de la gehenna, para quemar niños y niñas; el propio rey Manasés sacrificó a uno de sus hijos.
Los judíos ortodoxos o yavehistas estaban horrorizados ante esa barbaridad. En ese valle siempre ardía el fuego, esperando víctimas; un fuego que nunca se acaba, como dice San Mateo y donde el gusano nunca muere, porque siempre hay restos humanos sin consumir.
Murió Manasés, le sucedió su hijo, asesinado dos años después. Subió al trono Josías, quien gobernó durante treinta años. Tenía ocho cuando fue elegido rey, pero el partido de Yaveh se apoderó del poder, mediante una revolución popular y se hizo cargo de la educación del joven rey. Éste patrocinó una vuelta a los principios del yavehismo, limpió de idólatras el templo de Salomón, clausuró el valle de la gehenna, mandó destruir todos los monumentos idolátricos extendidos por su reino, los fetiches cananeos, las estacas sagradas y los menhires de los lugares paganos. E incluso prohibió los cultos provinciales de Yaveh, para reunirlos en el único templo de Jerusaslén. Desde entonces, la gehenna o el valle de la gehenna quedó en la memoria y tradición oral de padres e hijos en Israel como el monumento al horror; el sitio donde todo mal tenía cabida, el mayor lugar de condenación.
Sodoma y Gomorra, junto con las ciudades de Adamá, Seboyim y Segor, eran cinco reinos establecidos en el fértil valle de Siddim, al sureste del Mar Muerto. Se habla de él en la Biblia. Un buen día desapareció, dejando tras de sí una enorme estela de humo y fuego. Los judíos lo atribuyeron a un castigo de Yaveh. La explicación natural es que, a consecuencia de un terremoto, el valle se hundió y fue invadido por el mar. Aún hoy pueden observarse bajo las aguas del mar Muerto los árboles con sus ramas impregnadas de sal. Debajo habría una bolsa de petróleo y gas, la misma que da el betún al Mar Muerto, que explotó y siguió ardiendo durante años, como fuego que nunca se extingue. Todos sus habitantes sucumbieron bajo el fuego. Y esto que, según la Biblia, fue visto por Lot y Abraham, resulta que ocurrió, según los geólogos, precisamente entre los años 1900 y 2000 antes de Cristo, o sea, cuando Lot pastoreaba aquellas tierras.
Y lo que para los judíos eran las dos imágenes más vivas para simbolizar los castigos divinos, fue en cambio para los teólogos occidentales de los siglos IV al XIX, que no conocían Tierra Santa, ni su verdadera historia, costumbres, acaeceres y mentalidad oriental, la causa de que interpretaran con criterio latino de Occidente, en el más riguroso sentido literal, las palabras de Cristo.
Se tropezaron, sí, con la imposibilidad de que algo material, como el fuego, atormentara a un espíritu, el alma y se vieron obligados a recurrir al milagro; lo que dice poco a favor de su concepto de la Sabiduría Divina.
Ahora quedan pendientes dos preguntas: ¿En qué consisten las penas de ese Infierno que ya no tiene fuego? ¿cómo el Dios Padre del hijo pródigo puede castigar a uno de sus hijos por toda la Eternidad?
Mi opinión PERSONAL en un próximo artículo si el Director me lo permite.
Tomás Montull Calvo. Lector y Lic. en S. Teología, Doctor en Filosofía.
[1] “Al salir, verán los cadáveres de los que se rebelaron contra Mi, cuyo gusano nunca morirá y cuyo fuego no se apagará” (Isaías, 66,24).
[2] “… el que diga a su hermano loco comparecerá para la gehenna del fuego” (Mateo, 5, 22). “… a todos los que cometen la maldad, los arrojarán al horno del fuego; allí será el llanto y el rechinar mde dientes” (Mateo, 13, 42); “…apartaos de mi, ¡malditos! Al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles… e irán al suplicio eterno” (Mateo, 25, 31-33).
[3] “…a la gehenna, al fuego inextinguible, donde ni el gusano muere ni el fuego se apaga” (Marcos 9, 43-50). Cf. Mat.18, 8-9
[4] “Temed al que después de haber dado la muerte tiene el poder para echar en la gehenna” (Lucas, 12,5)
[5] Yavehistas = creyentes en Yaveh, único Dios de Israel.
miércoles, 18 de marzo de 2009
BIBLIA Y CIENCIA: ORIGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBBRE.
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I.- EN LA BIBLIA.
Ante todo, la Biblia es un libro religioso, no un libro científico. No pretende hacer ciencia, ni debe ser considerada como tal. El Génesis, donde se exponen esos dos temas, es una compilación de las leyendas que sobre el origen del mundo y del hombre circulaban entre los pueblos semitas (los que llamamos judíos o hebreos y otros más de igual origen).
El autor sagrado o compilador intenta destacar las siguientes ideas:
a) Que el mundo (cielos y tierra, dice) fue creado por Dios.
b) Que esa creación se fue realizando paso a paso (días, dice, que significan etapasgeológicas o históricas).
c) Que después de haber creado a todos los animales, hizo al Hombre, pero de una forma especial y distinta de los demás: Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza... Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó y los creó macho y hembra; y los bendijo Dios, diciéndoles "Procread y multiplicaos, y henchid la tierra ". Y algo más adelante, copiando el autor sagrado otra de las leyendas dice: "Formó Yavé Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro aliento de vida y fue así el hombre ser animado ". Lo que se quiere destacar es que mientras todos los demás seres de la Creación lo fueron por un "hágase" de Dios, el caso del Hombre fue algo muy especial, que le distingue de todos los demás. Por eso dice que lo creó con sus propias manos, a su imagen y semejanza, a imagen de Dios y que le insufló la vida, el espíritu o alma. ¿Por qué del polvo de la tierra? Porque así hacía el alfarero los pucheros, los platos y las ollas. Dios sería pues nuestro alfarero, el que nos creó de una forma muy distinta de todos los demás seres. No otra cosa quiere significar. Recordemos que son leyendas, inspiradas por Dios, pero adaptadas a la mentalidad de aquellos semitas. Y que dice "ser animado", algo que no dice de los demás seres. Sólo él tiene alma o espíritu.
d) Que hizo al Hombre rey de la Creación: Dios creó al hombre "para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se mueven sobre ella... henchid la tierra, sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra." Como vemos, son dos relatos sobre el mismo hecho. Es decir que el autor sagrado que compiló ambas leyendas lo hizo al pie de la letra, uniéndolas.- Más adelante dice que Dios hizo desfilar a todos los animales ante Adán, para que éste les pusiera nombre. Sólo significa que le dio poder sobre todos los seres de la Tierra, pues para los semitas, cuando se tomaba posesión de algo se le imponía un nombre.
e) Que hizo al Hombre: macho y hembra, según uno de los relatos. En otro, que a Eva la hizo de una costilla de Adán. Es una leyenda con intencionalidad moral: para que la amara como algo propio, "hueso de mi hueso y carne de mi carne". Esto es por tanto otra leyenda más. No un hecho histórico ni científico. ¿Por qué el autor sagrado la hace salir de la costilla y no del pie? para que el hombre no la esclavizara. Tampoco del hombro, porque si ya las mujeres son suficientemente mandonas sólo faltaría eso. Y menos de la cabeza, sería el summum (el no va más).
f) Lo del pecado original es otra bonita leyenda para explicar el origen del mal en el mundo, no buscado por Dios. Son leyendas, explicaciones que pudieran entender aquellos semitas primeros cultivadores de la tierra y nómadas o semi nómadas (pastores).
g) Quiere decir que los hombres fueron creados para ser felices (Paraíso terrenal) y que ese debe ser el fin al que ha de aspirar el hombre porquedebe ser el fin al que ha de aspirar el hombre. Pero que la soberbia o desobediencia al mandato divino es lo que introduce el mal en el mundo. Y pone al Diablo como inductor de esa desobediencia, porque era la creencia de los pueblos que les rodeaban. Así los sumerios (actual Irak) decían que Dios creó al hombre de la arcilla y que lo situó en un paraíso, pero el Diablo (según poema de Gilgamesh) creó a la mujer que lo sedujo. La diferencia con éstos es que mientras que ponen al Diablo como creador de las cosas materiales, en la Biblia el único Creador es Dios. El Diablo como inductor al mal. Y en forma de serpiente porque era la bestia más despreciable de todas y a la que más miedo tenían las mujeres (vivían en el desierto, que a veces está plagado de víboras, por eso son representantes del mal por antonomasia).
g) Dice que al séptimo día, Dios descansó y "bendijo al día séptimo y lo santificó, porque en él descansó Dios de cuanto había creado y hecho ". Esto es una manera muy bonita de decir a todos los hombres y en especial a quienes tienen personas a su servicio que es necesario descansar un día, tras seis de trabajo. Los judíos, más adelante, pondrán tan serio eso de guardar el sábado, que ni siquiera pueden hacer fuego para encender un cigarrillo o la comida.
h) Con el mismo sentido y tono sigue el relato del Génesis. No es un libro científico, ni siquiera histórico. Por ejemplo, lo del Diluvio Universal no se sustenta científicamente, no hay pruebas. Es pues otra leyenda, basada sin duda en unas grandes inundaciones que causaron miles de muertos. Comprenderéis que no hay Arca capaz de contener todos los animales de la Tierra y cosas similares. Son leyendas con una finalidad religiosa o moral.
II.-EN LA CIENCIA.
__A.- ORIGEN DEL MUNDO.
Según la mayoría de los científicos actuales procede de un big-bang originado hace millones de millones de años, a partir de un núcleo pequeñísimo, menos que un perdigón, de un peso incalculable.
Ese big bang quiere decir como si fuera una explosión, un impulso de energía infinita que le hizo ir desarrollándose según unas leyes o normas físicas permanentes. Esa expansión continúa hoy, es decir, que el Universo sigue en expansión, sigue creciendo (como un globo al que se va hinchando).
¿Cómo se originó? La Ciencia no puede decirlo. Puede formular utopías (como las leyendas antiguas} o hipótesis de trabajo (calcular, actuar como si fueran verdad, reales, hasta que no se descubran fallos que las pongan en duda), pero nada más. En cuanto el científico quiere ir más allá, hablando del azar, del acaso o del impulso de la materia (doctrina comunista), se sale de su campo de la Ciencia, para entrar en el de la Filosofía o la Teología. Y normalmente yerran.
Los que creen en la existencia de un Dios, le atribuyen la creación y las llamadas leyes de la Naturaleza o leyes físicas. Pero esto no es Ciencia, sino Fe. Todo lo racional y normal que queráis, pero al fin fe, creencia, aunque sea en el poder de la razón, de la lógica.
B.- ORIGEN DEL HOMBRE A LA LUZ DE LA CIENCIA.
La Humanidad es resultado de un proceso de evolución biológica desde la primera y más sencilla ameba al Hombre de Cromañón, es decir, al hombre actual.
La evolución biológica es una realidad. Sólo los tontos, tercos o ignorantes la pueden negar. Se da hoy mismo. En los laboratorios de Estados Unidos y especialmente en una Fundación para el Desarrollo de la Ciencia, que estuvo dirigida (no sé si aún) por Francisco Ayala, español nacionalizado en USA y ex - dominico, han conseguido nuevas especies, por evolución, de la mosca de la fruta del Vietnam (antes se hacía partiendo de la mosca del vinagre); cuyo ciclo vital (de una generación a otra) es de unos
5 días y así en poco tiempo se pueden calcular siglos a nivel humano, cuya generación se sitúa en treinta años. Pues bien, alimentadas de modo uniforme y en buenas condiciones climáticas, llega un momento en que originan nuevas especies. Es decir que los hijos de una pareja son de especie distinta a la de sus padres.
¿Cómo ocurre esto? Antes se dijeron muchas tonterías, que quizás algún profesor desfasado aún las exponga como explicación. La realidad, comprobada por la ciencia, es la siguiente:
En el interior de cada célula hay un corpusculito que es la fuente de energía de la célula (algo así como la pila que da energía a un aparatito), llamado mitocondrio, que tiene también su propio ADN. Cada cierta etapa de siglos, en el mitocondrio DE UNA HEMBRA se da un salto mutacional, es decir una mutación genética o creadora de una especie nueva. De ese modo, el hijo de esa pareja resulta de una especie distinta de la de los padres.
Eso dicen los antropólogos que ocurrió con la primera homínida (género humano, pero no especie humana), que engendró al primer hombre actual y se supone que a las primeras mujeres actuales. ¿Fue una sola hembra o fueron varias? La Ciencia aún no lo ha determinado, pero el caso es igual. Lo que sí se sabe es que se originó en África y que de aquella pareja o parejas descendemos todos.
¿Cómo se sabe? Es una cuestión demasiado larga de exponer para el espacio que tenemos. Quizás en otra ocasión, si interesara.
C- UN POCO DE FILOSOFÍA.
¿Y la cuestión del alma inmortal o espíritu que radica en cada hombre?
Para muchos teólogos, Dios infunde directamente el alma en cada feto humano en el momento de la concepción. De esta manera piensan que se compagina muy bien el hecho de la evolución humana, a partir de un homínido sin alma inmortal o espíritu y el hombre, dotado de ella.
A mi me parece que la cosa es más sencilla. Del mismo modo como en el óvulo fecundado existe todo el programa que ese ser irá desarrollando a lo largo de los años; así también en aquel primigenio perdigón que experimentó el big bang Dios habría puesto todo el espíritu, que se ha ido manifestando según las diversas fases de la evolución en forma de energía adaptada a cada circunstancia. Cuando lo que llamamos materia (que a nivel de átomo es pura energía) estuvo apta para que ese espíritu se convirtiera en vida, apareció ésta en una pequeñísima ameba, que fue evolucionando, hasta que al llegar a los anímales superiores presentó grandes destellos de inteligencia y al nacer el hombre se manifestó como lo que era: espíritu y por lo mismo alma inmortal.
Esta idea, aunque formulada de otros modos, la he encontrado sobre todo en Hegel, un gran filósofo alemán. Pero... de él salió además de un gran idealismo o espiritualismo el materialismo de Carlos Marx y Engels. Mas... este es otro asunto, que no viene al caso.
Tomás Montull Calvo, Lector y Licenciado en S. Escritura. Doctor en Filosofía.
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I.- EN LA BIBLIA.
Ante todo, la Biblia es un libro religioso, no un libro científico. No pretende hacer ciencia, ni debe ser considerada como tal. El Génesis, donde se exponen esos dos temas, es una compilación de las leyendas que sobre el origen del mundo y del hombre circulaban entre los pueblos semitas (los que llamamos judíos o hebreos y otros más de igual origen).
El autor sagrado o compilador intenta destacar las siguientes ideas:
a) Que el mundo (cielos y tierra, dice) fue creado por Dios.
b) Que esa creación se fue realizando paso a paso (días, dice, que significan etapasgeológicas o históricas).
c) Que después de haber creado a todos los animales, hizo al Hombre, pero de una forma especial y distinta de los demás: Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza... Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó y los creó macho y hembra; y los bendijo Dios, diciéndoles "Procread y multiplicaos, y henchid la tierra ". Y algo más adelante, copiando el autor sagrado otra de las leyendas dice: "Formó Yavé Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro aliento de vida y fue así el hombre ser animado ". Lo que se quiere destacar es que mientras todos los demás seres de la Creación lo fueron por un "hágase" de Dios, el caso del Hombre fue algo muy especial, que le distingue de todos los demás. Por eso dice que lo creó con sus propias manos, a su imagen y semejanza, a imagen de Dios y que le insufló la vida, el espíritu o alma. ¿Por qué del polvo de la tierra? Porque así hacía el alfarero los pucheros, los platos y las ollas. Dios sería pues nuestro alfarero, el que nos creó de una forma muy distinta de todos los demás seres. No otra cosa quiere significar. Recordemos que son leyendas, inspiradas por Dios, pero adaptadas a la mentalidad de aquellos semitas. Y que dice "ser animado", algo que no dice de los demás seres. Sólo él tiene alma o espíritu.
d) Que hizo al Hombre rey de la Creación: Dios creó al hombre "para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se mueven sobre ella... henchid la tierra, sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra." Como vemos, son dos relatos sobre el mismo hecho. Es decir que el autor sagrado que compiló ambas leyendas lo hizo al pie de la letra, uniéndolas.- Más adelante dice que Dios hizo desfilar a todos los animales ante Adán, para que éste les pusiera nombre. Sólo significa que le dio poder sobre todos los seres de la Tierra, pues para los semitas, cuando se tomaba posesión de algo se le imponía un nombre.
e) Que hizo al Hombre: macho y hembra, según uno de los relatos. En otro, que a Eva la hizo de una costilla de Adán. Es una leyenda con intencionalidad moral: para que la amara como algo propio, "hueso de mi hueso y carne de mi carne". Esto es por tanto otra leyenda más. No un hecho histórico ni científico. ¿Por qué el autor sagrado la hace salir de la costilla y no del pie? para que el hombre no la esclavizara. Tampoco del hombro, porque si ya las mujeres son suficientemente mandonas sólo faltaría eso. Y menos de la cabeza, sería el summum (el no va más).
f) Lo del pecado original es otra bonita leyenda para explicar el origen del mal en el mundo, no buscado por Dios. Son leyendas, explicaciones que pudieran entender aquellos semitas primeros cultivadores de la tierra y nómadas o semi nómadas (pastores).
g) Quiere decir que los hombres fueron creados para ser felices (Paraíso terrenal) y que ese debe ser el fin al que ha de aspirar el hombre porquedebe ser el fin al que ha de aspirar el hombre. Pero que la soberbia o desobediencia al mandato divino es lo que introduce el mal en el mundo. Y pone al Diablo como inductor de esa desobediencia, porque era la creencia de los pueblos que les rodeaban. Así los sumerios (actual Irak) decían que Dios creó al hombre de la arcilla y que lo situó en un paraíso, pero el Diablo (según poema de Gilgamesh) creó a la mujer que lo sedujo. La diferencia con éstos es que mientras que ponen al Diablo como creador de las cosas materiales, en la Biblia el único Creador es Dios. El Diablo como inductor al mal. Y en forma de serpiente porque era la bestia más despreciable de todas y a la que más miedo tenían las mujeres (vivían en el desierto, que a veces está plagado de víboras, por eso son representantes del mal por antonomasia).
g) Dice que al séptimo día, Dios descansó y "bendijo al día séptimo y lo santificó, porque en él descansó Dios de cuanto había creado y hecho ". Esto es una manera muy bonita de decir a todos los hombres y en especial a quienes tienen personas a su servicio que es necesario descansar un día, tras seis de trabajo. Los judíos, más adelante, pondrán tan serio eso de guardar el sábado, que ni siquiera pueden hacer fuego para encender un cigarrillo o la comida.
h) Con el mismo sentido y tono sigue el relato del Génesis. No es un libro científico, ni siquiera histórico. Por ejemplo, lo del Diluvio Universal no se sustenta científicamente, no hay pruebas. Es pues otra leyenda, basada sin duda en unas grandes inundaciones que causaron miles de muertos. Comprenderéis que no hay Arca capaz de contener todos los animales de la Tierra y cosas similares. Son leyendas con una finalidad religiosa o moral.
II.-EN LA CIENCIA.
__A.- ORIGEN DEL MUNDO.
Según la mayoría de los científicos actuales procede de un big-bang originado hace millones de millones de años, a partir de un núcleo pequeñísimo, menos que un perdigón, de un peso incalculable.
Ese big bang quiere decir como si fuera una explosión, un impulso de energía infinita que le hizo ir desarrollándose según unas leyes o normas físicas permanentes. Esa expansión continúa hoy, es decir, que el Universo sigue en expansión, sigue creciendo (como un globo al que se va hinchando).
¿Cómo se originó? La Ciencia no puede decirlo. Puede formular utopías (como las leyendas antiguas} o hipótesis de trabajo (calcular, actuar como si fueran verdad, reales, hasta que no se descubran fallos que las pongan en duda), pero nada más. En cuanto el científico quiere ir más allá, hablando del azar, del acaso o del impulso de la materia (doctrina comunista), se sale de su campo de la Ciencia, para entrar en el de la Filosofía o la Teología. Y normalmente yerran.
Los que creen en la existencia de un Dios, le atribuyen la creación y las llamadas leyes de la Naturaleza o leyes físicas. Pero esto no es Ciencia, sino Fe. Todo lo racional y normal que queráis, pero al fin fe, creencia, aunque sea en el poder de la razón, de la lógica.
B.- ORIGEN DEL HOMBRE A LA LUZ DE LA CIENCIA.
La Humanidad es resultado de un proceso de evolución biológica desde la primera y más sencilla ameba al Hombre de Cromañón, es decir, al hombre actual.
La evolución biológica es una realidad. Sólo los tontos, tercos o ignorantes la pueden negar. Se da hoy mismo. En los laboratorios de Estados Unidos y especialmente en una Fundación para el Desarrollo de la Ciencia, que estuvo dirigida (no sé si aún) por Francisco Ayala, español nacionalizado en USA y ex - dominico, han conseguido nuevas especies, por evolución, de la mosca de la fruta del Vietnam (antes se hacía partiendo de la mosca del vinagre); cuyo ciclo vital (de una generación a otra) es de unos
5 días y así en poco tiempo se pueden calcular siglos a nivel humano, cuya generación se sitúa en treinta años. Pues bien, alimentadas de modo uniforme y en buenas condiciones climáticas, llega un momento en que originan nuevas especies. Es decir que los hijos de una pareja son de especie distinta a la de sus padres.
¿Cómo ocurre esto? Antes se dijeron muchas tonterías, que quizás algún profesor desfasado aún las exponga como explicación. La realidad, comprobada por la ciencia, es la siguiente:
En el interior de cada célula hay un corpusculito que es la fuente de energía de la célula (algo así como la pila que da energía a un aparatito), llamado mitocondrio, que tiene también su propio ADN. Cada cierta etapa de siglos, en el mitocondrio DE UNA HEMBRA se da un salto mutacional, es decir una mutación genética o creadora de una especie nueva. De ese modo, el hijo de esa pareja resulta de una especie distinta de la de los padres.
Eso dicen los antropólogos que ocurrió con la primera homínida (género humano, pero no especie humana), que engendró al primer hombre actual y se supone que a las primeras mujeres actuales. ¿Fue una sola hembra o fueron varias? La Ciencia aún no lo ha determinado, pero el caso es igual. Lo que sí se sabe es que se originó en África y que de aquella pareja o parejas descendemos todos.
¿Cómo se sabe? Es una cuestión demasiado larga de exponer para el espacio que tenemos. Quizás en otra ocasión, si interesara.
C- UN POCO DE FILOSOFÍA.
¿Y la cuestión del alma inmortal o espíritu que radica en cada hombre?
Para muchos teólogos, Dios infunde directamente el alma en cada feto humano en el momento de la concepción. De esta manera piensan que se compagina muy bien el hecho de la evolución humana, a partir de un homínido sin alma inmortal o espíritu y el hombre, dotado de ella.
A mi me parece que la cosa es más sencilla. Del mismo modo como en el óvulo fecundado existe todo el programa que ese ser irá desarrollando a lo largo de los años; así también en aquel primigenio perdigón que experimentó el big bang Dios habría puesto todo el espíritu, que se ha ido manifestando según las diversas fases de la evolución en forma de energía adaptada a cada circunstancia. Cuando lo que llamamos materia (que a nivel de átomo es pura energía) estuvo apta para que ese espíritu se convirtiera en vida, apareció ésta en una pequeñísima ameba, que fue evolucionando, hasta que al llegar a los anímales superiores presentó grandes destellos de inteligencia y al nacer el hombre se manifestó como lo que era: espíritu y por lo mismo alma inmortal.
Esta idea, aunque formulada de otros modos, la he encontrado sobre todo en Hegel, un gran filósofo alemán. Pero... de él salió además de un gran idealismo o espiritualismo el materialismo de Carlos Marx y Engels. Mas... este es otro asunto, que no viene al caso.
Tomás Montull Calvo, Lector y Licenciado en S. Escritura. Doctor en Filosofía.
Teología, obra humana
TEOLOGÍA: OBRA HUMANA.
(Reflexiones contestando a un amigo sobre temas de fe católica)
En relación con las inquietudes que me manifiestas y tu pregunta, he de recordarte que, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica[1], “a lo largo de los siglos, en respuesta a las necesidades de diferentes épocas, han sido numerosas las profesiones o símbolos de la fe… de las diferentes Iglesias apostólicas y antiguas… el símbolo “Quicumque”, llamado de San Atanasio… las profesiones de fe de ciertos Concilios (Toledo, Letrán, Lyon, Trento) o de ciertos Papas, como la “Fides Damasi” o el “Credo del Pueblo de Dios” de Pablo VI”: pero que “entre todos los símbolos de la fe, dos ocupan un lugar muy particular en la vida de la Iglesia:.
“·El Símbolo de los Apóstoles, llamado así porque es considerado con justicia como el resumen fiel de la fe de los apóstoles. Es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma. Su gran autoridad le viene de este hecho ‘Es el símbolo que guarda la Iglesia romana, la que fue sede de Pedro, el primero de los apóstoles y a la cual él llevó la doctrina común’ (San Ambrosio, symb.7)”[2]
“El Símbolo llamado de Nicea-Constantinopla debe su gran autoridad al hecho de que es fruto de los dos primeros Concilios ecuménicos (325 y 381). Sigue siendo todavía hoy el símbolo común a todas las Iglesias de Oriente y Occidente.”[3]. Y es más explícito y detallado que el anterior.
El Concilio de Nicea, en el 325, fue convocado por el emperador Constantino, con el fin de obtener la unidad religiosa, pues lo arrianos estaban dando mucha guerra. No se logró mientras vivió el Emperador, que protegía a los arrianos. Hubo varios sínodos, que no arreglaron definitivamente nada. Por fin, el Concilio de Constantinopla del año 381, reconocido después como II Ecuménico, condenó solemnemente la herejía arriana, la de los pneumatómacos (sobre el Espíritu Santo) y el apolinarismo. Terminó proclamando el denominado Símbolo de San Epifanio.
Sin embargo, ese texto no lo redactaron estos Concilios. Aún más, el texto del símbolo redactado en Nicea[4], “no coincide con el de nuestro Credo, y termina con las palabras: Et in Spiritum Sanctum, a las que se añade un anatema”.[5]
“En las actas del Concilio de Constantinopla no se encuentra símbolo alguno, ni en el tiempo transcurrido entre éste y el Concilio de Nicea se sabía nada de una profesión de fe que hubiera sido redactada en Constantinopla. Al sínodo de Constantinopla se le atribuía únicamente la ampliación a la confesión del Espíritu Santo”[6]
Según los mejores investigadores, se trata de un símbolo usado en Jerusalén, como símbolo bautismal, del que da noticia San Cirilo de Jerusalén[7];, que lo explicaba a los candidatos al bautismo; pero como quiera que su texto casi completo está en el Ancoratus de San Epifanio, hacia el 374 [8], se le llamó de San Epifanio.
A aquél se han añadido: los artículos del símbolo de Nicea: Deum verum de Deo vero, genitum non factum, consubstantialem Patri (Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no hecho, consustancial al Padre) con que el Concilio se oponía a la herejía de Arrio. Pero lo del Espiritu Santo se encuentra ya en San Epifanio. Sin embargo la expresión Et Spiritum Sanctum… qui ex Patre filioque procedit (que procede del Padre y del Hijo) se añadió después.
Los Apóstoles, antes de salir de Jerusalén y tras la venida del Espíritu Santo, compendiaron en el Credo lo esencial de la doctrina del Señor y redactaron unos esquemas para la predicación. Sobre estos esquemas escribieron más tarde Mateo, Marcos y Lucas sus evangelios, llamados sinópticos porque siguen una misma estructura o sinopsis. San Juan escribe mucho más tarde, para afirmar y recalcar que Jesús es el Hijo de Dios; frente a tipejos discordantes de su tiempo.
Los añadidos del Credo Nicenoconstantinopolitano sobre el Verbo y el Espíritu Santo son unas explicaciones o aclaraciones al Símbolo de los Apóstoles; en base a refutar falsas interpretaciones de arrianos y pneumatómacos.
Como inciso, te diré que el Concilio de Nicea fue convocado por el Emperador Constantino y el de Constantinopla por el emperador Teodosio I. No estuvo presente el Papa en ninguno de los dos. Y, sin embargo, al de Constantinopla se le declaró en posteriores concilios como Ecuménico II, es decir, Universal.
Los Apóstoles y sus discípulos transmitieron la enseñanza de la Buena Nueva generalmente de viva voz; pero pronto aparecieron los Evangelios Sinópticos, cuya finalidad era facilitar la instrucción de los fieles, marcando unas pautas que sirvieran de recordatorio o catecismo para los discípulos de los Apóstoles. Fallecidos éstos, aparecen los Padres Apostólicos, escritores que habían estado en contacto con los Apóstoles y que en el estilo de las epístolas de San Pablo escriben a otras iglesias, bien sea para ilustrar y profundizar en la enseñanza oral, bien para argumentar contra las diversas herejías que iban apareciendo.
El Cristianismo se extiende por el mundo romano y se levantan contra él una serie de filósofos y retóricos que lo atacan y se burlan. Para contrarrestarles, aparecen los llamados Padres Apologetas (siglo II), cristianos cultos formados en Filosofía y Retórica, que hacen apologías del Cristianismo. En este caso, aparte de las narraciones sobre la vida comunitaria y humilde de los cristianos, exponen los dogmas cristianos ¿cómo? utilizando su saber filosófico para mostrar la inteligibilidad de esos dogmas. Surge la Teología (dogma + filosofía = Teología), que ya no es una obra divina, como la fe, como el credo, sino una obra humana. En ella hay dos elementos: el artículo de fe, que es algo divino, y el raciocinio filosófico, que es humano, totalmente humano y partiendo de pensadores paganos. Con frecuencia esos razonamientos teológicos están influidos no sólo por la Filosofía del autor sino también por circunstancias políticas y sociales del momento.
En el siglo II surgen también las escuelas catequéticas, donde se elabora teología. Ahí están las de Alejandría (su mejor director un estoico, Panteno) y Cesárea de Palestina que buscaban la interpretación alegórica (como la Kabala y el Talmund judaicos) de la Escritura; la de Antioquía, dedicada a la exégesis bíblica, en sentido realista y literal, que produjo errores y herejías; la de Capadocia, la de Efeso y seguramente una en Roma. En todas ellas, el sistema era poner los conocimientos filosóficos o judaicos al servicio del dogma. En suma, hacían Teología, que difería mucho de unas escuelas a otras.
En Teología surgieron dos corrientes de influencia: una, la aristotélica, que predominó en Asia Menor, y Grecia. La otra, neoplatónica o helenística, que partiendo de Alejandría inundó todo el mundo latino y fue la gran fuente de inspiración para nuestros místicos (las Siete Moradas de Sta. Teresa están, con sus "ascensos", "escalas" y demás en el Pseudo Dionisio -fines siglo IV- discípulo del místico neoplatónico -no cristiano- Plotino, siglo III, lo he tenido en mis manos y lo he leído; la Guía de pecadores de Fray Luis de Granada es un plagio de la Guía de los descarriados, de Moshés ben Maimón, Maimónides, judío español, siglo XII, nacido en Córdoba y muerto en El Cairo). Después, a partir del s.XII y gracias a la Escuela de Traductores de Toledo, se introdujo el aristotelismo en Europa, de la mano de los árabes Avicena y Averroes. San Alberto Magno (dominico) lo utilizó para iluminar muchas cuestiones discutidas y su discípulo Santo Tomás de Aquino hizo todo un sistema teológico, que dura hasta nuestros días, basado en aplicar el pensamiento de Aristóteles a los dogmas y a los temas teológicos discutidos.
En definitiva, que lo que se nos sirve como "doctrina cristiana", "Teología", "Moral cristiana", etc. no es otra cosa que razonamientos de hombres impregnados de unas determinadas ideas, a propósito de ciertos puntos del dogma. Si de moral se trata, entonces meten una larguísima carga de la ambientación social de su tiempo o de sus problemas personales.
¿Qué podemos creer, me preguntas? El Credo, porque contiene los artículos de fe que nos legaron los Apóstoles. Y respecto a tu conducta, los Santos Evangelios y las Epístolas de los Apóstoles. Personalmente te recomendaría que leas con frecuencia a San Pablko. Con la muerte del último Apóstol se acabó la Revelación Divina. ¿Consecuencia? Que el resto es obra humana.
Nada, amigo, no sufras más. Pero, sobre todo, no hagas nunca sufrir a los demás, por causa de un Concilio, Papa (acuérdate de Alejandro VI), Obispo, cura o doctrina teológica. Son doctrinas humanas. Frecuentemente, darán buenos consejos; en ocasiones te explicarán bien los Evangelios, porque han estudiado historia y la filosofía en que se fundan ciertas expresiones, que nosotros, así de pronto, sin previos conocimientos exegéticos no podemos entender. Mas cuando las teorías que explican estén en contra de tu razón, de tu conciencia, no les creas. Y sobre todo, jamás, jamás hagas sufrir a nadie por causa de ellas.
En esos artículos está compendiada nuestra fe cristiana y católica. Toda la Revelación Divina se halla en los Evangelios y en las enseñanzas de los Apóstoles. Te repito que es doctrina común que con la muerte del último apóstol se acabó la Revelación. Por consiguiente, todo lo demás, por digno que sea, no es doctrina revelada, sino explicaciones, aclaraciones hechas por los sucesores de Pedro o los Concilios sobre temas de fe y costumbres. Pero en definitiva, con asistencia o no del Espíritu Santo, es siempre obra humana, que no puede oponerse a la recta razón, o a tu conciencia.
No te asustes, no soy hereje. La conciencia moral, que es de la que hablamos, la definen los teólogos como: “dictamen o juicio del entendimiento práctico que afirma en (un caso) particular si es lícito o ilícito, y por ello que ha de ser puesto (o poder ponerse) u omitido por nosotros”[9].
Y a continuación afirman que “La conciencia es la regla próxima y subjetiva de los actos humanos”, que obliga no por sí misma sino en virtud de precepto divino, porque aplica la regla objetiva y remota, o la ley al caso particular en orden a la actividad del sujeto. Por donde se concluye que la conciencia es la intimación y como promulgación de la ley en cuanto al acto que se ha de realizar”[10].
Esto lo tenían clarísimo los teólogos del Medioevo. Por ejemplo, San Buenaventura (1221-1274), nos dice que “la conciencia es como el pregonero de Dios y su mensajero; y lo que dice, no lo manda por sí mismo, sino que lo manda, como algo de Dios… y por esto tiene la fuerza de obligar”[11]
Por su parte, Santo Tomás de Aquino (1220-1274), el gran Doctor Angélico, dice que “como quiera que la conciencia no es sino la aplicación del conocimiento (de una ley) al acto, consta que la conciencia dícese que obliga en virtud de precepto divino” [12]
Y, como consecuencia, afirma el citado Merkelbach, “se sigue que la conciencia obliga más que el precepto del superior humano”[13]. Se apoya en Santo Tomás: “La conciencia no obliga sino en virtud de precepto (mandamiento) divino… Luego cuando el precepto divino obligue contra el precepto del prelado, y obligue más que el precepto del prelado, la obligación de conciencia será mayor que la obligación del precepto del prelado, así la conciencia obligará contra el precepto dado por el prelado”[14]
Y es que para la Teología Moral, “la conciencia de tal modo es la regla de los actos humanos que nunca es lícito que obremos contra ella, tanto si ordena como si prohibe” [15]. San Pablo escribió que “todo lo que no es según conciencia, es pecado”[16]
Y por si te parece poco, el Concilio Vaticano en su declaración Dignitatis humanae (De la dignidad humana), en su punto 3, dice: “El hombre percibe y reconoce por medio de su conciencia los dictámenes de la ley divina; conciencia que tiene obligación de seguir fielmente, en toda su actividad, para llegar a Dios, que es su fin. Por tanto, no se le puede forzar a obrar contra su conciencia. Ni tampoco se le puede impedir que obre según conciencia. En Gaudium et spes (Gozo y esperanza), punto 17, declara que “la dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección.
Joseph Ratzinger, el actual Papa, inmediatamente antes de la Encíclica Humanae Vitae, 1968, escribía: “Aún por encima del Papa, como expresión vinculante de la autoridad eclesiástica se halla la propia conciencia, a la que hay que obedecer la primera, si fuera preciso incluso en contra de lo que diga la autoridad eclesiástica. En esta determinación del individuo, que encuentra en la conciencia la instancia suprema y última, libre en último término frente a las pretensiones de cualquier comunidad externa, incluida la Iglesia oficial, se halla a la vez el antídoto de cualquier totalitarismo en ciernes y la verdadera obediencia eclesial se zafa de cualquier tentación totalitaria, que no podría aceptar, enfrentada con su voluntad de poder, esa clase de vinculación última” [17]
Mientras era profesor de Teología en Bonn, sobre el Santo Oficio, del que luego fue Prefecto, escribió: “Escándalo intencionado y por tanto culpable es que, con el pretexto de defender los derechos de Dios, se defiendan sólo una situación social determinada y las posiciones de poder en ella conseguidas. Escándalo secundario intencionado y por tanto culpable es que, con el pretexto de defender la inmutabilidad de la fe, no se defienda nada más que el propio estancamiento. Escándalo secundario intencionado y por tanto culpable es que, con el pretexto de proteger la integridad de la verdad, se eternicen opiniones académicas que en un momento se impusieron como cosa natural, pero que ahora llevan tiempo necesitando ser revisadas y que vuelva a plantearse cuáles son ahora las verdaderas exigencias de lo originario. Pero lo peligroso es que este escándalo secundario intencionado constantemente se confunde con el escándalo primario (el evangelio mismo) y con ello lo hace inaccesible, ocultando la pretensión específicamente cristiana y su gravedad tras las pretensiones de sus mensajeros”[18].
Sin comentarios. Es demasiado claro. Revisa nuestro pasado, lo que nos predicaron, todo aquello que nos hizo sufrir en vano y júzgalo en función de lo que te he escrito hasta ahora y en especial a la luz de estas graves y tajantes afirmaciones del teólogo Ratzinger., hoy Papa Benedicto XVI.
Te dirán que todo eso es válido para la “conciencia recta” (que no saben lo que es), pero no cuando es errónea. Pues bien, los teólogos morales te responden: “La conciencia invenciblemente errónea es accidentalmente regla de actuación” [19]. Y esto, a mi parecer, salva de maldad a aquellos predicadores de manga estrecha que tanto nos hicieron sufrir o a esos “pastores” que se inventan pecados que no son tales o normas de conducta “religiosas” que atentan gravemente a la caridad, mensaje único del Señor y base de toda la moral cristiana.
Hablan de “conciencia recta” ¿cuál es? ¿cómo se conoce? Supongo que los jerifaltes de la llamada Santa Inquisición creían estar en posesión de la verdad y por ello suponían que obraban con “conciencia recta”. Pero ¿lo era? Ya sabemos que no (Papa dixit). Tras el último Concilio se reformaron muchas Constituciones de religiosos y principalmente de religiosas, porque muchas de sus prohibiciones y usos se enfrentaban directamente contra la caridad. Y, sin embargo, sus fundadores/as pensaron obrar con “conciencia recta” al imponer aquellas reglas. Y es que, te repiuto nuevamente, la verdad revelada es una, su interper4etación es siempre obra humana y, como tal, falible.
Ten siempre un principio: la verdad revelada no puede oponerse nunca a la ley natural, porque uno sólo es el mismo autor: el Dios sobrenatural es el Dios natural, el que ha inscrito, inserto en nuestros corazones la ley natural, que se nos hace presente a cada uno por nuestra propia conciencia[20]. De ahí, pues, la convicción de los teólogos medievales y posteriores, como hemos visto, de que la conciencia es la voz de Dios, la fuerza divina que nos ata y obliga a emitir un juicio personal, subjetivo, para aplicar en el orden práctico la Verdad revelada. Y siempre, en todo caso, la regla fundamental es la caridad. Está claro en los Evangelios, clarísimo en San Pablo y en los demás apóstoles. Aún más, que la norma de “no hagas a los demás lo que no quieres para ti” es prácticamente universal entre los hombres de buena voluntad.
Resumiendo y acabo: Distingue siempre entre lo que es Verdad revelada y doctrina teológica. Aquella es inmutable, ésta es humana y la has de aplicar siempre según tu conciencia, no vale la obediencia debida.
Un abrazo y hasta otra.
[1] Promulgado por la Constituc. Apost. « Fidei Depositum », de Juan Pablo II, 1992, nº 192
[2] Catec., o.c., nº 194.
[3] Catec., o.c., nª 195.
[4] Denzinger, n.54
[5] JUNGMANN,S.J.El Sacrificio de la Misa, Herder-Católica, Madrid, 1953, nº 588,pág.585
[6] JUNGMANN, o.c.,nº 590, pg. 585.
[7] Catequesis, VII-XVIII (LIETZMANN, Symbole, 19)
[8] C.118 (LIETZMANN, Symbole, 19s.)
[9] “Dictamen seu iudicium intellectus practici affirmantis actum in particulari esse licitum vel illicitum, et ideo ponendum (vel poni psse) aut omittendum a nobis ». BENEDICTUS HENRICUS MERKELBACH, O.P. Summa Theologiae Moralis, t.I, Desclé de Brouwer, Bruges.1949; pág.189. nº 201.
[10] MERKELBACH, o.c, pág. 191, nº 203.
[11] II Sent., d.39,a.1, q.3
[12] “Unde cum conscientia nihil aliud sit quam applicatio notitiae ad actum, constat quod conscientia ligare dicitur vi praecepti divini”, QD de Ver.17,a.3
[13] O.c., nº 203.
[14] Ibid., a.5
[15] MERKELBACH, o.c.,nº 205.
[16] Romanos XIV, 23
[17] Cf.HANS KÜNG:Libertad conquistada. Memorias. Edit. Trotta. Madrid, 2003, pág. 568.
[18] El nuevo pueblo de Dios, 1969, pp. 302-321, citado por HANS KÜNG:Libertad conquistdada. Mem,orias. Edit. Trotta,S.A. Madrid, 2003, pág. 487.
[19] “Conscientia invincibiliter erronea est per accidens regula agendi”.MERKELBACH, o.c., nº 208.
[20] Rom.II, 14-14; ORIGENES, in Rom. I-II, n.7,8,9; TERTULIANUHS,Adv. Marc. V,13; HIERONYMUS,ep.121 ad Alg., q.8. Y Crisóstomo, Gregorio Nazianceno, Ambrosio, Agustdín, Basilio, Cirilo… Cf. MERKELBACH, o.c., nº 244.
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