viernes, 27 de diciembre de 2013

¿HAY ACTOS BUENOS O MALOS POR SI MISMOS?

¿HAY ACTOS BUENOS O MALOS POR SÍ MISMOS?


Más en concreto, ¿todos los actos humanos son buenos o malos, justos o injustos según las costumbres de cada pueblo o de cada época? ¿no hay, por tanto, un criterio cierto, válido para toda la Humanidad, que señale unos pocos, poquísimos principios inalterables y válidos para todos, precisamente porque estén ínsitos en nuestra naturaleza racional, como algo instintivo, que determine qué es bueno o malo, justo o injusto, por encima de las sentencias judiciales o las leyes de los gobernantes?
La duda y confusión es tal que se ha hecho común en algunos políticos e incluso en  periodistas pretender salir del paso con frases como: “dejando la moral a un lado, éticamente no es aceptable”, “ni ética, ni moralmente”; como si “ético” y “moral” fueran conceptos con significados distintos.  
Ética proviene del griego ethikos, que a su vez deriva de ethos, costumbre. O sea, que sería la ciencia de los usos y costumbres griegos. Una persona actuaba éticamente cuando lo hacía conforme a las costumbres o normas sociales griegas.
Moral viene de la palabra romana mos, moris, que significa costumbre, uso social. Por consiguiente, una persona obraba moralmente bien cuando lo hacía de acuerdo con los usos y costumbres romanos.
Ambas palabras significan, por tanto, lo mismo. Lo que ocurre es que con los siglos, a causa de la romanización, se ha usado la palabra moral, y no la de ética, para definir la ciencia de las costumbres.
En el siglo pasado, algún filósofo identificado con el nazismo quiso distinguirlas, dejando “moral” para lo religioso y “ético” para las elucubraciones racionales; sin tener en cuenta que ambos vocablos dicen lo mismo; por lo que no tuvo suerte. Otros,  lo hicieron para que no se les identificara con la doctrina del filósofo Manuel Kant (1724-1804), basada en el ·imperativo categórico (una voz interior que te dice: “tu debes” hacer esto y donde sólo es moral cuando se cumple el deber por el deber, sin otros motivos); ya que juzgaban, con razón, que se sostenía por la base social cristiana del pietismo en que militaba  su Alemania de la época.
Me imagino que esos políticos cuando distinguen ambos conceptos sueñan con una Ética basada en principios racionales y otra en preceptos religiosos. De ahí que se hable de   “moral católica”, “moral evangélica”, “moral puritana”, “moral anglicana”, etc., para designar las teorías morales fundadas en creencias religiosas o “moral natural” y aún “moral kantiana”.
Pero ¿existe una Ética autónoma, es decir apoyada en sí misma? O sea: ¿existen unas pocas normas de conducta, universalmente válidas, independientes de las directrices sociales o políticas de cada país? Las costumbres varían y con ello las normas éticas de cada sociedad, según los tiempos.  Hubo siglos en que se aceptó la esclavitud, la pena de muerte, la inferioridad nata de la mujer, la poligamia, el absolutismo de los reyes y, más recientemente, la del dirigismo estatal y otras muchas perversas doctrinas contra las que ahora abominamos. ¿Dónde estaba la verdad? ¿La tenían ellos? ¿nosotros?
¿No hay un límite, un  punto de apoyo fijo, no relativo, que pueda fundar la validez (bondad o maldad, rectitud o no, verdad o falsedad, grandeza o miseria de los actos humanos)? Según enseñaba el eminente catedrático de Ética, José Luis López Aranguren, no cabía otro que la religión con su tabla de valores presuntamente revelados. No cabía una moral autónoma, esto es, fundada en sí misma. 
Desde otro punto de vista, así se deduce de la tesis  del padre del existencialismo francés Jean-Paul Sartre en su L’existencialisme cést un humanisme, que tan famoso fue: puesto que Dios ha muerto no hay en el cielo, ni en ninguna parte una tabla de valores (bien, mal; verdad, falsedad; honradez, deslealtad). Es el hombre, cada hombre, el que ha de inventarlos para si mismo.
   ¿Por qué entonces ya desde la Antígona de Sófocles (siglo V antes de Cristo) se plantea que “por encima de las leyes de los hombres está la de los dioses”, o de la naturaleza, como afirman otros? ¿Por qué ante ciertas decisiones judiciales o normas y leyes de nuestro tiempo decimos “no es justo”, “no hay derecho”?, ¿qué luz interior nos hace distinguir, ya desde la más tierna infancia, el bien del mal, lo justo de lo injusto, al menos en sus líneas más simples? ¿la conciencia o voz interior de que hablaba el griego Sócrates, cinco siglos antes de Cristo?
En común con los animales tenemos todos los instintos de conservación de la vida y de la especie y al menos con los cuadrumanos el de vivir en sociedad. ¿Por qué no las normas básicas de conducta para hacerlo posible? Al ser instintivas serían universales, válidas para todos.
Resumiendo: ¿todos los principios intelectuales y  morales son relativos a cada tiempo y lugar de la Tierra? ¿no hay unos pocos, mínimos que por ser instintivos formen nuestra primera conciencia; o sea, la que aún no ha sido desvirtuada por el influjo del lugar en que vivimos y que en situaciones límites nos salen a la superficie?
Meditémoslo.
           
                                                                         Tomás Montull Calvo. Doctor en Filosofía.
                                                                      
Más en concreto, ¿todos los actos humanos son buenos o malos, justos o injustos según las costumbres de cada pueblo o de cada época? ¿no hay, por tanto, un criterio cierto, válido para toda la Humanidad, que señale unos pocos, poquísimos principios inalterables y válidos para todos, precisamente porque estén ínsitos en nuestra naturaleza racional, como algo instintivo, que determine qué es bueno o malo, justo o injusto, por encima de las sentencias judiciales o las leyes de los gobernantes?
La duda y confusión es tal que se ha hecho común en algunos políticos e incluso en  periodistas pretender salir del paso con frases como: “dejando la moral a un lado, éticamente no es aceptable”, “ni ética, ni moralmente”; como si “ético” y “moral” fueran conceptos con significados distintos.  
Ética proviene del griego ethikos, que a su vez deriva de ethos, costumbre. O sea, que sería la ciencia de los usos y costumbres griegos. Una persona actuaba éticamente cuando lo hacía conforme a las costumbres o normas sociales griegas.
Moral viene de la palabra romana mos, moris, que significa costumbre, uso social. Por consiguiente, una persona obraba moralmente bien cuando lo hacía de acuerdo con los usos y costumbres romanos.
Ambas palabras significan, por tanto, lo mismo. Lo que ocurre es que con los siglos, a causa de la romanización, se ha usado la palabra moral, y no la de ética, para definir la ciencia de las costumbres.
En el siglo pasado, algún filósofo identificado con el nazismo quiso distinguirlas, dejando “moral” para lo religioso y “ético” para las elucubraciones racionales; sin tener en cuenta que ambos vocablos dicen lo mismo; por lo que no tuvo suerte. Otros,  lo hicieron para que no se les identificara con la doctrina del filósofo Manuel Kant (1724-1804), basada en el ·imperativo categórico (una voz interior que te dice: “tu debes” hacer esto y donde sólo es moral cuando se cumple el deber por el deber, sin otros motivos); ya que juzgaban, con razón, que se sostenía por la base social cristiana del pietismo en que militaba  su Alemania de la época.
Me imagino que esos políticos cuando distinguen ambos conceptos sueñan con una Ética basada en principios racionales y otra en preceptos religiosos. De ahí que se hable de   “moral católica”, “moral evangélica”, “moral puritana”, “moral anglicana”, etc., para designar las teorías morales fundadas en creencias religiosas o “moral natural” y aún “moral kantiana”.
Pero ¿existe una Ética autónoma, es decir apoyada en sí misma? O sea: ¿existen unas pocas normas de conducta, universalmente válidas, independientes de las directrices sociales o políticas de cada país? Las costumbres varían y con ello las normas éticas de cada sociedad, según los tiempos.  Hubo siglos en que se aceptó la esclavitud, la pena de muerte, la inferioridad nata de la mujer, la poligamia, el absolutismo de los reyes y, más recientemente, la del dirigismo estatal y otras muchas perversas doctrinas contra las que ahora abominamos. ¿Dónde estaba la verdad? ¿La tenían ellos? ¿nosotros?
¿No hay un límite, un  punto de apoyo fijo, no relativo, que pueda fundar la validez (bondad o maldad, rectitud o no, verdad o falsedad, grandeza o miseria de los actos humanos)? Según enseñaba el eminente catedrático de Ética, José Luis López Aranguren, no cabía otro que la religión con su tabla de valores presuntamente revelados. No cabía una moral autónoma, esto es, fundada en sí misma. 
Desde otro punto de vista, así se deduce de la tesis  del padre del existencialismo francés Jean-Paul Sartre en su L’existencialisme cést un humanisme, que tan famoso fue: puesto que Dios ha muerto no hay en el cielo, ni en ninguna parte una tabla de valores (bien, mal; verdad, falsedad; honradez, deslealtad). Es el hombre, cada hombre, el que ha de inventarlos para si mismo.
   ¿Por qué entonces ya desde la Antígona de Sófocles (siglo V antes de Cristo) se plantea que “por encima de las leyes de los hombres está la de los dioses”, o de la naturaleza, como afirman otros? ¿Por qué ante ciertas decisiones judiciales o normas y leyes de nuestro tiempo decimos “no es justo”, “no hay derecho”?, ¿qué luz interior nos hace distinguir, ya desde la más tierna infancia, el bien del mal, lo justo de lo injusto, al menos en sus líneas más simples? ¿la conciencia o voz interior de que hablaba el griego Sócrates, cinco siglos antes de Cristo?
En común con los animales tenemos todos los instintos de conservación de la vida y de la especie y al menos con los cuadrumanos el de vivir en sociedad. ¿Por qué no las normas básicas de conducta para hacerlo posible? Al ser instintivas serían universales, válidas para todos.
Resumiendo: ¿todos los principios intelectuales y  morales son relativos a cada tiempo y lugar de la Tierra? ¿no hay unos pocos, mínimos que por ser instintivos formen nuestra primera conciencia; o sea, la que aún no ha sido desvirtuada por el influjo del lugar en que vivimos y que en situaciones límites nos salen a la superficie?
Meditémoslo.
           
                                                                         Tomás Montull Calvo. Doctor en Filosofía.

                                                                      

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