ARTE: EL NIETO DE DIOS.
Así
lo define el Profesor Maurice de Wulf, en Art
et Beauté[1]; porque Dios crea
al hombre y éste crea el Arte. O con sus palabras: “el arte ha nacido por el
poder creador del hombre, como el propio hombre ha salido de las manos de
Dios”.
Y
es que el arte no es copia, ni imitación, sino el fruto de un flechazo que
impacta la imaginación creadora del artista y que se va gestando hasta que de
forma nítida queda impresa en ella y se convierte en fuerza dinámica que le
obliga a poner los esfuerzos de su técnica para plasmarla al exterior. Ni la
gestación ni su concreción en obra artística son fáciles. En especial, lo
último requiere a veces numerosos ensayos hasta que el artista queda satisfecho
de haber creado en el exterior lo que tenía en su interior.
El
gran pintor florentino del Renacimiento Rafael Sanzio[2] decía
que antes de fijar su dibujo sobre la tela y de extender sus colores, había
concebido en su mente la imagen viva y neta de sus madonas, con todas las
expresiones que él quería darles.
Con
otras palabras. El artista, ante una situación, un paisaje, una persona u otro
ser cualquiera se siente de pronto impactado; al modo como en vuestra
adolescencia experimentasteis vuestro primer enamoramiento. Vino entonces la
tensión por la conquista. Lo mismo le ocurre al artista, busca en sí la
concreción del ideal y ése va desarrollándose, tomando forma (como el feto en
el vientre materno) hasta que llega el momento de madurez, en forma de imagen o
sonido ideal, que empuja al artista a
ponerlo en práctica, a plasmarlo. Lo que de allí saldrá será algo nuevo: el
hijo del artista, su visión de la realidad; ha creado algo que no existía.
Por
eso, cuando de arte se habla precisa distinguirlo de la técnica. Ésta puede realizar obras bonitas, agradables, cómodas,
decorativas, mas no crea belleza, que
es lo propio del Arte. Nos impacta del tal modo que quedamos absortos en su
contemplación o audición; alejados de lo circundante y deleitándolo en nuestro
interior. Es lo que experimentáis, por ejemplo, en un concurso jotero cuando
surge de pronto aquella jota que embarga de tal modo vuestro ánimo que impone un
silencio total en la sala, un recogimiento pleno, boquiabiertos, abstraídos de
cuanto os rodea y, al final, un aplauso atronador. Ese jotero ha creado belleza. Es un artista.
Distinto del resto, por buenos que sean.
Los
griegos llamaban poesía a toda creación artística. La palabra procede del
griego poíesis: creación, composición
y poietés era el creador, autor,
poeta. Y siempre se entendía en el sentido de creador de belleza. Con el
tiempo, se fue circunscribiendo ese término a lo que hoy llamamos poesía; por
lo que no todo conjunto de versos rimados o sueltos es poesía. Para que sea tal
ha de crear belleza, ha de conseguir que te impacte de tal forma que te sientas
impulsado a releerla, a degustarla.
¿Qué es poesía?,
dices, mientras clavas
En mi pupila tu pupila
azul,
¡Qué es poesía…! ¿Y tu
me lo preguntas?
He
aquí un buen ejemplo. Poesía no es sólo que los versos acaben rimados con
otros, es algo más. Releed, notad la musicalidad, la ritma y armonía del propio
verso en sí mismo. Cambiad una sola palabra por otra de igual sentido y la
belleza del verso habrá desaparecido.
Igual nos ocurrirá al leer cualquier poesía de Rubén Darío, como la siguiente:
La princesa está triste, ¿qué tendrá la
princesa?
Los suspiros se
escapan de su boca de fresa,
Que ha perdido la
risa, que ha perdido el color.
La princesa está
pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado
de su clave sonoro
¿Cómo
crea el poeta? Como cualquier otro artista, aunque con su tonalidad propia.
La génesis de lo que será luego
su obra, a veces es larga; en otras, una inspiración repentina. Pero en ambos
casos el poema se le destaca nítido en su mente; con palabras ordenadas
armónicamente y él lo alumbra, lo hace nacer al exterior tras más o menos
largos esfuerzos y ensayos.
Cuando
el poeta escribe porque sí, porque lo desea, pero sin la inspiración de que
hablamos, entonces su producto es seco, árido, no se puede paladear. Leyendo cualquier antología de sus versos se
capta enseguida qué poemas son inspirados y cuáles fruto de su esfuerzo
personal.
Lo
mismo acontece con el compositor musical: si la partitura es fruto de esa
inspiración, resulta bella; de otro modo seca, entretenida, hasta agradable
pero no absorbe, no arrebata. Habrá buena técnica, no arte.
A
mi entender igual ocurre, por ejemplo, con los discípulos y colaboradores de Gaudí:
edificios bonitos, cómodos, en la línea del maestro, pero les falta el “toque
gaudiniano”, aquella chispa propia que los transformaba de técnicos en bellos.
Llegamos
a la pintura. Tenéis ahí dos buenos artistas, que os expusieron públicamente
sus cuadros: Jesús Almerge y Serafina
Monter. ¿Recordamos algo?
Jesús.
Llenos de luz y belleza. Pero sus paisajes, basados en la realidad, son otra cosa que ésta. Ni sus bellos árboles
existen realmente, ni sus caminos hacia el Infinito existieron más que en la
mente de Jesús. Y éste, pese a ser autodidacta, con buena técnica, supo
expresarlos. El los creó. Por eso, de sus cuadros podríamos decir, como el
Profesor De Wulf, que
son los nietos de Dios.
Podría
recordaros varios que me impactaron profundamente, pero me limitaré al de su
suegro, viejo, enfermo, en un sillón, con una manta sobre sus piernas. En la
vida real ¿hay algo más triste y brumoso que un personaje así? Da pena. Pues bien,
Jesús lo transforma en paz y serenidad de una larga vida y resulta un cuadro de
belleza impresionante, de los que apetece seguir mirando y repasar todas sus
partes. Da gloria. Ahí la inspiración de Jesús mostró el inmenso cariño que le
tenía. Esto es arte: crear belleza donde no la hay o resaltarla cuando existe.
Respecto
a Josefina, al subir la escalerita que conduce al taller tanto mi sobrina como
yo quedamos deslumbrados, nos impresionó de tal forma que nos dejó sin aliento
el cuadro que estaba enfrente. Después, uno por uno nos hicieron gozar en
grande. Esas expresiones de sus animales, tan humanas, sólo se dan en su mente.
Como el hombre y la mujer disco. No existe tal belleza en el mundo, sólo en la
imaginación creadora de Josefina. ¡Cuánto cariño les ha de profesar!
Deificados.
Vimos
los cuadros de las musulmanas con burka que había pìntado como protesta contra
esa ignominia. Mas aquí (recordadlo) la artista que lleva dentro superó a la
mujer-protesta, porque los cuadros son tan bellos, absorben de tal modo que
sólo se vive eso, mas no la intención con que los hizo.
El
estremecimiento de placer anímico que produce una obra de arte es tanto mayor
cuanto lo es el grado de cultura que sobre esa materia se posee. A mayor
sensibilidad artística, mayor deleite.
Por
ello, cuando ante un cuadro, una audición musical, un claustro monacal o un
castillo veáis a alguien embebido en su contemplación, por favor, no le
distraigáis, dejadlo disfrutar. Como vosotros deseáis que os dejen disfrutar de
un buen concierto jotero.
Tomás Montull Calvo
Doctor en Filosofía.
[1] Institut Supérieur de
Philosophie, Louvain, 1943; pág. 36.
[2] Nació en Urbino, 1483 y
murió en Roma, 1520. El catálogo de sus obras es muy grande.
[3] Nació en Sevilla, 17
febrero 1836 y murió en Madrid el 22 de diciembre de 1870. Poeta romántico, con
sus setenta y ocho rimas y un buen prosista; con sus famosas Leyendas; todas ellas son pura poesía,
hasta el extremo de que se afirma que en ellas hay más poesía que en los versos
de Zorrilla.
[4] Uno de los más grandes
líricos de la lengua española. Nació en Metapa (Nicragua) en 1867. Vivió en
varios países hispanoamericanos, en Francia y en España. Murió en 1916. El
mismo dio el nombre de modernismo a
su estilo y creó una pléyade de imitadores. Tiene: Azul (1888), Prosas profanas (1896), Cantos de vida y esperanza (1905), Canto errante y Canto a la Argentina ; además d
esus libros en prosa Los raros (1893)
y Peregrinaciones (1901).