LOS NOMBRES DE DIOS EN LA
BIBLIA ARAMEA.
Elohim,
con sus varias combinaciones y Yahweh.
El, es una sílaba muy antigua que se da en todas las
lenguas semíticas, para designar a Dios, bien en forma simple, bien en
combinación con otras partículas. En sus escritos usaban únicamente las
consonantes; luego el “habla” de cada pueblo ponía las vocales. Así no era
diferente el Alá musulmán del Illu babilónico o del plural Elohim arameo.
En
nuestras lenguas actuales se dan casos similares. Así en el catalán “ortodoxo”
las e y las o átonas se pronuncian de formas distintas a como lo hacen, por
ejemplo, los valencianos o los ancianos de localidades de Lérida o del Pirineo.
Según
algunos eruditos, Elohim o Eloím sería usado para designar a Dios en
el Antiguo Testamento 2.570 veces. Es el plural de El, que se utilizaba siempre como singular, en el sentido de Divinidad.
Jesús,
en la cruz, usa las palabras del salmo 22: ¡Eli,
Eli, lama sabachthani! (Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)[1].
El pueblo había olvidado tanto el antiguo nombre de Dios que pensaban estaba
invocando al profeta Elías; pues la i añadida
a El equivale a Dios mío.
Los
Patriarcas usaban el nombre de Dios (El)
asociado a un calificativo. Así aparecen: El-olam
(Dios eterno) en el profeta Isaías[2]; El-roí (Dios de la visión, que lo ve todo) en el Génesis[3],
El-shaddai (Dios omnipotente) en el
Génesis[4];
El-yon (Dios Altísimo) en el Génesis[5]
y en Isaías[6]; así como en todos los
textos arameos de la Biblia hasta Moisés; por más que algunos malos traductores
los cambien a veces por el de Yahweh, que es posterior.
Yahweh
(El que soy, Yo soy).
El,
libro del Éxodo, o sea, el que narra todas las circunstancias de la salida de
Egipto por los judíos en busca de la Tierra Prometida, nos cuenta que estaba
Moisés apacentando unos rebaños de su suegro en el monte Horeb, cuando vio una
zarza ardiendo que no se consumía; al acercarse, oyó que Elohim (Dios) le
llamaba por su nombre y le decía: “Yo soy
el Elohim de tus padres, el Elohim de Abraham, el Elohim de Isaac, el Elohim de
Jacob” que he oído las angustias y dolores de mi pueblo en Egipto y tu te
vas a encargar de sacarlo de aquí. A lo que Moisés respondió: “Pero si voy a los hijos de Israel y les
digo: el Elohim de vuestros padres me envía a vosotros y me preguntan cuál es
tu nombre ¿qué voy a responderles?” y Dios dijo a Moisés: “Yo soy el que soy”. Así responderás a
los hijos de Israel: Yo soy me manda a vosotros”. Y prosiguió: “Esto dirás a los hijos de Israel: Yahweh, el Elohim de vuestros padres,
el Elohim de Abraham, de Isaac y de Jacob me manda a vosotros. Este es para
siempre mi nombre; éste mi memorial, de generación en generación”.[7]
Quizás nos extrañemos de que Moisés le pregunte qué
Elohim (Dios) es él; pues Moisés vivía en Egipto, donde creían en muchos
dioses; incluso su suegro era sacerdote de Madián y aunque para él, judío
sincero, no había más Elohim que el de Abraham, Isaac y Jacob, quiere saberlo
para poder invocarlo ante el Faraón y los israelitas.
Yahweh,
El que soy, es la definición perfecta de Dios: el que es, el único que es por
sí mismo; los demás, criaturas, lo somos por Él.
Esto
ocurrió unos 1,500 años antes de Cristo. Y ese nombre fue el único que usaron
los judíos durante unos mil años; pero ya alrededor del tiempo en que fueron
llevados cautivos a Babilonia[8]
se prohibió bajo pena de muerte pronunciarlo. El fundamento de esa prohibición
sería la superstición, común entre semitas y pueblos circundantes, de que el
conocimiento del nombre del dios de otro pueblo daba a sus enemigos poder para
ejercer maleficios y vencerlo.
En
consecuencia, cuando los judíos leían la Torah y llegaban al nombre de Yahweh,
no lo pronunciaban sino que lo sustituían por el de Adonai = Señor.
Pasaron
los siglos y los judíos se extendieron por todo el mundo griego (diáspora), fundando importantes colonias
en las que se olvidó el hebreo y arameo para hablar únicamente la koiné o lengua común griega. Por eso en
Alejandría, uno de los centros más importantes, el monarca griego de Egipto
Tolomeo Filadelfo (285-247 a.C.) encargó a 72 rabinos venidos de Jerusalén la
traducción al griego, que se conoce como la “Versión de los Setenta”. Al llegar al tetragrama YaWH, no lo escriben con las vocales
debidas sino con las de AdOnAi (= Señor), de donde salió Yahowah.
Lo
mismo hicieron más tarde (siglos I al X d.C.) los masoretas (= de masora→tradición),
que pusieron vocales, signos de puntuación, mayúsculas y minúsculas así como
glosas o comentarios al margen de los textos arameos o hebreos; puesto que esos
textos carecían de ellos y eran difíciles de interpretar para los que hablaban
otras lenguas.
Es
precisamente en el año 1518, cuando el abad Pedro Galatino, confesor del Papa
León X, lo transcribió como Jehová, que
duró varios siglos y aún conservan con tesón ciertas sectas americanas.
Las
biblias en castellano lo escriben tal como se pronuncia: Yavé; del modo a como escribimos Jesús por Yahushua.
Tomás Montull Calvo. Mayo, 2010.
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