viernes, 27 de diciembre de 2013

EN EL DÍA DE TU PRIMERA COMUNIÓN

    PARA ... EN EL DÍA DE SU PRIMERA COMUNIÓN.
     

Vas a vivir el segundo día más grande de tu vida: el de la Primera Comunión, en el que comerás por primera vez el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presentes en la Hostia consagrada. El día en el que el propio Dios, presente en la Hostia, se hará uno contigo al comerlo. Te santificará y llenará de una paz profunda; que quizás no sientas físicamente, pero que estará ahí. Como el aire que respiras llena tus pulmones y, sin embargo, no lo ves; así es Dios, estará en ti, aunque no le veas.
¿Qué por qué es el segundo? Porque el primero fue el de tu Bautismo; en el que te hicieron  hija de  Dios, hermana de Jesucristo y, por lo mismo, heredera del Cielo. O sea que,  cuando pasados muchos años, salgas de este mundo entrarás en el Cielo; no como una gracia o regalo, sino por derecho propio. En el bautismo el propio Dios se comprometió a ello.
Y desde entonces fluye por las arterias de tu alma el río de la Gracia, que te conecta, aunque no te des cuenta, con el mismo Dios. ¿Que qué es la Gracia? Pues el amor de Dios hecho realidad en tu alma. Difícil de entender ¿verdad? Voy a ver si te lo puedo aclarar con unos ejemplos.
Quieres mucho a tu padres hermanos; te sientes muy querida por ellos ¿a que sí? Entre tu y ellos existe una corriente, un río de amor que te hace ser confiada y feliz.
Sin embargo, siendo una cosa tan real y verdadera ese amor, no le ves, pero lo sientes. Pues bien, la Gracia es el amor que  Dios te tiene; el amor con que te mira, cuida y protege. No lo ves, pero es real, existe. Y ese amor de Dios perdurará en ti toda tu vida. Sí, aun cuando te apartaras de El, Dios nunca se apartará de ti; porque te ha adoptado como hija; y a una hija jamás, por mala que se vuelva, jamás se le deja de querer, jamás se le abandona.
Y así como para expresar tu cariño a tus padres les abrazas y besas o buscas sus caricias, así Dios quiere también acariciarte y lo hace nada más y nada menos que viniendo a que lo comas en la Hostia Consagrada;  a hacerse uno contigo; a ser tu alimento espiritual. ¡Fíjate qué cosa más grande vas a hacer en la comunión!
Dios está dentro de ti aunque no lo notes. El te inspira ser buena, cariñosa y trabajadora. Pero El quiere que en la medida en que te hagas mayor crezcas también en bondad, en entrega a los demás; o sea, en lo que llamamos el Reino de Dios (lo pides en  el Padrenuestro) y para darte fuerzas quiere venir en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad a ti. No sólo un día, éste, sino con mucha frecuencia toda tu vida.
Recuerda siempre bien esto: aunque alguna vez quieras ser mala, olvidarte de Dios, El jamás se olvidará de ti. Se comprometió en el Bautismo, al adoptarte como hija y se compromete cada vez que le recibes en la Hostia Consagrada.
Y ya que este día va a ser muy grande en el Cielo, aprovecha para pedir mucho por tus padres y hermanos, abuelos, tíos, primos y demás personas queridas. El Señor te concederá cuanto le pidas. A veces tarda, pero siempre, siempre concede lo que más conviene.

                ¡Feliz día!  Tomás (viejo sacerdote     de 90 años).

Vas a vivir el segundo día más grande de tu vida: el de la Primera Comunión, en el que comerás por primera vez el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presentes en la Hostia consagrada. El día en el que el propio Dios, presente en la Hostia, se hará uno contigo al comerlo. Te santificará y llenará de una paz profunda; que quizás no sientas físicamente, pero que estará ahí. Como el aire que respiras llena tus pulmones y, sin embargo, no lo ves; así es Dios, estará en ti, aunque no le veas.
¿Qué por qué es el segundo? Porque el primero fue el de tu Bautismo; en el que te hicieron  hija de  Dios, hermana de Jesucristo y, por lo mismo, heredera del Cielo. O sea que,  cuando pasados muchos años, salgas de este mundo entrarás en el Cielo; no como una gracia o regalo, sino por derecho propio. En el bautismo el propio Dios se comprometió a ello.
Y desde entonces fluye por las arterias de tu alma el río de la Gracia, que te conecta, aunque no te des cuenta, con el mismo Dios. ¿Que qué es la Gracia? Pues el amor de Dios hecho realidad en tu alma. Difícil de entender ¿verdad? Voy a ver si te lo puedo aclarar con unos ejemplos.
Quieres mucho a tu padres hermanos; te sientes muy querida por ellos ¿a que sí? Entre tu y ellos existe una corriente, un río de amor que te hace ser confiada y feliz.
Sin embargo, siendo una cosa tan real y verdadera ese amor, no le ves, pero lo sientes. Pues bien, la Gracia es el amor que  Dios te tiene; el amor con que te mira, cuida y protege. No lo ves, pero es real, existe. Y ese amor de Dios perdurará en ti toda tu vida. Sí, aun cuando te apartaras de El, Dios nunca se apartará de ti; porque te ha adoptado como hija; y a una hija jamás, por mala que se vuelva, jamás se le deja de querer, jamás se le abandona.
Y así como para expresar tu cariño a tus padres les abrazas y besas o buscas sus caricias, así Dios quiere también acariciarte y lo hace nada más y nada menos que viniendo a que lo comas en la Hostia Consagrada;  a hacerse uno contigo; a ser tu alimento espiritual. ¡Fíjate qué cosa más grande vas a hacer en la comunión!
Dios está dentro de ti aunque no lo notes. El te inspira ser buena, cariñosa y trabajadora. Pero El quiere que en la medida en que te hagas mayor crezcas también en bondad, en entrega a los demás; o sea, en lo que llamamos el Reino de Dios (lo pides en  el Padrenuestro) y para darte fuerzas quiere venir en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad a ti. No sólo un día, éste, sino con mucha frecuencia toda tu vida.
Recuerda siempre bien esto: aunque alguna vez quieras ser mala, olvidarte de Dios, El jamás se olvidará de ti. Se comprometió en el Bautismo, al adoptarte como hija y se compromete cada vez que le recibes en la Hostia Consagrada.
Y ya que este día va a ser muy grande en el Cielo, aprovecha para pedir mucho por tus padres y hermanos, abuelos, tíos, primos y demás personas queridas. El Señor te concederá cuanto le pidas. A veces tarda, pero siempre, siempre concede lo que más conviene.

                ¡Feliz día!  Tomás (viejo sacerdote     de 90 años).


¿HAY ACTOS BUENOS O MALOS POR SI MISMOS?

¿HAY ACTOS BUENOS O MALOS POR SÍ MISMOS?


Más en concreto, ¿todos los actos humanos son buenos o malos, justos o injustos según las costumbres de cada pueblo o de cada época? ¿no hay, por tanto, un criterio cierto, válido para toda la Humanidad, que señale unos pocos, poquísimos principios inalterables y válidos para todos, precisamente porque estén ínsitos en nuestra naturaleza racional, como algo instintivo, que determine qué es bueno o malo, justo o injusto, por encima de las sentencias judiciales o las leyes de los gobernantes?
La duda y confusión es tal que se ha hecho común en algunos políticos e incluso en  periodistas pretender salir del paso con frases como: “dejando la moral a un lado, éticamente no es aceptable”, “ni ética, ni moralmente”; como si “ético” y “moral” fueran conceptos con significados distintos.  
Ética proviene del griego ethikos, que a su vez deriva de ethos, costumbre. O sea, que sería la ciencia de los usos y costumbres griegos. Una persona actuaba éticamente cuando lo hacía conforme a las costumbres o normas sociales griegas.
Moral viene de la palabra romana mos, moris, que significa costumbre, uso social. Por consiguiente, una persona obraba moralmente bien cuando lo hacía de acuerdo con los usos y costumbres romanos.
Ambas palabras significan, por tanto, lo mismo. Lo que ocurre es que con los siglos, a causa de la romanización, se ha usado la palabra moral, y no la de ética, para definir la ciencia de las costumbres.
En el siglo pasado, algún filósofo identificado con el nazismo quiso distinguirlas, dejando “moral” para lo religioso y “ético” para las elucubraciones racionales; sin tener en cuenta que ambos vocablos dicen lo mismo; por lo que no tuvo suerte. Otros,  lo hicieron para que no se les identificara con la doctrina del filósofo Manuel Kant (1724-1804), basada en el ·imperativo categórico (una voz interior que te dice: “tu debes” hacer esto y donde sólo es moral cuando se cumple el deber por el deber, sin otros motivos); ya que juzgaban, con razón, que se sostenía por la base social cristiana del pietismo en que militaba  su Alemania de la época.
Me imagino que esos políticos cuando distinguen ambos conceptos sueñan con una Ética basada en principios racionales y otra en preceptos religiosos. De ahí que se hable de   “moral católica”, “moral evangélica”, “moral puritana”, “moral anglicana”, etc., para designar las teorías morales fundadas en creencias religiosas o “moral natural” y aún “moral kantiana”.
Pero ¿existe una Ética autónoma, es decir apoyada en sí misma? O sea: ¿existen unas pocas normas de conducta, universalmente válidas, independientes de las directrices sociales o políticas de cada país? Las costumbres varían y con ello las normas éticas de cada sociedad, según los tiempos.  Hubo siglos en que se aceptó la esclavitud, la pena de muerte, la inferioridad nata de la mujer, la poligamia, el absolutismo de los reyes y, más recientemente, la del dirigismo estatal y otras muchas perversas doctrinas contra las que ahora abominamos. ¿Dónde estaba la verdad? ¿La tenían ellos? ¿nosotros?
¿No hay un límite, un  punto de apoyo fijo, no relativo, que pueda fundar la validez (bondad o maldad, rectitud o no, verdad o falsedad, grandeza o miseria de los actos humanos)? Según enseñaba el eminente catedrático de Ética, José Luis López Aranguren, no cabía otro que la religión con su tabla de valores presuntamente revelados. No cabía una moral autónoma, esto es, fundada en sí misma. 
Desde otro punto de vista, así se deduce de la tesis  del padre del existencialismo francés Jean-Paul Sartre en su L’existencialisme cést un humanisme, que tan famoso fue: puesto que Dios ha muerto no hay en el cielo, ni en ninguna parte una tabla de valores (bien, mal; verdad, falsedad; honradez, deslealtad). Es el hombre, cada hombre, el que ha de inventarlos para si mismo.
   ¿Por qué entonces ya desde la Antígona de Sófocles (siglo V antes de Cristo) se plantea que “por encima de las leyes de los hombres está la de los dioses”, o de la naturaleza, como afirman otros? ¿Por qué ante ciertas decisiones judiciales o normas y leyes de nuestro tiempo decimos “no es justo”, “no hay derecho”?, ¿qué luz interior nos hace distinguir, ya desde la más tierna infancia, el bien del mal, lo justo de lo injusto, al menos en sus líneas más simples? ¿la conciencia o voz interior de que hablaba el griego Sócrates, cinco siglos antes de Cristo?
En común con los animales tenemos todos los instintos de conservación de la vida y de la especie y al menos con los cuadrumanos el de vivir en sociedad. ¿Por qué no las normas básicas de conducta para hacerlo posible? Al ser instintivas serían universales, válidas para todos.
Resumiendo: ¿todos los principios intelectuales y  morales son relativos a cada tiempo y lugar de la Tierra? ¿no hay unos pocos, mínimos que por ser instintivos formen nuestra primera conciencia; o sea, la que aún no ha sido desvirtuada por el influjo del lugar en que vivimos y que en situaciones límites nos salen a la superficie?
Meditémoslo.
           
                                                                         Tomás Montull Calvo. Doctor en Filosofía.
                                                                      
Más en concreto, ¿todos los actos humanos son buenos o malos, justos o injustos según las costumbres de cada pueblo o de cada época? ¿no hay, por tanto, un criterio cierto, válido para toda la Humanidad, que señale unos pocos, poquísimos principios inalterables y válidos para todos, precisamente porque estén ínsitos en nuestra naturaleza racional, como algo instintivo, que determine qué es bueno o malo, justo o injusto, por encima de las sentencias judiciales o las leyes de los gobernantes?
La duda y confusión es tal que se ha hecho común en algunos políticos e incluso en  periodistas pretender salir del paso con frases como: “dejando la moral a un lado, éticamente no es aceptable”, “ni ética, ni moralmente”; como si “ético” y “moral” fueran conceptos con significados distintos.  
Ética proviene del griego ethikos, que a su vez deriva de ethos, costumbre. O sea, que sería la ciencia de los usos y costumbres griegos. Una persona actuaba éticamente cuando lo hacía conforme a las costumbres o normas sociales griegas.
Moral viene de la palabra romana mos, moris, que significa costumbre, uso social. Por consiguiente, una persona obraba moralmente bien cuando lo hacía de acuerdo con los usos y costumbres romanos.
Ambas palabras significan, por tanto, lo mismo. Lo que ocurre es que con los siglos, a causa de la romanización, se ha usado la palabra moral, y no la de ética, para definir la ciencia de las costumbres.
En el siglo pasado, algún filósofo identificado con el nazismo quiso distinguirlas, dejando “moral” para lo religioso y “ético” para las elucubraciones racionales; sin tener en cuenta que ambos vocablos dicen lo mismo; por lo que no tuvo suerte. Otros,  lo hicieron para que no se les identificara con la doctrina del filósofo Manuel Kant (1724-1804), basada en el ·imperativo categórico (una voz interior que te dice: “tu debes” hacer esto y donde sólo es moral cuando se cumple el deber por el deber, sin otros motivos); ya que juzgaban, con razón, que se sostenía por la base social cristiana del pietismo en que militaba  su Alemania de la época.
Me imagino que esos políticos cuando distinguen ambos conceptos sueñan con una Ética basada en principios racionales y otra en preceptos religiosos. De ahí que se hable de   “moral católica”, “moral evangélica”, “moral puritana”, “moral anglicana”, etc., para designar las teorías morales fundadas en creencias religiosas o “moral natural” y aún “moral kantiana”.
Pero ¿existe una Ética autónoma, es decir apoyada en sí misma? O sea: ¿existen unas pocas normas de conducta, universalmente válidas, independientes de las directrices sociales o políticas de cada país? Las costumbres varían y con ello las normas éticas de cada sociedad, según los tiempos.  Hubo siglos en que se aceptó la esclavitud, la pena de muerte, la inferioridad nata de la mujer, la poligamia, el absolutismo de los reyes y, más recientemente, la del dirigismo estatal y otras muchas perversas doctrinas contra las que ahora abominamos. ¿Dónde estaba la verdad? ¿La tenían ellos? ¿nosotros?
¿No hay un límite, un  punto de apoyo fijo, no relativo, que pueda fundar la validez (bondad o maldad, rectitud o no, verdad o falsedad, grandeza o miseria de los actos humanos)? Según enseñaba el eminente catedrático de Ética, José Luis López Aranguren, no cabía otro que la religión con su tabla de valores presuntamente revelados. No cabía una moral autónoma, esto es, fundada en sí misma. 
Desde otro punto de vista, así se deduce de la tesis  del padre del existencialismo francés Jean-Paul Sartre en su L’existencialisme cést un humanisme, que tan famoso fue: puesto que Dios ha muerto no hay en el cielo, ni en ninguna parte una tabla de valores (bien, mal; verdad, falsedad; honradez, deslealtad). Es el hombre, cada hombre, el que ha de inventarlos para si mismo.
   ¿Por qué entonces ya desde la Antígona de Sófocles (siglo V antes de Cristo) se plantea que “por encima de las leyes de los hombres está la de los dioses”, o de la naturaleza, como afirman otros? ¿Por qué ante ciertas decisiones judiciales o normas y leyes de nuestro tiempo decimos “no es justo”, “no hay derecho”?, ¿qué luz interior nos hace distinguir, ya desde la más tierna infancia, el bien del mal, lo justo de lo injusto, al menos en sus líneas más simples? ¿la conciencia o voz interior de que hablaba el griego Sócrates, cinco siglos antes de Cristo?
En común con los animales tenemos todos los instintos de conservación de la vida y de la especie y al menos con los cuadrumanos el de vivir en sociedad. ¿Por qué no las normas básicas de conducta para hacerlo posible? Al ser instintivas serían universales, válidas para todos.
Resumiendo: ¿todos los principios intelectuales y  morales son relativos a cada tiempo y lugar de la Tierra? ¿no hay unos pocos, mínimos que por ser instintivos formen nuestra primera conciencia; o sea, la que aún no ha sido desvirtuada por el influjo del lugar en que vivimos y que en situaciones límites nos salen a la superficie?
Meditémoslo.
           
                                                                         Tomás Montull Calvo. Doctor en Filosofía.

                                                                      

SOBRE SAN AGUSTÍN: Respuesta a “¿se opuso a la concepción inmaculada?

           

San Agustín habla de la Sma. Virgen María, entre otros, en los siguientes libros: De Trinitate (Sobre la Trinidad), Epístola 137 y otras varias que no enumero; De nuptiis et concupiscentia (Sobre las bodas y la concupiscencia); De Sancta Virginitate (Sobre la Santa Virginidad); Enchiridion (Manual); De Agone Christiano (Sobre el martirio cristiano); Contra Faustum  (Contra Fausto); Contra Julianum (Contra Julio); De Natura et gratia (Sobre la naturaleza y la gracia); De Nativitate (Sobre la Natividad).

DOCTRINA: (Algunos puntos interesantes)
En De Trinitate, XIII, c. 18: “Podía Dios tomar carne de otra parte y no de la estirpe de aquel Adán, que con su pecado encadenó al género humano; pero Dios juzgó más conveniente formar de la misma raza vencida al hombre que habría de triunfar sobre el enemigo.”
Algo bonito para las féminas: “La liberación del hombre debió manifestarse en los dos sexos. Por consiguiente, conviniendo que tomase al varón, que es el sexo más digno (en esto discrepo), convenía que se manifestara por esto la liberación del sexo femenino, por lo que aquel varón nació de una mujer” (Quaest., libro 83, q. 11).
Enchiridion, c.401. “Este modo como nació Cristo del Espíritu Santo nos da a conocer la gracia de Dios, por la cual, el hombre (entiéndase la Humanidad), sin mérito alguno precedente, en el principio mismo de su existencia fue unido al Verbo en una tan estrecha unidad de persona, que el mismo que era hijo del hombre fuese a la vez Hijo de Dios, y el mismo que era Hijo de Dios fuese también hijo del hombre”.

¿Que San Agustín estaba contra la Virgen? Veamos:
Comentando el Evangelio de San Lucas, cap. XI, 28, donde dice: “Más bien, dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan”, San Juan Crisóstomo y San Agustín dan una interpretación que en cierta manera se oponen a la maternidad divina; bajo la razón de bien moral y meritorio debe preferirse la filiación adoptiva de Dios, pues concebir voluntariamente no es todavía meritorio  en si mismo a no ser que se haga por la voluntad de Dios en virtud de la gracia; y de poco le hubiera servido a la Virgen Santísima concebir a Cristo, si no hubiese cumplido y guardado, por la gracia, la voluntad de Dios. No se sigue de ahí, sin embargo, que la maternidad divina haya de ser en absoluto pospuesta también en el orden metafísico del ser y de una más alta perfección y dignidad. La gracia y la gloria son más dichosas que la maternidad divina; que no hace bienaventurado inmediata ni formalmente, sino mediante la gracia y la gloria; pero la maternidad es más digna, más alta y más noble, como de orden superior. (Distíngase el orden moral, del metafísico; en el 1º es superior la filiación divina adoptiva que la maternidad en si; en el segundo,  más real, esa maternidad es lo más digno, alto y noble posible). NOTA: Aún encontraremos alguna otra cosilla donde rechinar los dientes.
En De Virginitate (c.3, nº 31), dice San Agustín, con otros Padres, que la venida del Redentor y de la salvación dependía del consentimiento de María como de una condición, y que la Sma. Virgen concibió a Cristo en la mente antes de llevarlo en sus entrañas.
Sobre la predestinación a la gloria, tanto San Agustín como Santo Tomás opinan que la Santísima Virgen, en el orden de la intención divina, fue elegida y predestinada gratuitamente para ser Madre de Dios; porque Dios intentó, antes que todo lo demás, a Cristo; que había de nacer de una hija de Adán, a la que haría completamente santísima.
   San Agustín, en De Natura et Gratia, c. 36, escribe: “Exceptuada la Sma. Virgen María, de la cual, por el honor debido al Señor, no quiero suscitar cuestión alguna cuando se trata de pecados; porque sabemos que a ella le fue conferida más gracia para vencer por todos sus flancos al pecado, pues mereció concebir y dar a luz al que nos consta que no tuvo pecado alguno”. Sin embargo, en Contra Julio (V, 15, 57), escribe que nadie puede evitar los pecados veniales, a causa del pecado original: “No hay hombre alguno, fuera de Cristo, que no haya cometido pecado en la edad adulta, porque nadie hay, a excepción de El, que no haya tenido pecado desde el principio de su edad infantil” (¿se refiere al pecado original?) Porque cuando Julio o Juliano, el hereje, le acusa de que “Tu entregas a María misma al Diablo por la condición de su nacimiento”, él responde “Nosotros no entregamos a María al Diablo por la condición de su nacimiento, porque esta condición de nacimiento se destruye por la gracia del renacimiento”. NOTA PERSONAL: Sin el neoplatonismo, que profesaban ambos, esta discusión no habría existido. ¿Se deduce que S. Agustín no creía  que María hubiese sido concebida sin pecado original? Lo veremos más adelante.
San Ambrosio, San Agustín (en varios lugares), San León Magno, San Gregorio Magno, San Beda y San Juan Damasceno opinan que solamente Cristo es inmune del pecado por causa de la concepción virginal. La carne de María, a diferencia de la carne de Cristo, es carne de pecado; afirman San Agustín y San Fulgencio. María es llamada lavada, santificada, purificada  del pecado, por San Juan Damasceno, San Gregorio Nacianceno y Eadmero.
¿En qué se basan? En que creían que la doctrina de la concepción inmaculada se oponía a la doctrina de la Sagrada Escritura sobre la universalidad del pecado original. He aquí los textos: “la muerte, que pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado” (San Pablo a los Romanos, V, 12). “Porque como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección de los muertos. Y como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo somos todos vivificados” (I Cor., XV, 21-22). “La caridad de Cristo nos constriñe, persuadidos como lo estamos de que si uno murió por todos, luego todos somos muertos; y murió por todos para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que por ellos murió y resucitó” (II Cor., V, 14-15)
Obsérvese que interpretaron mal el sentido de las palabras de San Pablo. En todos los estudios bíblicos de tiempos de San Pablo se creía y afirmaba que nacimos inmortales y que por pecar Adán nos vino la muerte. O sea, que es como si todos hubiésemos pecado por él. Recuérdese que en el Antiguo Testamento los pecados de los padres pasan siempre a los hijos. Cristo bajó ad ínferos para resucitar a todos los que allí esperaban su venida y los resucitó. Si Adán nos trajo la muerte, Cristo nos trajo la vida. San Pablo utiliza esa comparación tan bonita porque estaba en la mentalidad del tiempo.
Con el neoplatonismo del siglo III y siguientes se impuso la idea platónica de que nuestra alma, eterna y preexistente al cuerpo, inmortal fue arrojada de los cielos por un pecado. Y que cuerpo y alma son dos sustancias separadas, unidas accidentalmente como el piloto con su nave o el jinete con su caballo. Júntese a ello la doctrina gnóstica de esos tiempos que consideraba los placeres corporales y el propio cuerpo como carne de pecado. Y se derivará, a partir del siglo III y IV, en que el pecado de Adán se fue transmitiendo como pecado original de todos los las males que padecemos a través del cuerpo. Pero esto no es fe sino teología, o sea, obra humana. Con la filosofía aristotélica (alma forma sustancial que constituye en ser vivo y racional al organizar la materia prima –H2 + 0, en H20 = agua, con propiedades distintas de H y de O, que les ha dado la nueva forma sustancial-)  no cabría.  La Encíclica  Humani Generis (1950) sobre la evolución, acepta todas las conclusiones de la Ciencia, pero destacando que la diferencia entre el hombre más imperfecto y el animal es no sólo de grado sino de naturaleza. Que cuando en una pareja de antropoides se dio una mutación lo bastante sustancial como para que pudiera serle infundida el alma humana, Dios la creó directamente en ese ser resultante, el hombre, y que siempre y en todo individuo es creada directamente por Dios  (si Dios crea el alma y ésta es la que hace que se forme el embrión ¿va a contraer pecado? ¿sería Dios el culpable?). Y menos en la filosofía idealista de nuestros tiempos, a partir de Bergson o del P. Teilhard de Chardin.
Como inciso: Hasta Pío XII tuvo que aceptar la realidad de la exégesis bíblica, a saber, que la Biblia no es un libro científico, ni histórico, sino religioso, acomodado a los tiempos. Y que lo de Adán y Eva es un mito de los pueblos que rodeaban al que llamamos judío y que es la suma de bastantes relatos, algunos dobles sobre los mismos hechos, hay novelas, etc. Y que los datos de la ciencia actual demuestran que hubo varios adanes y varias evas (véase al super genetista Francisco Ayala en sus últimos estudios). La ciencia  no es incompatible con la fe, puesto que ambos tienen el mismo autor: Dios,  sino con la teología; que, por ser humana, cambia con los tiempos y circunstancias sociales. A veces tardíamente y dejando tras si un rastro de dolores y faltas de caridad irreparables.
                Con la expresión “carne de pecado” los Padres no quieren decir otra cosa más que la carne de María, en cuanto pasible y mortal, proviene de la raza corrompida de Adán, propagada por generación seminal. Es el sentido de las palabras de San Agustín, quien atribuye a la Virgen una carne de pecado durante el mismo tiempo de la concepción de Cristo, es decir, una carne derivada de Adán por la vía ordinaria de la concupiscencia y de la generación. ¿Gnosticismo?  
                San Agustín (De nupt. et concup.,I,12), escribe: “Solamente allí, es a saber, en el matrimonio de María y José, no hubo comercio carnal, porque no podía realizarse en la carne de pecado sin la vergonzosa concupiscencia de la carne, que proviene del pecado, sin la cual quiso ser concebido aquel que había de ser sin pecado” (¡Qué epítetos más desafortunados sobre la unión matrimonial! Lo opuesto a la doctrina de Santo Tomás).
                Sobre la Virginidad de María, escribe San Agustín (Enchiridion, 34): “Si, al nacer El, se hubiese violado su integridad (la de su madre), Cristo ya no habría nacido de una virgen, y entonces sería falso –lo que Dios no permita- que  El hubiese nacido de María Virgen, como confiesa toda la Iglesia”.
                Desde el siglo IV se afirma el dogma de la virginidad en el parto y lo defienden contra sus adversarios: San Efrén, San Epifanio, San Ambrosio, San Jerónimo y San Agustín. Después San Pedro Crisólogo, Teodato de Aneira, Concilio de Éfeso, San León Magno, San Máximo de Turín, San Gregorio Magno y San Juan Damasceno (por citar sólo a los llamados Padres de la Iglesia).
                Defendieron ampliamente la virginidad después del parto San Jerónimo, San Agustín (en varias obras), San Cirilo de Alejandría, San Pedro Crisólogo, San León Magno, San Máximo de Turìn, San Gennadio, San Sofronio y San Juan Damasceno. Especialmente San Agustín defendió explícitamente que María Santísima fue virgen antes del parto, en el parto y después del parto.
                San Agustín en De nupt. et conc., I, 11, escribe: “En aquellos padres de Cristo se cumplió todo el bien de las nupcias: la prole, la fidelidad y el sacramento. La prole la reconocemos en el mismo Señor Jesucristo; la fidelidad, porque no hubo adulterio; y el sacramento, porque no hubo divorcio; únicamente no hubo allí el concúbito nupcial”.
                Aún más: mientras que la tradición de los Padres de la Iglesia era que la Virgen murió verdaderamente, San Agustín (Com. en Ps.XXXIV y en serm. 2) lo duda y piensa que fue ascendida en carne mortal a los cielos. “La dormición de María” que defienden los Orientales. (¿No hay una capilla en Santes Creus con esa dormición?).    
                Entendamos ahora estas palabras de San Agustín (Enarr. in Ps. XXXIV, serm.2) que parecen negar lo anterior:  “María (que provenía de Adán) murió por el pecado; Adán murió por causa del pecado; y la carne del Señor, tomada de María, murió para borrar los pecados”. Recordemos que la tradición judía enseñaba que nacimos inmortales y que por el pecado de Adán se introdujo la muerte y todos somos mortales. Comentario: Si Cristo murió para borrar TODOS los pecados, ¿dónde queda el original, que según los neoplatónicos se transmite por el cuerpo? Aquel ya quedaría borrado por la muerte de Cristo.
                En la Patrología de Migne, 30, 2131, se pueden  leer estas elogiosas palabras de san Agustín: “Pero de ti ¡oh Virgen María!, ¿qué diré yo, pobre de ingenio, siendo cuanto yo dijere, una alabanza menor de la que tu dignidad merece? Si te llamo cielo, tu eres más alta. Si te llamare madre de las gentes, eres superior. Si te llamare imagen de Dios, eres digna de ello. Si te proclamo señora de los ángeles, demuestras que estás por encima de todas las cosas”.
En el Lib. De Sancta Virginitate, c.6, San Agustín escribe: “Solamente aquella mujer es Madre y virgen, no sólo en el espíritu sino también en el cuerpo. Y madre ciertamente en el espíritu, no de nuestra cabeza, que es el Salvador…., sino madre de todos sus miembros, que somos nosotros; porque cooperó por su caridad, para que naciesen en la Iglesia los fieles, que son sus miembros”. La Sma. Virgen es “mediadora entre Dios y los hombres”,Colaboradora (adjutrix) de la Redención” (San Agustín en Confes. X, 42-43).

                ¿Cómo se entienden las afirmaciones de San Agustín sobre la Virgen?
                En el siglo IV y siguientes, por influjo gnóstico y dentro del neoplatonismo, se consideraba que el cuerpo era “carne de pecado” y por lo mismo  “fomes pecati”, causa y origen de lo que lleva a la concupiscencia, mala en sí misma. Este “fomes pecati” se transmitía por generación seminal. En ese sentido, sólo Cristo, por haber sido engendrado sin concurso de hombre, lo había sido sin pecado.  María Santísima, en cambio, fue concebida por y con un acto de concupiscencia, es decir, de pecado. Esto no fue óbice para que tanto San Agustín como aquellos teólogos que son considerados como opuestos a la doctrina de la concepción inmaculada de la Virgen, cuando hablan de María la ensalcen desde el mismo momento de su concepción, como hemos visto anteriormente. O sea, fue concebida por un acto pecaminoso, pero Ella fue pura desde el comienzo.
                Esto lo explica muy bien, San Bernardo, en la carta 174 (escrita entre 1139-40) a los canónigos de Lyon: “No puede afirmarse con certeza que la Virgen Santísima haya sido prevenida con la santificación: no puede ser santa antes de existir; ni pudo ser santa la misma concepción, que se realizó en medio del placer con pecado; para eso sería preciso que, por obra del Espíritu Santo, tuviese lugar una concepción virginal, cosa que compete solamente a Cristo. Por consiguiente, no queda otra solución que la de recibir la santificación después de la concepción, estando en el seno materno, santificación que haría santa su natividad, no su concepción”.
                San Agustín (De nupt. et concup. I, 24): “El placer es lo que transmite el pecado original a la descendencia. El placer incluye la concupiscencia desordenada, que no está totalmente sometida a la razón”.

                Si elimináramos la falsa teoría gnóstica, que el cuerpo es carne de pecado, que la concupiscencia es mala en sí y pusiéramos a San Agustín en nuestros días, con pleno conocimiento de los estudios bíblicos ¿le podríamos acusar de algo que no le pudo pasar por la imaginación?



MAGDALENA: NI PECADORA, NI NOVIA DE JESÚS.



Desde que al Papa Gregorio I, Magno, en un sermón en 591 se le ocurriera identificar a María de Magdala con María de Betania, se abrió paso la creencia de que  aquella era la pecadora anónima que unge los pies de Jesús en casa de Simón el Fariseo. A comienzos del siglo pasado, los exégetas, es decir, los intérpretes de las Sagradas Escrituras en función de las circunstancias históricas del tiempo, ya desmintieron esa identificación. No es una María, son tres. Y la Iglesia Católica, como veremos luego, modificó tras el Concilio Vaticano II la liturgia de su fiesta, suprimiendo toda referencia a su carácter de penitente, pecadora y similares.
Veamos, en primer lugar, qué dicen los Evangelios acerca de María Magdalena o María de Magdala (Migdal Nunayah, junto al lago de Galilea, a menos de 6 km. al norte de Tiberíades).
Mat 27,55-56: La muerte de Jesús: “Había allí, mirándole desde lejos, muchas mujeres que habían seguido a Jesús, desde Galilea, para servirle; entre ellas María Magdalena y María la madre de Santiago y José y la madre de los hijos del Zebedeo.
Mat. 27, 61: Mientras José de Arimatea sepulta a Jesús y cierra con una piedra grande, “estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro”.
Marc. 15,40: Muerte de Jesús, “Había también unas mujeres que de lejos le miraban, entre las cuales estaba María Magdalena y María la madre de Santiago el Menor y de José y Salomé, las cuales, cuando El estaba en Galilea, le seguían y le servían, y otras muchas que habían subido con El a Jerusalén”
Marc 15, 47: José de Arimatea, deposita a Jesús en un monumento que estaba cavado en la peña y volvió la piedra sobre la puerta del monumento: “María Magdalena y María la de José miraban donde se le ponía
Luc 8,2: Le acompañaban los doce “y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y de enfermedades. María, llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes y Susana y otras varias que le servían de sus bienes”.
Marc 16, 1-8: “Pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ungirle. Y muy de madrugada, el primer día después del sábado, en cuanto salió el sol, vinieron al monumento. Se decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la puerta del monumento? Y mirando, vieron que la piedra estaba removida; era muy grande. Entrando en el monumento vieron un joven sentado a la derecha, vestido de una túnica blanca, y quedaron sobrecogidas de espanto. El les dijo: No os asustéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado, ha resucitado, no está aquí; mirad el sitio en que le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que os precederá a Galilea; allí le veréis como os ha dicho”
Marc.  16-9: “Resucitado Jesús la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de quien había echado siete demonios. Ella fue quien los anunció a los que habían vivido con Él, que estaban sumidos en la tristeza y el llanto, pero oyendo que vivía y que había sido visto por ella, no la creyeron”.
Juan 20, 1:El día primero de la semana, María Magdalena vino muy de madrugada, cuando aún era de noche, al monumento, y vio quitada la piedra del monumento. Corrió y vino a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo: Han tomado al Señor del monumento y no sabemos donde le han puesto”
Juan 20, 11-18: Mientras Pedro y Juan entran en el monumento, “María (Magdalena) se quedó junto al monumento, fuera, llorando. Mientras lloraba, se inclinó hacia el monumento, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno en la cabecera y otro a los pies, de donde había estado el cuerpo de Jesús. Le dijeron ¿por qué lloras, mujer? Ella les dijo: Porque han tomado a mi Señor y no sé donde le han puesto. En diciendo esto se volvió para atrás y vio a Jesús, que estaba allí, pero no conoció que fuese Jesús. Díjole Jesús; Mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo: Señor, si le has llevado tu, dime donde le has puesto, y yo le tomaré. Díjole Jesús: ¡María! Ella, volviéndose, le dijo en hebreo: ¡Rabboni!, que quiere decir: Maestro. Jesús le dijo: Deja ya de tocarme, porque aún  no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: “He visto al Señor” y las cosas que le había dicho.”
Lucas 24, 10: Van al monumento y los ángeles les dicen que ha resucitado y vuelven para explicárselo a “los once y a todos los demás”. “Eran María la Magdalena, Juana y María de Santiago y las demás que estaban con ellas”.
Juan 19, 25: Estaban junto a la cruz de Jesús, su Madre y la hermana de su Madre, María la de Cleofás y María Magdalena”

Comentario: Tanto San Lucas como San Marcos dicen que Jesús expulsó “siete demonios” de María Magdalena. Y esto, durante muchos siglos, se interpretó como que María era un gran pecadora. De ahí que se la identificara con la que unge sus pies en casa de Simón el Fariseo e incluso con María de Betania, por haber hecho lo mismo.  Y se la llamara María “la penitente”.
Pero esa frase no tenía entonces el sentido que la ignorancia del ambiente en que fue pronunciada le ha dado. Los judíos, desde el Génesis o primeros libros del Antiguo Testamento, creían firmemente que habíamos sido creados inmortales por Dios, mas que por el pecado de Adán y Eva nos vino la muerte y con ella todos los males y enfermedades. Por eso, en el caso de grandes enfermos, se preguntaban quién había pecado para estar así, ¿él o sus padres?  La enfermedad era un castigo del pecado, era un pecado.
Por otra parte, el número siete era mágico para los judíos (Dios creó en siete días, siete los de la semana; setenta veces siete para perdonar, o sea, infinitos). Significaba la totalidad. En consecuencia, que lo que ambos evangelistas quieren mostrar es que María estaba muy agradecida al Señor porque le había curado todos sus males, la había dejado completamente bien; como había hecho con Juana, la mujer de Cusa,  con Susana y otras mujeres que le acompañaban y ayudaban con sus bienes.
Cuanto hemos leído nos muestra que María Magdalena era una mujer decidida, activa, auténtica líder de las demás, por lo que se la cita tanto; hasta el extremo de que en Oriente se la llama “isapóstolos” (isa = igual que), igual que un apóstol. En los años posteriores a la muerte del Señor debía ser muy conocida, puesto que los Evangelios no dan ninguna explicación sobre ella. Únicamente “María de Magdala” a fin de no confundirla con las otras María, cuya presencia fue poco o nada importante.

MARÍA DE BETANIA. Otro personaje distinto. He aquí los relatos evangélicos:

Luc. 10, 38-42: Yendo (Jesús) de camino, entró en una aldea, y una mujer, Marta de nombre, le recibió en su casa. Tenía ésta una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta andaba afanada en los muchos cuidados del servicio, y acercándose dijo: Señor ¿no te da enfado que mi hermana me deje a mi sola en el servicio? Dile pues que me ayude. Respondió el Señor y le dijo: Marta, Marta, tu te inquietas y te turbas por muchas cosas; pero pocas son necesarias, o más bien una sola. María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada”.
Juan 11, 1-41: Había un enfermo, Lázaro, de Betania, de la aldea de María y Marta, su hermana. Era ésta, María la que ungió al Señor con ungüento y le enjugó los pies con sus cabellos, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo. Enviaron, pues, las hermanas a decirle: Señor, el que amas está enfermo. Oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro. Aunque oyó que estaba enfermo, permaneció en el lugar en que se hallaba dos días más; pasados los cuales dijo a los discípulos: Vamos otra vez a Judea. Los discípulos le dijeron: Rabí, los judíos te buscan para apedrearte ¿y de nuevo vas allá?... Lázaro, nuestro amigo, está dormido, pero yo voy a despertarle. Dijéronle entonces los discípulos: Señor, si duerme, sanará. Hablaba Jesús de su muerte, y ellos pensaron que hablaba del descanso del sueño. Entonces les dijo claramente: Lázaro ha muerto y me alegro por vosotros de no haber estado allí para que creáis; pero vamos allá…
Fue, pues, Jesús y se encontró con que llevaba ya cuatro días en el sepulcro… Marta, pues, en cuanto oyó que Jesús llegaba, le salió al encuentro; pero María se quedó sentada en casa. Dijo, pues, Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano; pero sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo otorgará. Díjole Jesús: Resucitará tu hermano. Marta le dijo: Se que resucitará en la resurrección, en el último día…
Se fue y llamó a María, su hermana, diciéndole en secreto: El Maestro está ahí y te llama. Cuando oyó esto se levantó al instante y se fue a El, pues aún no había entrado Jesús en la aldea, sino que se hallaba aún en el sitio donde le había encontrado Marta… Así que María llegó donde Jesús estaba, viéndole se echó a sus pies diciendo: Señor, si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano.
 Viéndola Jesús llorar, y que lloraban también los judíos que habían venido con ella, se conmovió hondamente y se turbó, y dijo: ¿Dónde le habéis puesto? Dijéronle: Señor, ven y ve. Lloró Jesús y los judíos decían: ¡Cómo le amaba! Algunos de ellos dijeron: ¿No pudo éste, que abrió los ojos del ciego, hacer que no muriese?
Jesús, otra vez conmovido en su interior, llegó al monumento, que era una cueva tapada con una piedra. Dijo Jesús: Quitad la piedra. Díjole Marta, la hermana del muerto: Señor, ya hiede, pues lleva cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si creyeres verás la gloria de Dios?
Quitaron, pues, la piedra y Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que siempre me escuchas, pero por la muchedumbre que me rodea lo digo, para que crean que tu me has enviado. Diciendo esto, gritó con fuerte acento: Lázaro, sal fuera. Salió el muerto, ligados con fajas pies y manos y el rostro envuelto en un sudario, Jesús les dijo: Soltadle y dejadle ir”.
Juan 12, 1-3: Seis días antes de la Pascua vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dispusieron allí una cena; y Marta servía. Lázaro era de los que estaban a la mesa con El. María, tomando una libra de ungüento de nardo legítimo, de gran valor, ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos, y la casa se llenó del olor del ungüento”.

Comentario: Por lo leído, parece que María de Betania no debía ser una conocida notable entre los primeros cristianos como María de Magdala y otras María, que hemos visto, cuando el Evangelista tiene que dar tantas explicaciones, a fin de darla a conocer y de lo mucho que el Señor la quería. De ahí que cuando comienza a explicar los antecedentes de la resurrección de Lázaro haya de recordar el hecho de que fue quien ungió al Señor precisamente el sábado, víspera de su entrada en Jerusalén y por ello, como dijo Jesús a Judas Iscariote, que la reprendía por haber derramado aquel caro ungüento: “Déjala, lo tenía guardado para el día de mi sepultura”.
  En conclusión: que no era María Magdalena. Eran dos personas distintas. Ni tampoco la pecadora anónima que vamos a ver. Sólo lo cuenta San Lucas, pero las circunstancias y forma del relato son otras.

Lucas 7, 36: “Le invitó un fariseo a comer con él, y entrando en su casa se puso a la mesa. Y he aquí que llegó una mujer pecadora que había en la ciudad, la cual, sabiendo que estaba a la mesa en casa del fariseo, con un pomo de alabastro de ungüento se puso detrás de él, a sus pies (recordemos que no comían sentados como nosotros, sino echados en un triclinio),  llorando, y comenzó a bañar con lágrimas sus pies, enjugándolos con los cabellos de su cabeza y besándolos y ungiéndolos con el ungüento”.
  Comentario sobre la unción de los pies. Los judíos tenían  por ley religiosa el deber de lavarse las manos antes de comer cualquier cosa. Y, por costumbre,  lavar los pies a cualquier invitado, para que se despojara del polvo del camino o de la calle. Normalmente eso lo hacía un siervo.
  Comían tumbados o recostados. Por eso, evitaban la suciedad de unos pies expuestos a las miradas de todos. Y así, lo primero que veían quienes entraban en el comedor eran los pies de los comensales. 
 De ahí que en un acto de gran amor y gratitud, María de Betania quisiera honrar al Señor. Y la pecadora en casa del fariseo comenzara llorando sobre los pies del Maestro, pidiendo perdón así por sus pecados y luego se los secara con sus cabellos, a falta de cosa mejor y los ungiera.

En la reforma litúrgica, posterior al Concilio Vaticano II, se han eliminado todas las referencias a la Magdalena “penitente”, pecadora, hermana de Marta y Lázaro,  de la liturgia anterior. Y se ha hecho un nuevo ritual de su misa. El Evangelio es aquel relato en el que Magdalena aparece como primer testigo de la resurrección del Maestro.

              ¿ESPOSA DE JESÚS? NO.
   Año 313, Constantino el Grande, emperador romano, promulga el Edicto de Milán, por el que se reconoce al Cristianismo como religión oficial del Imperio. Se pone de moda la personalidad de Jesús y surgen una serie de novelas que se titulan evangelios. Son los evangelios apócrifos, escritos todos en este siglo IV y parte del V. Tenemos los llamados evangelios de Pedro, Tomás, Felipe y alguno, como el de María Magdalena, de ideología totalmente gnóstica. También aparecen una serie de imaginarias teorías acerca de temas religiosos, que se confunden con la auténtica tradición evangélica de los Padres Apostólicos.  Se da una amalgama de filosofía neoplatónica, con creencias gnósticas y supersticiones populares e incluso de los cristianos, hasta entonces perseguidos.
  En alguno de esos escritos se habla de María Magdalena como una gnóstica que sería esposa de Jesús. Pero en  los evangelios canónicos no se encuentra la más leve pista de que conociera esa doctrina; que empieza en el siglo II.  En otros escritos del siglo IV no está clara esa afirmación.
  Es a partir de  1982, cuando el norteamericano Michel Baigent, en su novela pseudo histórica El enigma sagrado, se inventa que Jesús estuvo casado con María Magdalena, sin aportar algún dato histórico auténtico que lo pruebe, cuando aparecen otros con temas tan pintorescos como La revolución de los templarios (1997) de Picknett y Princey ; o Los hijos del Grial (2003) de Peter Berling y El Código da Vinci, de Dan Brown. (El Grial está en la Catedral de Valencia).
  En nuestros lares, el periodista brasileño Juan Arias, publicó en la editorial Aguilar (2006) un libro con títulos tan llamativos como “La Magdalena- El último tabú del Cristianismo- El secreto mejor guardado de la Iglesia – Las relaciones entre Jesús y María; que no tuvo mayor éxito porque no probaba nada. Sólo una serie de falsas conjeturas que consideraba reales y auténticas.
El pasado año, en un blog afirmó “Sí, Jesús estaba casado con María Magdalena, que era gnóstica”. Se basaba en un trozo de papiro del siglo IV, en el que hay una frase de Jesús hablando con sus discípulos, donde llama “mi mujer” a María Magdalena. Pero más adelante otra: “Ella puede ser mi mujer”, dando a entender que era gnóstica.  Siglo IV, recordemos. Ni una prueba histórica del siglo I sobre ese pretendido gnosticismo de María Magdalena.
Nueva novela y ¿eficaz modo de promocionarse?.
                                                 Tomás Montull Calvo