San
Agustín habla de la Sma. Virgen María, entre otros, en los siguientes libros: De Trinitate (Sobre la Trinidad), Epístola 137 y otras varias que no
enumero; De nuptiis et concupiscentia (Sobre
las bodas y la concupiscencia); De Sancta
Virginitate (Sobre la Santa Virginidad); Enchiridion (Manual); De
Agone Christiano (Sobre el martirio cristiano); Contra Faustum (Contra
Fausto); Contra Julianum (Contra
Julio); De Natura et gratia (Sobre la
naturaleza y la gracia); De Nativitate (Sobre
la Natividad).
DOCTRINA:
(Algunos puntos interesantes)
En
De Trinitate, XIII, c. 18: “Podía Dios tomar carne de otra parte y no de la
estirpe de aquel Adán, que con su pecado encadenó al género humano; pero Dios
juzgó más conveniente formar de la misma raza vencida al hombre que habría de
triunfar sobre el enemigo.”
Algo bonito para
las féminas: “La
liberación del hombre debió manifestarse en los dos sexos. Por consiguiente,
conviniendo que tomase al varón, que es el sexo más digno (en esto
discrepo),
convenía que se manifestara por esto la liberación del sexo femenino,
por lo que aquel varón nació de una mujer” (Quaest.,
libro 83, q. 11).
Enchiridion,
c.401. “Este
modo como nació Cristo del Espíritu Santo nos da a conocer la gracia de Dios,
por la cual, el hombre (entiéndase
la Humanidad), sin
mérito alguno precedente, en el principio mismo de su existencia fue unido al
Verbo en una tan estrecha unidad de persona, que el mismo que era hijo del
hombre fuese a la vez Hijo de Dios, y el mismo que era Hijo de Dios fuese
también hijo del hombre”.
¿Que San
Agustín estaba contra la Virgen? Veamos:
Comentando
el Evangelio de San Lucas, cap. XI, 28, donde dice: “Más bien, dichosos los que
oyen la palabra de Dios y la guardan”, San Juan Crisóstomo y San Agustín dan
una interpretación que en cierta manera
se oponen a la maternidad divina; bajo la razón de bien moral y meritorio debe preferirse
la filiación adoptiva de Dios, pues concebir voluntariamente no es todavía
meritorio en si mismo a no ser que se
haga por la voluntad de Dios en virtud de la gracia; y de poco le hubiera servido
a la Virgen Santísima concebir a Cristo, si no hubiese cumplido y guardado, por
la gracia, la voluntad de Dios. No se sigue de ahí, sin embargo, que la
maternidad divina haya de ser en absoluto pospuesta también en el orden
metafísico del ser y de una más alta perfección y dignidad. La gracia y la
gloria son más dichosas que la
maternidad divina; que no hace bienaventurado inmediata ni formalmente, sino
mediante la gracia y la gloria; pero la maternidad es más digna, más alta y más noble, como de orden superior. (Distíngase el
orden moral, del metafísico; en el 1º es superior la filiación divina adoptiva
que la maternidad en si; en el segundo, más real, esa maternidad es lo más digno, alto
y noble posible). NOTA: Aún
encontraremos alguna otra cosilla donde rechinar los dientes.
En
De Virginitate (c.3, nº 31), dice San
Agustín, con otros Padres, que la venida del Redentor y de la salvación
dependía del consentimiento de María como de una condición, y que la Sma.
Virgen concibió a Cristo en la mente antes de llevarlo en sus entrañas.
Sobre
la predestinación a la gloria, tanto San Agustín como Santo Tomás opinan que la
Santísima Virgen, en el orden de la intención divina, fue elegida y predestinada
gratuitamente para ser Madre de Dios; porque Dios intentó, antes que
todo lo demás, a Cristo; que había de nacer de una hija de Adán, a la que haría
completamente santísima.
San Agustín, en De Natura et Gratia, c. 36, escribe: “Exceptuada la Sma. Virgen María, de la cual, por el honor debido
al Señor, no quiero suscitar cuestión alguna cuando se trata de pecados; porque
sabemos que a ella le fue conferida más gracia para vencer por todos sus
flancos al pecado, pues mereció concebir y dar a luz al que nos consta que no
tuvo pecado alguno”. Sin embargo, en Contra
Julio (V, 15, 57), escribe que nadie puede evitar los pecados veniales, a
causa del pecado original: “No hay hombre
alguno, fuera de Cristo, que no haya cometido pecado en la edad adulta, porque
nadie hay, a excepción de El, que no haya tenido pecado desde el principio de
su edad infantil” (¿se
refiere al pecado original?) Porque cuando Julio o Juliano, el hereje, le acusa
de que “Tu entregas a María misma al Diablo por la condición de su nacimiento”,
él responde “Nosotros no entregamos a María al Diablo por la condición de su
nacimiento, porque esta condición de nacimiento se destruye por la gracia del
renacimiento”. NOTA PERSONAL: Sin el neoplatonismo, que profesaban ambos, esta
discusión no habría existido. ¿Se deduce que S. Agustín no creía que María hubiese sido concebida sin pecado
original? Lo veremos más adelante.
San
Ambrosio, San Agustín (en varios lugares),
San León Magno, San Gregorio Magno, San Beda y San Juan Damasceno opinan que
solamente Cristo es inmune del pecado por causa de la concepción virginal. La
carne de María, a diferencia de la carne de Cristo, es carne de pecado; afirman
San Agustín y San Fulgencio. María es llamada lavada, santificada, purificada
del pecado, por San Juan Damasceno, San Gregorio Nacianceno y Eadmero.
¿En
qué se basan? En que creían que la doctrina de la concepción inmaculada se
oponía a la doctrina de la Sagrada Escritura sobre la universalidad del pecado
original. He aquí los textos: “la muerte,
que pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado” (San Pablo a
los Romanos, V, 12). “Porque como por un
hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección de los
muertos. Y como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo somos todos
vivificados” (I Cor., XV, 21-22). “La
caridad de Cristo nos constriñe, persuadidos como lo estamos de que si uno
murió por todos, luego todos somos muertos; y murió por todos para que los que
viven no vivan ya para sí, sino para aquel que por ellos murió y resucitó”
(II Cor., V, 14-15)
Obsérvese que interpretaron mal el
sentido de las palabras de San Pablo. En todos los estudios bíblicos de tiempos
de San Pablo se creía y afirmaba que nacimos inmortales y que por pecar Adán
nos vino la muerte. O sea, que es como si todos hubiésemos pecado por él.
Recuérdese que en el Antiguo Testamento los pecados de los padres pasan siempre
a los hijos. Cristo bajó ad ínferos
para resucitar a todos los que allí esperaban su venida y los resucitó. Si Adán
nos trajo la muerte, Cristo nos trajo la vida. San Pablo utiliza esa
comparación tan bonita porque estaba en la mentalidad del tiempo.
Con el neoplatonismo del siglo III y
siguientes se impuso la idea platónica de que nuestra alma, eterna y
preexistente al cuerpo, inmortal fue arrojada de los cielos por un pecado. Y
que cuerpo y alma son dos sustancias separadas, unidas accidentalmente como el
piloto con su nave o el jinete con su caballo. Júntese a ello la doctrina
gnóstica de esos tiempos que consideraba los placeres corporales y el propio
cuerpo como carne de pecado. Y se derivará, a partir del siglo III y IV, en que
el pecado de Adán se fue transmitiendo como pecado original de todos los las
males que padecemos a través del cuerpo. Pero esto no es fe sino teología, o
sea, obra humana. Con la filosofía aristotélica (alma forma sustancial que
constituye en ser vivo y racional al organizar la materia prima –H2 +
0, en H20 = agua, con propiedades distintas de H y de O, que les ha
dado la nueva forma sustancial-) no
cabría. La Encíclica Humani Generis (1950)
sobre la evolución, acepta todas las conclusiones de la Ciencia, pero
destacando que la diferencia entre el hombre más imperfecto y el animal es no
sólo de grado sino de naturaleza. Que cuando en una pareja de antropoides se
dio una mutación lo bastante sustancial como para que pudiera serle infundida
el alma humana, Dios la creó directamente
en ese ser resultante, el hombre, y que siempre y en todo individuo es creada directamente por Dios (si
Dios crea el alma y ésta es la que hace que se forme el embrión ¿va a contraer
pecado? ¿sería Dios el culpable?). Y menos en la filosofía idealista de
nuestros tiempos, a partir de Bergson o del P. Teilhard de Chardin.
Como inciso: Hasta Pío XII tuvo que
aceptar la realidad de la exégesis bíblica, a saber, que la Biblia no es un
libro científico, ni histórico, sino religioso, acomodado a los tiempos. Y que
lo de Adán y Eva es un mito de los pueblos que rodeaban al que llamamos judío y
que es la suma de bastantes relatos, algunos dobles sobre los mismos hechos,
hay novelas, etc. Y que los datos de la ciencia actual demuestran que hubo
varios adanes y varias evas (véase al super genetista Francisco Ayala en sus
últimos estudios). La ciencia no es
incompatible con la fe, puesto que ambos tienen el mismo autor: Dios, sino con la teología; que, por ser humana,
cambia con los tiempos y circunstancias sociales. A veces tardíamente y dejando
tras si un rastro de dolores y faltas de caridad irreparables.
Con la expresión “carne de pecado” los Padres no quieren decir otra cosa más que la
carne de María, en cuanto pasible y mortal, proviene de la raza corrompida de
Adán, propagada por generación seminal. Es el sentido de las palabras de San
Agustín, quien atribuye a la Virgen una carne de pecado durante el mismo tiempo
de la concepción de Cristo, es decir, una carne derivada de Adán por la vía
ordinaria de la concupiscencia y de la generación. ¿Gnosticismo?
San Agustín (De
nupt. et concup.,I,12), escribe: “Solamente allí, es a saber, en el matrimonio
de María y José, no hubo comercio carnal, porque no podía realizarse en la
carne de pecado sin la vergonzosa concupiscencia de la carne, que proviene del
pecado, sin la cual quiso ser concebido aquel que había de ser sin pecado” (¡Qué epítetos
más desafortunados sobre la unión matrimonial! Lo opuesto a la doctrina de
Santo Tomás).
Sobre la Virginidad de María,
escribe San Agustín (Enchiridion, 34):
“Si, al nacer El, se hubiese violado su integridad (la de su madre), Cristo ya
no habría nacido de una virgen, y entonces sería falso –lo que Dios no permita-
que El hubiese nacido de María Virgen,
como confiesa toda la Iglesia”.
Desde el siglo IV se afirma el dogma de la virginidad
en el parto y lo defienden contra sus adversarios: San Efrén, San Epifanio, San
Ambrosio, San Jerónimo y San Agustín.
Después San Pedro Crisólogo, Teodato de Aneira, Concilio de Éfeso, San León
Magno, San Máximo de Turín, San Gregorio Magno y San Juan Damasceno (por citar
sólo a los llamados Padres de la Iglesia).
Defendieron ampliamente la virginidad después del parto San Jerónimo, San Agustín (en varias obras), San Cirilo de Alejandría, San Pedro Crisólogo, San León Magno, San Máximo de Turìn, San Gennadio, San Sofronio y San Juan Damasceno. Especialmente San Agustín defendió explícitamente que María Santísima fue virgen antes del parto, en el parto y después del parto.
Defendieron ampliamente la virginidad después del parto San Jerónimo, San Agustín (en varias obras), San Cirilo de Alejandría, San Pedro Crisólogo, San León Magno, San Máximo de Turìn, San Gennadio, San Sofronio y San Juan Damasceno. Especialmente San Agustín defendió explícitamente que María Santísima fue virgen antes del parto, en el parto y después del parto.
San Agustín en De
nupt. et conc., I, 11, escribe: “En aquellos padres de Cristo se cumplió
todo el bien de las nupcias: la prole, la fidelidad y el sacramento. La prole
la reconocemos en el mismo Señor Jesucristo; la fidelidad, porque no hubo
adulterio; y el sacramento, porque no hubo divorcio; únicamente no hubo allí el
concúbito nupcial”.
Aún más: mientras que la tradición de los Padres de la Iglesia era que la Virgen murió
verdaderamente, San Agustín (Com. en
Ps.XXXIV y en serm. 2) lo duda y piensa que fue ascendida en carne mortal a
los cielos. “La dormición de María”
que defienden los Orientales. (¿No hay una capilla en Santes Creus con esa
dormición?).
Entendamos ahora estas palabras de San Agustín (Enarr. in Ps. XXXIV, serm.2) que parecen
negar lo anterior: “María (que provenía de Adán) murió por el
pecado; Adán murió por causa del pecado; y la carne del Señor, tomada de María,
murió para borrar los pecados”. Recordemos que la tradición judía enseñaba que
nacimos inmortales y que por el pecado de Adán se introdujo la muerte y todos
somos mortales. Comentario:
Si Cristo murió para borrar TODOS los pecados, ¿dónde queda el original, que
según los neoplatónicos se transmite por el cuerpo? Aquel ya quedaría borrado por la
muerte de Cristo.
En la Patrología
de Migne, 30, 2131, se pueden leer
estas elogiosas palabras de san Agustín: “Pero de ti ¡oh Virgen María!, ¿qué
diré yo, pobre de ingenio, siendo cuanto yo dijere, una alabanza menor de la
que tu dignidad merece? Si te llamo cielo, tu eres más alta. Si te llamare
madre de las gentes, eres superior. Si te llamare imagen de Dios, eres digna de
ello. Si te proclamo señora de los ángeles, demuestras que estás por encima de
todas las cosas”.
En
el Lib. De Sancta Virginitate, c.6,
San Agustín escribe: “Solamente aquella mujer es Madre y virgen, no sólo en el
espíritu sino también en el cuerpo. Y madre ciertamente en el espíritu, no de nuestra
cabeza, que es el Salvador…., sino madre de todos sus miembros, que somos nosotros;
porque cooperó por su caridad, para que naciesen en la Iglesia los fieles, que
son sus miembros”. La Sma. Virgen es “mediadora entre Dios y los hombres”, “Colaboradora (adjutrix) de la Redención” (San Agustín en Confes. X, 42-43).
¿Cómo se entienden las afirmaciones de
San Agustín sobre la Virgen?
En el siglo IV y siguientes, por influjo gnóstico y
dentro del neoplatonismo, se consideraba que el cuerpo era “carne de pecado” y
por lo mismo “fomes pecati”, causa y origen de lo que lleva a la concupiscencia,
mala en sí misma. Este “fomes pecati” se transmitía por generación seminal. En
ese sentido, sólo Cristo, por haber sido engendrado sin concurso de hombre, lo
había sido sin pecado. María Santísima,
en cambio, fue concebida por y con un acto de concupiscencia, es decir, de
pecado. Esto no fue óbice para que tanto San Agustín como aquellos teólogos que
son considerados como opuestos a la doctrina de la concepción inmaculada de la
Virgen, cuando hablan de María la ensalcen desde el mismo momento de su
concepción, como hemos visto anteriormente. O sea, fue concebida por un acto
pecaminoso, pero Ella fue pura desde el comienzo.
Esto lo explica muy bien, San Bernardo, en la carta
174 (escrita entre 1139-40) a los canónigos de Lyon: “No puede afirmarse con certeza que la Virgen Santísima haya sido
prevenida con la santificación: no puede ser santa antes de existir; ni pudo
ser santa la misma concepción, que se realizó en medio del placer con pecado;
para eso sería preciso que, por obra del Espíritu Santo, tuviese lugar una
concepción virginal, cosa que compete solamente a Cristo. Por consiguiente, no
queda otra solución que la de recibir la santificación después de la
concepción, estando en el seno materno, santificación que haría santa su
natividad, no su concepción”.
San Agustín (De
nupt. et concup. I, 24): “El placer es
lo que transmite el pecado original a la descendencia. El placer incluye la
concupiscencia desordenada, que no está totalmente sometida a la razón”.
Si
elimináramos la falsa teoría gnóstica, que el cuerpo es carne de pecado, que la
concupiscencia es mala en sí y pusiéramos a San Agustín en nuestros días, con
pleno conocimiento de los estudios bíblicos ¿le podríamos acusar de algo que no
le pudo pasar por la imaginación?
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