¿HAY ACTOS BUENOS O MALOS POR SÍ
MISMOS?
Más en concreto, ¿todos los actos
humanos son buenos o malos, justos o injustos según las costumbres de cada
pueblo o de cada época? ¿no hay, por tanto, un criterio cierto, válido para
toda la Humanidad, que señale unos pocos, poquísimos principios inalterables y
válidos para todos, precisamente porque estén ínsitos en nuestra naturaleza
racional, como algo instintivo, que determine qué es bueno o malo, justo o
injusto, por encima de las sentencias judiciales o las leyes de los
gobernantes?
La duda y confusión es tal que se ha
hecho común en algunos políticos e incluso en
periodistas pretender salir del paso con frases como: “dejando la moral a un lado, éticamente no
es aceptable”, “ni ética, ni moralmente”; como si “ético” y “moral” fueran
conceptos con significados distintos.
Ética
proviene
del griego ethikos, que a su vez
deriva de ethos, costumbre. O sea,
que sería la ciencia de los usos y costumbres griegos. Una persona actuaba
éticamente cuando lo hacía conforme a las costumbres o normas sociales griegas.
Moral
viene
de la palabra romana mos, moris, que
significa costumbre, uso social. Por consiguiente, una persona obraba
moralmente bien cuando lo hacía de acuerdo con los usos y costumbres romanos.
Ambas palabras significan, por tanto,
lo mismo. Lo que ocurre es que con los siglos, a causa de la romanización, se
ha usado la palabra moral, y no la de
ética, para definir la ciencia de las
costumbres.
En el siglo pasado, algún filósofo
identificado con el nazismo quiso distinguirlas, dejando “moral” para lo
religioso y “ético” para las elucubraciones racionales; sin tener en cuenta que
ambos vocablos dicen lo mismo; por lo que no tuvo suerte. Otros, lo hicieron para que no se les identificara
con la doctrina del filósofo Manuel Kant (1724-1804), basada en el ·imperativo
categórico (una voz interior que te dice:
“tu debes” hacer esto y donde sólo es moral cuando se cumple el deber por el
deber, sin otros motivos); ya que juzgaban, con razón, que se sostenía por
la base social cristiana del pietismo en que militaba su Alemania de la época.
Me imagino que esos políticos cuando
distinguen ambos conceptos sueñan con una Ética basada en principios racionales
y otra en preceptos religiosos. De ahí que se hable de “moral católica”, “moral evangélica”, “moral
puritana”, “moral anglicana”, etc., para designar las teorías morales fundadas
en creencias religiosas o “moral natural” y aún “moral kantiana”.
Pero ¿existe una Ética autónoma, es
decir apoyada en sí misma? O sea: ¿existen unas pocas normas de conducta,
universalmente válidas, independientes de las directrices sociales o políticas
de cada país? Las costumbres varían y con ello las normas éticas de cada
sociedad, según los tiempos. Hubo siglos
en que se aceptó la esclavitud, la pena de muerte, la inferioridad nata de la
mujer, la poligamia, el absolutismo de los reyes y, más recientemente, la del
dirigismo estatal y otras muchas perversas doctrinas contra las que ahora
abominamos. ¿Dónde estaba la verdad? ¿La tenían ellos? ¿nosotros?
¿No hay un límite, un punto de apoyo fijo, no relativo, que pueda
fundar la validez (bondad o maldad,
rectitud o no, verdad o falsedad, grandeza o miseria de los actos humanos)?
Según enseñaba el eminente catedrático de Ética, José Luis López Aranguren, no
cabía otro que la religión con su tabla de valores presuntamente revelados. No
cabía una moral autónoma, esto es, fundada en sí misma.
Desde otro punto de vista, así se
deduce de la tesis del padre del
existencialismo francés Jean-Paul Sartre en su L’existencialisme cést un humanisme, que tan famoso fue: puesto que
Dios ha muerto no hay en el cielo, ni en ninguna parte una tabla de valores (bien, mal; verdad, falsedad; honradez,
deslealtad). Es el hombre, cada hombre, el que ha de inventarlos para si
mismo.
¿Por qué entonces ya desde la Antígona
de Sófocles (siglo V antes de Cristo) se plantea que “por encima de las
leyes de los hombres está la de los dioses”, o de la naturaleza, como afirman
otros? ¿Por qué ante ciertas decisiones judiciales o normas y leyes de nuestro
tiempo decimos “no es justo”, “no hay derecho”?,
¿qué luz interior nos hace distinguir, ya desde la más tierna infancia, el
bien del mal, lo justo de lo injusto, al menos en sus líneas más simples? ¿la
conciencia o voz interior de que hablaba el griego Sócrates, cinco siglos antes
de Cristo?
En común con los animales tenemos
todos los instintos de conservación de la vida y de la especie y al menos con
los cuadrumanos el de vivir en sociedad. ¿Por qué no las normas básicas de
conducta para hacerlo posible? Al ser instintivas serían universales, válidas
para todos.
Resumiendo: ¿todos los principios
intelectuales y morales son relativos a
cada tiempo y lugar de la Tierra? ¿no hay unos pocos, mínimos que por ser
instintivos formen nuestra primera conciencia; o sea, la que aún no ha sido
desvirtuada por el influjo del lugar en que vivimos y que en situaciones
límites nos salen a la superficie?
Meditémoslo.
Tomás
Montull Calvo. Doctor
en Filosofía.
Más en concreto, ¿todos los actos
humanos son buenos o malos, justos o injustos según las costumbres de cada
pueblo o de cada época? ¿no hay, por tanto, un criterio cierto, válido para
toda la Humanidad, que señale unos pocos, poquísimos principios inalterables y
válidos para todos, precisamente porque estén ínsitos en nuestra naturaleza
racional, como algo instintivo, que determine qué es bueno o malo, justo o
injusto, por encima de las sentencias judiciales o las leyes de los
gobernantes?
La duda y confusión es tal que se ha
hecho común en algunos políticos e incluso en
periodistas pretender salir del paso con frases como: “dejando la moral a un lado, éticamente no
es aceptable”, “ni ética, ni moralmente”; como si “ético” y “moral” fueran
conceptos con significados distintos.
Ética
proviene
del griego ethikos, que a su vez
deriva de ethos, costumbre. O sea,
que sería la ciencia de los usos y costumbres griegos. Una persona actuaba
éticamente cuando lo hacía conforme a las costumbres o normas sociales griegas.
Moral
viene
de la palabra romana mos, moris, que
significa costumbre, uso social. Por consiguiente, una persona obraba
moralmente bien cuando lo hacía de acuerdo con los usos y costumbres romanos.
Ambas palabras significan, por tanto,
lo mismo. Lo que ocurre es que con los siglos, a causa de la romanización, se
ha usado la palabra moral, y no la de
ética, para definir la ciencia de las
costumbres.
En el siglo pasado, algún filósofo
identificado con el nazismo quiso distinguirlas, dejando “moral” para lo
religioso y “ético” para las elucubraciones racionales; sin tener en cuenta que
ambos vocablos dicen lo mismo; por lo que no tuvo suerte. Otros, lo hicieron para que no se les identificara
con la doctrina del filósofo Manuel Kant (1724-1804), basada en el ·imperativo
categórico (una voz interior que te dice:
“tu debes” hacer esto y donde sólo es moral cuando se cumple el deber por el
deber, sin otros motivos); ya que juzgaban, con razón, que se sostenía por
la base social cristiana del pietismo en que militaba su Alemania de la época.
Me imagino que esos políticos cuando
distinguen ambos conceptos sueñan con una Ética basada en principios racionales
y otra en preceptos religiosos. De ahí que se hable de “moral católica”, “moral evangélica”, “moral
puritana”, “moral anglicana”, etc., para designar las teorías morales fundadas
en creencias religiosas o “moral natural” y aún “moral kantiana”.
Pero ¿existe una Ética autónoma, es
decir apoyada en sí misma? O sea: ¿existen unas pocas normas de conducta,
universalmente válidas, independientes de las directrices sociales o políticas
de cada país? Las costumbres varían y con ello las normas éticas de cada
sociedad, según los tiempos. Hubo siglos
en que se aceptó la esclavitud, la pena de muerte, la inferioridad nata de la
mujer, la poligamia, el absolutismo de los reyes y, más recientemente, la del
dirigismo estatal y otras muchas perversas doctrinas contra las que ahora
abominamos. ¿Dónde estaba la verdad? ¿La tenían ellos? ¿nosotros?
¿No hay un límite, un punto de apoyo fijo, no relativo, que pueda
fundar la validez (bondad o maldad,
rectitud o no, verdad o falsedad, grandeza o miseria de los actos humanos)?
Según enseñaba el eminente catedrático de Ética, José Luis López Aranguren, no
cabía otro que la religión con su tabla de valores presuntamente revelados. No
cabía una moral autónoma, esto es, fundada en sí misma.
Desde otro punto de vista, así se
deduce de la tesis del padre del
existencialismo francés Jean-Paul Sartre en su L’existencialisme cést un humanisme, que tan famoso fue: puesto que
Dios ha muerto no hay en el cielo, ni en ninguna parte una tabla de valores (bien, mal; verdad, falsedad; honradez,
deslealtad). Es el hombre, cada hombre, el que ha de inventarlos para si
mismo.
¿Por qué entonces ya desde la Antígona
de Sófocles (siglo V antes de Cristo) se plantea que “por encima de las
leyes de los hombres está la de los dioses”, o de la naturaleza, como afirman
otros? ¿Por qué ante ciertas decisiones judiciales o normas y leyes de nuestro
tiempo decimos “no es justo”, “no hay derecho”?,
¿qué luz interior nos hace distinguir, ya desde la más tierna infancia, el
bien del mal, lo justo de lo injusto, al menos en sus líneas más simples? ¿la
conciencia o voz interior de que hablaba el griego Sócrates, cinco siglos antes
de Cristo?
En común con los animales tenemos
todos los instintos de conservación de la vida y de la especie y al menos con
los cuadrumanos el de vivir en sociedad. ¿Por qué no las normas básicas de
conducta para hacerlo posible? Al ser instintivas serían universales, válidas
para todos.
Resumiendo: ¿todos los principios
intelectuales y morales son relativos a
cada tiempo y lugar de la Tierra? ¿no hay unos pocos, mínimos que por ser
instintivos formen nuestra primera conciencia; o sea, la que aún no ha sido
desvirtuada por el influjo del lugar en que vivimos y que en situaciones
límites nos salen a la superficie?
Meditémoslo.
Tomás
Montull Calvo. Doctor
en Filosofía.
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