A las escuelas platónicas y
aristotélicas les siguieron una serie de
escuelas menores, acabando por predominar el escepticismo, que duda del valor
de la razón, y el eclecticismo, que hace un mescolanza de las diversas teorías.
Esto provocó un cansancio que, en el
siglo anterior a la Era Cristiana, hizo que los pensadores dejaran las grandes
especulaciones y se centraran en la moral y la religión. Surgieron entonces dos
grandes corrientes: la neoplatónica y la pitagórica; si bien con frecuencia
mezclaban sus opiniones.
El creador del auténtico neoplatonismo
fue el judío Filón de Alejandría (40/30
a. C.- 40/50 d. C.) al intentar conciliar la Biblia con la Filosofía inspirado
en Platón y en el estoicismo (cuyo mejor representante es Séneca, en Roma) [i]. Los
centros principales serán Alejandría y Roma. He aquí los puntos fundamentales
de su Teología.
Dios personal, perfectísimo,
autosuficiente y absolutamente simple. Ser por esencia, los demás lo son por
Él. Es el Bien en sí y la Belleza en sí. Completamente feliz, infinito y fuera
de todo lugar. El contiene todas las cosas. Está en todas partes y en ninguna,
pero lo llena todo por medio de sus Potencias. Es incomprensible para nosotros.
No podemos llegar a Dios por el raciocinio ni por ninguna otra actividad
intelectiva; solamente por medio del éxtasis. Inefable. No hay ningún nombre o
palabra que lo pueda expresar. Sabemos de Dios lo que no es, pero no lo que es.
Solamente le conviene un nombre, que es el que se dio a si mismo: “El que es” (en la Biblia, a Moisés)[ii].
Los
seres intermediarios.
Tan grande es la trascendencia de Dios que considera imposible su contacto con
el mundo material, porque una acción directa sobre él lo degradaría. Así que
introduce una serie de seres subalternos (Logos, Potencias, ángeles, demonios)
como intermediarios, servidores, ministros, mensajeros o vicarios de Dios. Por
medio de ellos organiza el mundo, lo conserva, lo gobierna y le impone sus
leyes y sus castigos.
Sin embargo, dada la imprecisión de
sus expresiones, los comentaristas no están de acuerdo en si esos seres son
reales y personales o solo atributos de Dios. El conjunto de esos seres
intermediarios correspondería al mundo de las Ideas de Platón.
De Dios procede en primer lugar el Logos; personal, inmaterial, distinto de
Dios y de las demás potencias; divino, pero no es Dios ni consustancial a Dios,
sino inferior y subordinado. Es una imagen de Dios, inteligible, invisible,
inmortal. Viene a ser como la sombra de Dios, al modo como el mundo sensible es
la sombra del Logos, cuya imagen ha quedado impresa en todas las cosas. Es el
lugar de las Ideas divinas en que se hallan los arquetipos de todas las cosas y
precontenidos todos los seres particulares. Es la ley universal e inmanente de
todas las cosas. El sostén firme y sólido del mundo.
Del Logos se derivan las Potencias o
Virtudes: la poética o creadora que
corresponde al Demiurgo de Platón y
la real por medio de la cual gobierna
el Logos todas las cosas. De éstas se derivan otras, que derivan a su vez en
otras en número indefinido, como los ángeles, querubines y demonios.
El mundo ha sido creado con el tiempo.
Ambos comenzaron a la vez.
El hombre es un compuesto de cuerpo y
alma. El cuerpo procede de la materia; es como la tumba del alma y nos impide
ver las cosas divinas. El cuerpo es malo y es malo todo placer que provenga de
él. En el alma hay dos partes: una, corpórea, que proviene de la tierra, y que
está mezclada con la sangre, y otra que proviene del Logos, que es un soplo
divino, una emanación de la divinidad, en la cual se halla la inteligencia (nous) y la voluntad libre. Es una
especie de semilla divina. Esta parte superior se separa del cuerpo después de
la muerte y retorna a su estado primitivo. En el alma distingue, como los estoicos,
ocho potencias: entendimiento, cinco sentidos, la palabra y la potencia
generativa.
Para liberar al alma es preciso
despreciar al cuerpo y someterlo a un ascetismo riguroso, que la purifique de
todo contacto con las cosas de la tierra. Cuatro grados: 1º) Liberarse de las
impresiones falaces y relativas de los sentidos. 2º) Liberarse de las pasiones
y del apego a los placeres sensibles. 3º) Elevarse por encima del raciocinio
discursivo, ya que es insuficiente para llegar al conocimiento de Dios. 4º) A
Dios se llega mediante la fe mística, el don de la profecía y la intuición en
el éxtasis pasivo. En el éxtasis el alma es arrebatada de “furor divino”,
llevando al hombre a un estado semejante a la embriaguez, con la pérdida de la
conciencia personal. En esto consiste la suprema felicidad que puede lograrse
en esta vida (¿creéis estar leyendo a
nuestros místicos de todos los siglos? ¿halláis algún vestigio o posible origen
de esto en los Evangelios o en las doctrinas de los Apóstoles?) .
Escritores cristianos.
Padres
apostólicos. Llamados
así porque son los discípulos de los Apóstoles o los discípulos de éstos;
poseedores por ello de una tradición oral muy reciente, sin las
tergiversaciones que da la distancia temporal. No hacen Teología. Se limitan a
explicar las enseñanzas de los Evangelios y epístolas de los apóstoles, junto
con las aclaraciones que hicieron esos discípulos[iii].
Anuncian la Buena Nueva, la Nueva
Alianza de la Humanidad con Dios a través del único mediador: Jesucristo, Logos
encarnado, igual al Padre, Dios de Dios; creador, por quien todas las cosas
fueron hechas[iv]. Como Padre es
providente, ya que cuida no sólo de las avecillas y flores del bosque sino
especialmente de cada hombre. Somos sus herederos.
Es inmanente al mundo en cuanto que
“en Él vivimos y nos movemos y existimos… porque somos linaje suyo”[v].
Quiere que todos los hombres se salven[vi].
Dios es Amor, por ello el único mandamiento es el del amor para con Dios, el
prójimo y nosotros mismos. Sumamente misericordioso. Uno y Trino; si el Logos
contiene las Ideas de todas las cosas y la Creación se hizo a través de Él, el
Espíritu Santo es la fuerza que vive en nuestros corazones y nos impulsa a
creer en El.
Es sumamente justo, ya que “dará a
cada uno según sus obras”[vii],
“pues en Dios no hay acepción de personas”. Aún más, San Pablo enseña que “en
verdad, cuando los gentiles guiados por la razón natural sin Ley cumplen los preceptos de la Ley, ellos
mismos, sin tenerla, son para sí mismos Ley. Y con esto muestran que los
preceptos de la Ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su
conciencia”[viii]
Como
observaréis, nada de Plotinismo. El Dios cristiano no está alejado de los
hombres. Tampoco es el Dios “temor y temblor”, “toma y daca” del judaísmo. No
necesita de intermediarios. El ha creado todas las cosas. Es Amor. Es
providente.
Padres apologetas. A mediados del siglo II, escritores
como San Irineo, San Hipólito y Tertuliano se lanzan a defender el Cristianismo
frente a las herejías que acaban de surgir y a los autores romanos que se
burlan de él.
En el siglo III reaparece con fuerza
el neoplatonismo y nacen los evangelios
apócrifos, especie de novelas imaginadas e inventadas por sus autores en
defensa de teorías más o menos heréticas[ix].
Los Padres apologetas de los siglos
II, III y primer tercio del IV[x]
utilizan el neoplatonismo para demostrar la racionalidad de su exposición de la
doctrina cristiana, Para ello echan mano de nociones filosóficas como esencia,
sustancia, persona, relaciones, etc. Comienza la Teología. Su propósito es
convencer de que la plenitud de la verdad se halla en Cristo y en el Evangelio.
Esos conceptos filosóficos eran los
adecuados en el tiempo para una mejor comprensión de los principios y doctrina
cristiana, pero la Teología llegó de tal manera a imponerse que los santificó
de modo que, con frecuencia, superó y aún negó las enseñanzas apostólicas,
justificando hechos tales como las crueles persecuciones de los llamados
herejes; en nuestros lares las de los cátaros o albigenses; defendiendo a los
cuales, por ser sus vasallos, murió nuestro Pedro II, que se había hecho
vasallo a su vez del Papa; las barbaridades de las Cruzadas, de los Autos de Fe
de la Inquisición, de los cismas de las iglesias de Oriente; del índice de
Libros Prohibidos; de las condenas de ciertos avances de la Ciencia, como en el
caso de la doctrina de la evolución; la tergiversación tradicional de la
libertad de conciencia, etc. Todo ello “en el nombre de la Sma. Trinidad…” como
se formulaban las condenas
A partir de nuestro siglo XVII, con el
Racionalismo surgió una nomenclatura filosófica distinta, que la Teología
católica no ha asumido aún y que le ha llevado a hacer condenas ridículas de
los grandes filósofos por no haber entendido lo que sus palabras significaban.
Volvamos a nuestros Padres Apologetas.
Con toda su buena intención, fruto sin duda de sus reflexiones filosóficas
dentro del neoplatonismo, crean “realidades” nuevas que, quizás puedan ser
verdaderas, pero que no están en la doctrina revelada. Así con la cuestión del
“Verbo iluminador”, San Justino,
primero, Clemente de Alejandría y Eusebio después, amparados en la idea del
Logos divino que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, enseñan que la
razón de cada hombre es una participación de la Razón divina. Cada hombre ha
recibido una partecita de la “razón seminal”. Toda alma lleva en sí misma
alguna participación o semilla del Logos divino (¿Platón?¿Plotino?)
Dentro de esa línea, San Clemente de
Alejandría (145-215) se extiende largamente sobre la gnosis, a la que define como una iluminación, una comprehensión, un
estado habitual de contemplación , un conocimiento a la vez intuitivo y
afectivo de los secretos de Dios y del Logos.
Orígenes (185-253) explica que las
almas humanas son espíritus que se alejaron de Dios y fueron encerradas en
cuerpos materiales y groseros. Sin embargo conservan un recuerdo de su estado
primitivo, que no se borra por completo por su unión con el cuerpo; reminiscencia
que es el principio de su liberación, ya que se puede esforzar por liberarse
del cuerpo. Algo, pues, que el teólogo añade a la Revelación y que si pudo ser
admitido favorablemente en un ambiente neoplatónico no es más que pura
elucubración humana.
.Tras el Edicto de Milán (año 313)
dando carácter oficial al Cristianismo, viene el Concilio de Nicea (año 325) en
el que se ajustan los artículos fundamentales de la fe, en uno de los símbolos
(credos) existentes y que coincide
con el llamado de los Apóstoles, siglo I y que parece era el que se usaba en
Roma y Jerusalén para la recepción del bautismo.
Surgen diversas escuelas que hacen
Teología, con doctrinas que son especulaciones humanas, no divinas; de las que
unas han desaparecido y otras aún subsisten. Así, en la de Cesarea de
Palestina, el Obispo Nemesio acepta la preexistencia de las almas, al modo de
Platón. San Basilio (330-379) de Cesarea de Capadocia, que Dios creó al mundo
con el tiempo o el tiempo juntamente con el mundo. San Gregorio de Nisa
(333-395): el hombre es el rey de la Creación, superior a todas las cosas
creadas y síntesis de todas sus perfecciones; un microcosmos que encierra en sí
las perfecciones de todos los elementos del mundo material.
El
Corpus dionysiacum,
tuvo gran repercusión en la Edad Media porque se creía de San Dionisio
Aeropagita. Según la crítica es de alrededor del año 500. Su autor es
probablemente un monje sirio o un obispo muy ortodoxo e ilustrado. Esos
escritos fueron admitidos como auténticos por primera vez en 533, en un
coloquio en Constantinopla y en todo Oriente por la autoridad de Máximo
Confesor. En Occidente aceptados por los papas San Gregorio Magno y San Martín
I, quien los citó como autoridad en el Sínodo de Letrán de 649. “Para marcar su
carácter apócrifo –escribe Gilson- se ha tomado la costumbre de denominar su autor como el Pseudo-Dionisio…
recientemente se ha propuesto denominarlo Dionisio el Místico”[xi] .
El autor se presenta como si fuera el
discípulo convertido por San Pablo en el Areópago, y como heredero de una
doctrina secreta reservada a unos pocos iniciados. Pretende haber presenciado
en Heliópolis el eclipse de sol en el momento de la muerte de Jesucristo y de
haber asistido al tránsito de la Virgen María (a los Cielos) y conocido en aquella ocasión a San Pedro, Santiago y
los demás apóstoles.
Después de afirmar la gran
trascendencia de Dios respecto del mundo, su unidad en la Trinidad y de que es
indefinible por nuestros conceptos humanos, ya que está siempre más allá de
todos ellos; que es el principio y fin de todas las cosas, expone los dos
mundos:
El
celeste: tres
jerarquías angélicas, cada una de las cuales se divide en tres sectores
distintos, componiendo un total de nueve coros:
a)
Serafines,
querubines y tronos, que solamente contemplan a Dios.
b)
Dominaciones,
virtudes y potestades, que tienen cuidado del mundo en general.
c)
Ángeles,
arcángeles y principados, que cuidan de los hombres en particular.
Esta concepción se mantuvo en el
Prefacio de la misa hasta la reforma litúrgica del Vaticano II. Era
especulación humana y durante siglos se nos la hizo pasar como verdadera y casi
de fe, cuando en verdad carece de todo fundamento en el Nuevo Testamento.
En el mundo terrestre se da también una jerarquía ordenada. El ser, el
bien, la belleza y la luz van descendiendo de grado conforme se comunican a las
naturalezas inferiores.
Su mística tiene tres grados, al
modelo del neoplatonismo: 1º) Purificación
sensible, de los sentidos y cosas sensibles, negación del concepto corriente
de Dios; lleva al silencio místico.
2º) La iluminación, por la que el
alma entra en comunicación con el mundo celeste, recibiendo ya una comunicación
o un reflejo de Dios. 3º) La perfección, unión
o santificación. El alma sale de su oscuridad y se une plenamente por el amor
al inefable. Una íntima unión con una luz sublime, que irradia sobre el alma y
la hace capaz de sumergirse en las profundidades insondables de la Divina
Sabiduría.
En la Edad Media se le traduce,
comenta y se le incorpora a las llamadas “Sumas Teológicas”. Lo consideran
autoridad máxima en ciertos problemas teológicos como los atributos divinos, la
angelología, el problema del mal, etc. Y especialmente en todos los tratados de
mística. Una vez más y durante siglos se confunde la obra humana con la
Revelación. Se construye todo un edificio teológico sobre arena.
Lo mismo acontece con otros
venerables escritores que dan por cristianas sus elucubraciones o sueños
teológicos más o menos concebidos como desarrollo de doctrinas neoplatónicas.,
y que pese a no estar dentro de las enseñanzas evangélicas y apostólicas han
acabado muchas veces en lo que se ha llamado Tradición cristiana.
Tomás
Montull Calvo.
Lr.
y Lic. en S. Teología. Dr. en Filosofía
[i]Fray GUILLERMO FRAILE, Historia de la Filosofía, I. BAC,
Madrid, MCMLVI; pág. 670.
[ii] FRAILE, o.c., pg. 676.
[iii] De ese tiempo son la
epístola de San Bernabé, San Clemente Romano, el Pastor de Hermas, San Ignacio
de Antioquía, San Policarpo de Esmirna, el Símbolo de los Apóstoles (que usaba
la iglesia romana nuestro Credo corto), la Didaché (manual de instrucción para
los catecúmenos), siete cartas de San Ignacio de Antioquía, escritos de Papías
obispo de Hierápolis. Todos dentro del siglo I, salvo El Pastor de Hermas que
es el año 144.
[iv] Evangelio de San Juan,
Prólogo: “Al principio era el Logos, y el Logos estaba en Dios y el Logos era
Dios. El estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y
sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida
era la luz de los hombres
[v] Hechos de los Apóstoles
17, 28.
[ix] Como la nota en un trozo de papiro recién
descubierto, del siglo IV, que habla de la “esposa de Jesús”.
[x] Concretamente, hasta el Concilio de Nicea, de
325.
[xi] E. GILSON, La
philosophie au Moyen Age, p. 80.