lunes, 26 de enero de 2015

¿PURGATORIO? INVENTO DE TEÓLOGOS


  ¿PURGATORIO? INVENTO DE TEÓLOGOS.

Para los buenos cristianos que temen esos “fuegos cruciales”.

 

1.- NO ES DOGMA DE FE, sino elucubración de teólogos posteriores al Edicto de Milán para justificar la necesidad de orar por los difuntos.

Ni el Catecismo de Pío V, ni el Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por Juan Pablo II, hablan de “dogma de fe”.

El Catecismo de Pío V, supone la existencia de un “purgatorio de fuego, al cual las almas de los piadosos expían por un definido tiempo con cruciales tormentos” (cap. VI, 3). Y aun cuando dice que es una verdad que deben explicar los párrocos no afirma que sea de fe, sino que debe ser tenida como verdadera. (Luego veremos que no existe “el fuego”)

El “Catecismo de la Iglesia Católica” da la definición clásica de Purgatorio, mas no habla de fuego sino de “una purificación(1030). ¿Comentario?: ¿Quizás en el instante mismo de su parálisis cerebral, ya que en el mundo de los espíritus no hay tiempo?. En todo caso de fuego nada, ni de “cruciales tormentos”.

En el siguiente apartado (1031) intenta justificar su existencia acudiendo a los Concilios de Florencia y de Trento.

El C. de Florencia (1438-1445), Decretum Pro Graecis. “Si los verdaderos penitentes muriesen en la caridad de Dios, antes de que con dignos frutos de penitencia satisficieran los cometidos y omitidos (recuerden que se habla de pecados de comisión y omisión) sus almas pueden purgarlos después de la muerte con las penas del purgatorio; con el fin de que esas penas se aligeren, les aprovechan los sufragios de los fieles”. A continuación habla del Limbo con la misma fuerza que del Purgatorio. Sin embargo, ahora sabemos que fue un  invento de los teólogos del siglo XIII y que no existe. ¿Pasa igual con el Purgatorio? Si falso lo priemro ¿por qué no lo segundo?

C. de Trento (1545-1563), “Canones de justificatione”, canon 30: quien negare el reato de las penas temporales “que han de ser satisfechas bien en este siglo como en el futuro en el purgatorio, antes de que pueda entrar en el reino de los cielos, sea anatema”. 

Pero también declara anatema a quien niegue que el propio Dios ha guiado el cálamo del escritor de la Biblia y quien niegue que todos sus libros son históricos y auténticos.  Algo que desde hace más de un siglo se ha demostrado falso.

Después, el Catecismo quiere apoyarse en la práctica de la oración por los difuntos. Mas ésta es una visión antropomórfica de Dios, como si estuviera sujeto al tiempo. Dios es Infinito, Intemporal. Por ello, futuro y pasado son para él siempre presente (no lo podemos comprender porque vivimos en el tiempo). Así que cualquier plegaria hecha dentro de quince siglos es para El como si fuere realizada en el mismo instante de la muerte.

Además, si el reato de pena por pecados graves en este mundo se cumple con la penitencia impuesta por el confesor, que nunca es cruenta ¿va a ser peor en el otro mundo?

En todo caso, lo máximo que podemos obtener es que ese “reato de pena” (si es que existe según el Evangelio) o esa necesidad de gran  purificación no se realizan en ningún lugar, como los antiguos creían. Bastaría ese momento eterno de desligarse del cuerpo para que la mente humana iluminada por el Señor hiciera tal movimiento de amor que quedara purificada.

Lo contrario es vivir en el judeocristianismo del Dios Temor y Temblor, Vengativo, Justiciero. O como definió Unamuno “el Dios Pater familias a la romana, con el ceño siempre airado y con la mano alzada pronto a castigar”.

El Dios que nos mostró Jesús es el de la parábola de los viñadores: la misma paga al del último momento que al de toda la vida; o la del hijo pródigo, la del buen pastor que busca a la oveja perdida. ¿Les puso alguna penitencia para cumplir “el reato”· de pena?

El propio Señor Jesús perdona sin más a los pecadores; abomina de quienes dicen “Señor, Señor” mas no cumplen el mandato celestial de amaros los unos a los otros. ¿Castigó acaso al primer gran apóstata de la Cristiandad que fue San Pedro, que le negó tres veces? ¿Se lo tuvo en cuenta? ¿y va a exigir tormentas y penas por unas pequeñas faltas de debilidad humana? No seamos cretinos. ¿En qué mente verdaderamente cristiana, es decir, imbuida de las enseñanzas evangélicas y paulinas, cabe esa idea de un Dios vengativo y exigente? ¿No es casi blasfemo pensar así?

 ¿No sería cruel, muy cruel que tras vivir en caridad con Dios y morir en esa situación hubiera que pasar por el fuego o por alguna purificación dolorosa más? ¿es que no basta con haber sido fieles al Señor en este mundo donde el egoísmo y sus consecuencias  son el mayor de los impedimentos para ello?

¿Cuántas madres cristianas durante siete siglos sufrieron toda su vida pensando en que sus hijos muertos sin bautismo estaban privados de ver a Dios para siempre? Ese Limbo ha resultado tan superchería como el Purgatorio inventado por teólogos.

 

3.- Ni en los Evangelios, ni en las epístolas de los apóstoles se habla para nada del Purgatorio. La cita de San  Pablo (1 Cor 3, 15): “aquel cuya obra sea consumida sufrirá el daño; él, sin embargo, se salvará, pero como quien pasa por el fuego”, no se refiere para nada al tema, ya que le antecede: “si sobre este fundamento (Jesucristo) uno edifica oro, plata, piedras preciosas o maderas, heno, paja, su obra quedará de manifiesto, puesto que en su día el fuego lo revelará (oro, plata, piedras preciosas no se quemarán; si maderas, heno, paja) y probará cual fue la la obra de cada uno. Aquel cuya obra subsista (por ser valiosa) recibirá el premio y aquel cuya obra sea consumida sufrirá el daño; él, sin embargo se salvará, pero como quien pasa por el fuego” (vv. 12-15).[1]

 Igual acontece con la de San Mateo (12, 32) “Quien hablare contra el Hijo del hombre será perdonado; pero quien hablare contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este siglo ni en el venidero”. Esto más bien probaría que al traspasar el tiempo viene el perdón de todo, sin tacañerías.

El pecado contra el Espíritu Santo supone un rechazo a la inclinación anímica que el Espíritu Santo provoca en cada uno de nosotros hacia la Infinitud o Dios. Es un repudio de la luz. Ni tiene perdón, ni le quiere.

 

4.- Ningún Santo Padre o escritor cristiano de los tres primeros siglos, es decir, antes del Decreto de Milán dando forma oficial al Cristianismo, habla del Purgatorio, ni del reato de pena, ni de esa purificación. Y son los discípulos de los apóstoles o los discípulos de éstos; o sea, los hijos y nietos espirituales de los apóstoles. La existencia del Purgatorio no pertenece, por tanto, a la verdadera Tradición Apostólica de la fe.

Aún más, algunos de esos Padres tienen textos que pueden interpretarse como lo contrario. . 

Así San CLEMENTE ROMANO, discípulo de los apóstoles, escribe hacia el año 150: “Mientras estemos en este mundo, hagamos penitencia con todo el corazón por todos los pecados que llevamos con la carne, a fin de que seamos salvados por Dios, mientras dure el tiempo de penitencia. Pues en cuanto salgamos de este mundo no podremos ya confesar, ni hacer penitencia [2]; es decir, cumplir cualquier “reato de pena”.

ORÍGENES (186-254), discípulo de los discípulos del Señor, afirma que “cuando pasado este siglo, habremos llegado al fin de la vida, entonces seremos quemados, bien por el fuego de los dardos del maligno, dondequiera que estemos, bien por el fuego divino (pues nuestro Dios es fuego que consume)”[3]. No admite intermedio o espera purgatorial

SAN CIPRIANO (200-258), “Una vez salidos de este mundo, ya no habrá lugar para la penitencia, ni efecto alguno de satisfacción[4] ¿Más claro? Está dentro del período de Tradición Apostólica.

 

5.- Tras el Decreto de Milán, promulgado por el Emperador Constantino el Grande en 313, se ponen de moda Jesucristo, su madre, María de Magdala, los Apóstoles  y cuanto rodea a la nueva religión del Estado. Y surgen las inevitables novelas bajo diversos nombres como los (falsos) Evangelios, las Cartas de Apóstoles y otras.

Posteriormente, sin crítica histórica ni literaria, en muchos casos se les acepta como verdaderos e influyen en los tratados de Teología, como expositores de una tradición oral de la fe. Así por ejemplo, aquello del Prefacio de la Misa: “´ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones y potestades” se pensaba eran de Dionisio el Aeropagita, discípulo de San Pablo. Hace bastantes años que se descubrió pertenecen a un autor del siglo IV ó V, llamado Dionisio, probablemente obispo, que novela diciendo haber presenciado la Crucifixión y mantenido contacto con los Apóstoles, etc.

            Comentando al texto citado antes de San Mateo, algunos teólogos muy posteriores piensan que puede haber un doble perdón: en este mundo y en otro. Así San Gregorio Magno (540-604). De ahí otros, muy tarde, pasaron a llamarle Purgatorio. Lo del fuego está basado en una falsa interpretación, fuera del contexto de las palabras de San Pablo a los Corintios, que hemos visto antes. En todo caso opinión o filosofía personal de unos hombres, no revelación divina.

            Los teólogos posteriores al siglo IV que hablan del tema, explícitamente o no, buscan el modo de justificar que se hagan sufragios por los difuntos. Si están en el Cielo ¿para qué? (pues para que rueguen por nosotros: comunión de los santos o para impetrar por ellos ante el Dios Eterno, no temporal). Son elucubraciones  personales, no doctrina revelada; porque la Revelación acabó con la muerte del último apóstol (y esto sí es de fe).

 

6.- En la Iglesia Ortodoxa hay opiniones divergentes entre los teólogos. La mayoría de los últimos siglos niegan su existencia. Y entre los que lo admiten no aceptan fuego alguno, sino que las almas son retenidas en un lugar común y purificadas por medio de los sufragios de los fieles.

  

Resumiendo: Invento de teólogos que, con el tiempo y falta de sentido crítico, fue aceptado y confirmado en el siglo XIII y siguientes como si se tratara de una verdad  de fe.

            Va contra el sentido común. El Dios que Jesús nos muestra en los Evangelios es incapaz de ser tan vengativo y ultra justiciero como el que aparece en algunos libros del Antiguo Testamento. Es más bien influencia del gnosticismo. Y de “buscarle tres pies al gato”

            Es preciso distinguir la almendra (FE) de la cáscara que los siglos han ido engrosando sobre ella (teólogos y costumbres); pues la cáscara suele apartar a los más realistas de aquella. “No se pude hacer comulgar con ruedas de molino 

 

.                                                                                 Tomás Montull Calvo

                                                                       Lr. Y Lic. en s. Teología. Dr. en Filosofía.



[1] “Dejando pelos en la gatera”
[2] Epístola ad Corintios, II, RJ, 103.
[3] In Ieremiam homiliae, RJ 487.
[4] Ad Demegtrium, RJ 560.

martes, 15 de abril de 2014


  P E R F I L

 

TOMÁS MONTULL CALVO, nacido en Ballobar (Huesca) el 21 de diciembre de 1922; hijo de Domingo y Agustina, naturales de Sena (Huesca). DNI 7609066-E, domiciliado en El Catllar (Tarragona), C/ Mestral 89-90 (C.P. 43764), teléfono 977611011. Casado con María Consuelo Angulo Abascal y con hijo Borja Eugenio.

 

Como quiera que tanto mis padres, como mis abuelos y bisabuelos son de Sena y toda mi familia directa lo es también, me he sentido siempre “senense”.

 

Fui religioso dominico desde los 24 a los 49 años y ordenado sacerdote a los 30. La Santa Sede me concedió el indulto de secularización en agosto de 1972.

 

Catedrático Numerario de Filosofía de Instituto Nacional de Enseñanza Media, por oposición libre, el 14 de octubre de 1967. Tomé posesión en el de Tudela (Navarra) el 1 de diciembre del mismo año.

El 21 de febrero de 1968, fui nombrado Jefe de Estudios de dicho Instituto; cargo en el que permanecí hasta el 30 de junio de 1969, en que fui nombrado Director. Permanecí en el cargo durante tres años y tres meses, o sea, hasta el 30 de septiembre de 1972, en que pasé a ser Director en comisión de servicios del Instituto Nacional de Enseñanza Media “Maragall” de Barcelona.  Fui renovado en el cargo durante tres años más, por petición escrita de la totalidad del Claustro. Cesé en el mismo el 30 de junio de 1976. Resumiendo: año y medio Jefe de Estudios y siete Director.

1 de octubre de 1976, fui designado y tomé posesión como Inspector Extraordinario de Enseñanza Media del Distrito Universitario de Bilbao. 28 febrero de 1977, fui nombrado Inspector-Jefe Accidental de E.M. de dicho D.U.  Presentado a oposiciones para Inspector Numerario, obtengo plaza y me quedo en Bilbao, tomando posesión como Inspector Numerario el 1 de octubre de 1977, e Inspector Jefe de Enseñanza Media de todo el País Vasco.

18 julio 1979, nombrado Delegado Provincial de Educación de Cádiz, donde permanezco hasta que ceso para incorporarme el 14 de abril de 1982 como Director Provincial de Educación y Cultura de Tarragona, en cuyo cargo permanezco hasta mi jubilación a los 65 años.

 

Títulos académicos.

 

Licenciado y Lector (profesor) en Sagrada Teología, por la Pontificia Facultad de Teología de San Esteban de Salamanca, el 15 de junio de 1955.

Licenciado en Filosofía y Letras, Sección de Filosofía, por la Universidad de Madrid, con calificación de Premio Extraordinario, el 11 de octubre de 1959.

Doctor en Filosofía y Letras, Sección Filosofía, por la misma Universidad, con calificación de sobresaliente, el 10 de marzo de 1973.

 

Durante cinco años, ejercí la docencia en el Instituto Pontificio de Filosofía de Las Caldas de Besaya (Cantabria), como Profesor de Historia de la Filosofía Moderna y de la Contemporánea (dos asignaturas distintas).

 

Publicaciones.

 

Boletín bibliográfico existencialista”, en “Estudios Filosóficos”, vol. IX, Enero-Abril 1960, pp. 135 a 178. Vol. IX, Mayo-Agosto, 1960, pp. 305-350.

M.F. Sciacca y la edición Marzorati de sus obras”, en “Estudios Filosóficos”.vol. X, Enero-Abril 1961, pp. 125-133.

“Dinámica del saber”, en “Estudios Filosóficos”, Vol. X, mayo-agosto 1961, pp. 271-294.

“Anti-teísmo en Sartre”, en “Ciencia Tomista”, XC, 1962, nº 281, pp. 69-138.

“Maurice Merleau-Ponty y su filosofía”, “Est. Fil.”, Vol. XI, septiembre-diciembre 1962, pp. 3781-413; vol. XII, enero-abril 1963, pp. 81-133.

“El ateísmo de Merleau.-Ponty”, en “La Ciencia Tomista”, XC, 1963, nº 285, pp. 115-181.

“Merleau-Ponty: Fenomenología y Campo Fenoménico”, en “Est. Fil.”, vol. XIII, enero-abril 1964, pp. 41-80.

Merleau-Ponty: ambigüedad existencial del cuerpo”, “Est. Fil., vol. XIII, mayo-agosto 1964, pp. 489-546.

“La tragedia espiritual de Unamuno”, “Est. Fil.”, vol. XIII, septiembre-diciembre 1964,  pp. 489-546.

“La filosofía de Alcorta”,  “Est. Fil.”, vol. XIV, enero-abril 1965, pp. 131-145.

Octava Semana Española de Filosofía”, “Est. Fil.”, vol. XIV, mayo-agosto 1965, pp. 367-374.

La tragedia íntima de Don Miguel de Unamuno”, Barcelona, Editorial Elite, 1973.

viernes, 31 de enero de 2014

ARTE: EL NIETO DE DIOS.


                   ARTE: EL NIETO DE DIOS.

 

            Así lo define el Profesor Maurice de Wulf, en Art et Beauté[1]; porque Dios crea al hombre y éste crea el Arte. O con sus palabras: “el arte ha nacido por el poder creador del hombre, como el propio hombre ha salido de las manos de Dios”.

            Y es que el arte no es copia, ni imitación, sino el fruto de un flechazo que impacta la imaginación creadora del artista y que se va gestando hasta que de forma nítida queda impresa en ella y se convierte en fuerza dinámica que le obliga a poner los esfuerzos de su técnica para plasmarla al exterior. Ni la gestación ni su concreción en obra artística son fáciles. En especial, lo último requiere a veces numerosos ensayos hasta que el artista queda satisfecho de haber creado en el exterior lo que tenía en su interior.

            El gran pintor florentino del Renacimiento Rafael Sanzio[2] decía que antes de fijar su dibujo sobre la tela y de extender sus colores, había concebido en su mente la imagen viva y neta de sus madonas, con todas las expresiones que él quería darles.

            Con otras palabras. El artista, ante una situación, un paisaje, una persona u otro ser cualquiera se siente de pronto impactado; al modo como en vuestra adolescencia experimentasteis vuestro primer enamoramiento. Vino entonces la tensión por la conquista. Lo mismo le ocurre al artista, busca en sí la concreción del ideal y ése va desarrollándose, tomando forma (como el feto en el vientre materno) hasta que llega el momento de madurez, en forma de imagen o sonido ideal, que empuja al artista a ponerlo en práctica, a plasmarlo. Lo que de allí saldrá será algo nuevo: el hijo del artista, su visión de la realidad; ha creado algo que no existía.

            Por eso, cuando de arte se habla precisa distinguirlo de la técnica. Ésta puede realizar obras bonitas, agradables, cómodas, decorativas, mas no crea belleza, que es lo propio del Arte. Nos impacta del tal modo que quedamos absortos en su contemplación o audición; alejados de lo circundante y deleitándolo en nuestro interior. Es lo que experimentáis, por ejemplo, en un concurso jotero cuando surge de pronto aquella jota que embarga de tal modo vuestro ánimo que impone un silencio total en la sala, un recogimiento pleno, boquiabiertos, abstraídos de cuanto os rodea y, al final, un aplauso atronador.  Ese jotero ha creado belleza. Es un artista. Distinto del resto, por buenos que sean.

            Los griegos llamaban poesía a toda creación artística. La palabra procede del griego poíesis: creación, composición y poietés era el creador, autor, poeta. Y siempre se entendía en el sentido de creador de belleza. Con el tiempo, se fue circunscribiendo ese término a lo que hoy llamamos poesía; por lo que no todo conjunto de versos rimados o sueltos es poesía. Para que sea tal ha de crear belleza, ha de conseguir que te impacte de tal forma que te sientas impulsado a releerla, a degustarla.

           

¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas

En mi pupila tu pupila azul,

¡Qué es poesía…! ¿Y tu me lo preguntas?

            Poesía… eres tu.                                    GUSTAVO ADOLFO BECQUER[3]

           

            He aquí un buen ejemplo. Poesía no es sólo que los versos acaben rimados con otros, es algo más. Releed, notad la musicalidad, la ritma y armonía del propio verso en sí mismo. Cambiad una sola palabra por otra de igual sentido y la belleza del verso habrá desaparecido.  Igual nos ocurrirá al leer cualquier poesía de  Rubén Darío, como la siguiente:

 

            La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

Que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave sonoro

Y en su vaso, olvidada, se desmaya una flor.              RUBÉN DARÍO[4].

 

            ¿Cómo crea el poeta? Como cualquier otro artista, aunque con su tonalidad propia.

La génesis de lo que será luego su obra, a veces es larga; en otras, una inspiración repentina. Pero en ambos casos el poema se le destaca nítido en su mente; con palabras ordenadas armónicamente y él lo alumbra, lo hace nacer al exterior tras más o menos largos esfuerzos y ensayos.

            Cuando el poeta escribe porque sí, porque lo desea, pero sin la inspiración de que hablamos, entonces su producto es seco, árido, no se puede paladear.   Leyendo cualquier antología de sus versos se capta enseguida qué poemas son inspirados y cuáles fruto de su esfuerzo personal.  

            Lo mismo acontece con el compositor musical: si la partitura es fruto de esa inspiración, resulta bella; de otro modo seca, entretenida, hasta agradable pero no absorbe, no arrebata. Habrá buena técnica,  no arte.

            A mi entender igual ocurre, por ejemplo, con  los discípulos y colaboradores de Gaudí: edificios bonitos, cómodos, en la línea del maestro, pero les falta el “toque gaudiniano”, aquella chispa propia que los transformaba de técnicos en bellos.

            Llegamos a la pintura. Tenéis ahí dos buenos artistas, que os expusieron públicamente sus cuadros: Jesús Almerge y Serafina  Monter. ¿Recordamos algo?

            Jesús. Llenos de luz y belleza. Pero sus paisajes, basados en la realidad, son  otra cosa que ésta. Ni sus bellos árboles existen realmente, ni sus caminos hacia el Infinito existieron más que en la mente de Jesús. Y éste, pese a ser autodidacta, con buena técnica, supo expresarlos. El los creó. Por eso, de sus cuadros podríamos decir, como el Profesor De Wulf,  que son los nietos de Dios.

            Podría recordaros varios que me impactaron profundamente, pero me limitaré al de su suegro, viejo, enfermo, en un sillón, con una manta sobre sus piernas. En la vida real ¿hay algo más triste y brumoso que un personaje así? Da pena. Pues bien, Jesús lo transforma en paz y serenidad de una larga vida y resulta un cuadro de belleza impresionante, de los que apetece seguir mirando y repasar todas sus partes. Da gloria. Ahí la inspiración de Jesús mostró el inmenso cariño que le tenía. Esto es arte: crear belleza donde no la hay o resaltarla cuando existe.

            Respecto a Josefina, al subir la escalerita que conduce al taller tanto mi sobrina como yo quedamos deslumbrados, nos impresionó de tal forma que nos dejó sin aliento el cuadro que estaba enfrente. Después, uno por uno nos hicieron gozar en grande. Esas expresiones de sus animales, tan humanas, sólo se dan en su mente. Como el hombre y la mujer disco. No existe tal belleza en el mundo, sólo en la imaginación creadora de Josefina. ¡Cuánto cariño les ha de profesar! Deificados.

            Vimos los cuadros de las musulmanas con burka que había pìntado como protesta contra esa ignominia. Mas aquí (recordadlo) la artista que lleva dentro superó a la mujer-protesta, porque los cuadros son tan bellos, absorben de tal modo que sólo se vive eso, mas no la intención con que los hizo.   

            El estremecimiento de placer anímico que produce una obra de arte es tanto mayor cuanto lo es el grado de cultura que sobre esa materia se posee. A mayor sensibilidad artística, mayor deleite.

            Por ello, cuando ante un cuadro, una audición musical, un claustro monacal o un castillo veáis a alguien embebido en su contemplación, por favor, no le distraigáis, dejadlo disfrutar. Como vosotros deseáis que os dejen disfrutar de un buen concierto jotero.

                                                                       Tomás Montull Calvo

                                                                          Doctor en Filosofía.



[1] Institut Supérieur de Philosophie, Louvain, 1943; pág. 36.
[2] Nació en Urbino, 1483 y murió en Roma, 1520. El catálogo de sus obras es muy grande.
[3] Nació en Sevilla, 17 febrero 1836 y murió en Madrid el 22 de diciembre de 1870. Poeta romántico, con sus setenta y ocho rimas y un buen prosista; con sus famosas Leyendas; todas ellas son pura poesía, hasta el extremo de que se afirma que en ellas hay más poesía que en los versos de Zorrilla.
[4] Uno de los más grandes líricos de la lengua española. Nació en Metapa (Nicragua) en 1867. Vivió en varios países hispanoamericanos, en Francia y en España. Murió en 1916. El mismo dio el nombre de modernismo a su estilo y creó una pléyade de imitadores. Tiene:  Azul (1888), Prosas profanas (1896), Cantos de vida y esperanza (1905), Canto errante y Canto a la Argentina; además d esus libros en prosa Los raros (1893) y Peregrinaciones (1901).

lunes, 20 de enero de 2014

LOS NOMBRES DE DIOS EN LA BIBLIA ARAMEA


     LOS NOMBRES DE DIOS EN LA BIBLIA ARAMEA.

            Elohim, con sus varias combinaciones y Yahweh.

            El, es una sílaba muy antigua que se da en todas las lenguas semíticas, para designar a Dios, bien en forma simple, bien en combinación con otras partículas. En sus escritos usaban únicamente las consonantes; luego el “habla” de cada pueblo ponía las vocales. Así no era diferente el Alá musulmán del Illu babilónico o del plural Elohim arameo.

            En nuestras lenguas actuales se dan casos similares. Así en el catalán “ortodoxo” las e y las o átonas se pronuncian de formas distintas a como lo hacen, por ejemplo, los valencianos o los ancianos de localidades de Lérida o del Pirineo.

            Según algunos eruditos, Elohim o Eloím sería usado para designar a Dios en el Antiguo Testamento 2.570 veces. Es el plural de El, que se utilizaba siempre como singular, en el sentido de Divinidad.

            Jesús, en la cruz, usa las palabras del salmo 22: ¡Eli, Eli, lama sabachthani!  (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)[1]. El pueblo había olvidado tanto el antiguo nombre de Dios que pensaban estaba invocando al profeta Elías; pues la i añadida a El equivale a Dios mío.

            Los Patriarcas usaban el nombre de Dios (El) asociado a un calificativo. Así aparecen: El-olam (Dios eterno) en el profeta Isaías[2]; El-roí (Dios de la visión, que lo ve todo) en el Génesis[3], El-shaddai (Dios omnipotente) en el Génesis[4]; El-yon (Dios Altísimo) en el Génesis[5] y en Isaías[6]; así como en todos los textos arameos de la Biblia hasta Moisés; por más que algunos malos traductores los cambien a veces por el de Yahweh, que es posterior.

 

            Yahweh (El que soy, Yo soy).

            El, libro del Éxodo, o sea, el que narra todas las circunstancias de la salida de Egipto por los judíos en busca de la Tierra Prometida, nos cuenta que estaba Moisés apacentando unos rebaños de su suegro en el monte Horeb, cuando vio una zarza ardiendo que no se consumía; al acercarse, oyó que Elohim (Dios) le llamaba por su nombre y le decía: “Yo soy el Elohim de tus padres, el Elohim de Abraham, el Elohim de Isaac, el Elohim de Jacob” que he oído las angustias y dolores de mi pueblo en Egipto y tu te vas a encargar de sacarlo de aquí. A lo que Moisés respondió: “Pero si voy a los hijos de Israel y les digo: el Elohim de vuestros padres me envía a vosotros y me preguntan cuál es tu nombre ¿qué voy a responderles?” y Dios dijo a Moisés: “Yo soy el que soy”. Así responderás a los hijos de Israel: Yo soy me manda a vosotros”. Y prosiguió: “Esto dirás a los hijos de Israel: Yahweh, el Elohim de vuestros padres, el Elohim de Abraham, de Isaac y de Jacob me manda a vosotros. Este es para siempre mi nombre; éste mi memorial, de generación en generación”.[7]

            Quizás nos extrañemos de que Moisés le pregunte qué Elohim (Dios) es él; pues Moisés vivía en Egipto, donde creían en muchos dioses; incluso su suegro era sacerdote de Madián y aunque para él, judío sincero, no había más Elohim que el de Abraham, Isaac y Jacob, quiere saberlo para poder invocarlo ante el Faraón y los israelitas.

           

            Yahweh, El que soy, es la definición perfecta de Dios: el que es, el único que es por sí mismo; los demás, criaturas, lo somos por Él.

            Esto ocurrió unos 1,500 años antes de Cristo. Y ese nombre fue el único que usaron los judíos durante unos mil años; pero ya alrededor del tiempo en que fueron llevados cautivos a Babilonia[8] se prohibió bajo pena de muerte pronunciarlo. El fundamento de esa prohibición sería la superstición, común entre semitas y pueblos circundantes, de que el conocimiento del nombre del dios de otro pueblo daba a sus enemigos poder para ejercer maleficios y vencerlo.

            En consecuencia, cuando los judíos leían la Torah y llegaban al nombre de Yahweh, no lo pronunciaban sino que lo sustituían por el de Adonai = Señor.

            Pasaron los siglos y los judíos se extendieron por todo el mundo griego (diáspora), fundando importantes colonias en las que se olvidó el hebreo y arameo para hablar únicamente la koiné o lengua común griega. Por eso en Alejandría, uno de los centros más importantes, el monarca griego de Egipto Tolomeo Filadelfo (285-247 a.C.) encargó a 72 rabinos venidos de Jerusalén la traducción al griego, que se conoce como la “Versión de los Setenta”. Al llegar al tetragrama YaWH, no lo escriben con las vocales debidas sino con las de AdOnAi (= Señor), de donde salió Yahowah.

            Lo mismo hicieron más tarde (siglos I al X d.C.) los masoretas (= de masora→tradición), que pusieron vocales, signos de puntuación, mayúsculas y minúsculas así como glosas o comentarios al margen de los textos arameos o hebreos; puesto que esos textos carecían de ellos y eran difíciles de interpretar para los que hablaban otras lenguas.

Es precisamente en el año 1518, cuando el abad Pedro Galatino, confesor del Papa León X, lo transcribió como Jehová, que duró varios siglos y aún conservan con tesón ciertas sectas americanas.

Las biblias en castellano lo escriben tal como se pronuncia: Yavé; del modo a como escribimos Jesús por Yahushua.

                                                Tomás Montull Calvo. Mayo, 2010.

 

 

 

 

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[1] San Mateo, 27, 46; San Marcos 15, 34.
[2] Isaías 40, 28.
[3] Génesis 16, 13.
[4] Ibid. 17, 1; Salmo 91, 1.
[5] Génesis 14, 17-20.
[6] Isaí8as 14, 13-14.
[7] Éxodo 3, 4-15.
[8] La segunda deportación fue el año 527. Hubo otras, después de ser asolada Jerusalén y derruido su Templo

martes, 7 de enero de 2014

NEOPLATONISMO Y TEOLOGÍA CRISTIANA.


A las escuelas platónicas y aristotélicas les siguieron  una serie de escuelas menores, acabando por predominar el escepticismo, que duda del valor de la razón, y el eclecticismo, que hace un mescolanza de las diversas teorías. Esto  provocó un cansancio que, en el siglo anterior a la Era Cristiana, hizo que los pensadores dejaran las grandes especulaciones y se centraran en la moral y la religión. Surgieron entonces dos grandes corrientes: la neoplatónica y la pitagórica; si bien con frecuencia mezclaban sus opiniones.

El creador del auténtico neoplatonismo fue el judío Filón de Alejandría (40/30 a. C.- 40/50 d. C.) al intentar conciliar la Biblia con la Filosofía inspirado en Platón y en el estoicismo (cuyo mejor representante es Séneca, en Roma) [i]. Los centros principales serán Alejandría y Roma. He aquí los puntos fundamentales de su Teología.

Dios personal, perfectísimo, autosuficiente y absolutamente simple. Ser por esencia, los demás lo son por Él. Es el Bien en sí y la Belleza en sí. Completamente feliz, infinito y fuera de todo lugar. El contiene todas las cosas. Está en todas partes y en ninguna, pero lo llena todo por medio de sus Potencias. Es incomprensible para nosotros. No podemos llegar a Dios por el raciocinio ni por ninguna otra actividad intelectiva; solamente por medio del éxtasis. Inefable. No hay ningún nombre o palabra que lo pueda expresar. Sabemos de Dios lo que no es, pero no lo que es. Solamente le conviene un nombre, que es el que se dio a si mismo: “El que es” (en la Biblia, a Moisés)[ii].

Los seres intermediarios. Tan grande es la trascendencia de Dios que considera imposible su contacto con el mundo material, porque una acción directa sobre él lo degradaría. Así que introduce una serie de seres subalternos (Logos, Potencias, ángeles, demonios) como intermediarios, servidores, ministros, mensajeros o vicarios de Dios. Por medio de ellos organiza el mundo, lo conserva, lo gobierna y le impone sus leyes y sus castigos.

Sin embargo, dada la imprecisión de sus expresiones, los comentaristas no están de acuerdo en si esos seres son reales y personales o solo atributos de Dios. El conjunto de esos seres intermediarios correspondería al mundo de las Ideas de Platón.

De Dios procede en primer lugar el Logos; personal, inmaterial, distinto de Dios y de las demás potencias; divino, pero no es Dios ni consustancial a Dios, sino inferior y subordinado. Es una imagen de Dios, inteligible, invisible, inmortal. Viene a ser como la sombra de Dios, al modo como el mundo sensible es la sombra del Logos, cuya imagen ha quedado impresa en todas las cosas. Es el lugar de las Ideas divinas en que se hallan los arquetipos de todas las cosas y precontenidos todos los seres particulares. Es la ley universal e inmanente de todas las cosas. El sostén firme y sólido del mundo.

Del Logos se derivan las Potencias o Virtudes: la poética o creadora que corresponde al Demiurgo de Platón y la real por medio de la cual gobierna el Logos todas las cosas. De éstas se derivan otras, que derivan a su vez en otras en número indefinido, como los ángeles, querubines y demonios.

El mundo ha sido creado con el tiempo. Ambos comenzaron a la vez.

El hombre es un compuesto de cuerpo y alma. El cuerpo procede de la materia; es como la tumba del alma y nos impide ver las cosas divinas. El cuerpo es malo y es malo todo placer que provenga de él. En el alma hay dos partes: una, corpórea, que proviene de la tierra, y que está mezclada con la sangre, y otra que proviene del Logos, que es un soplo divino, una emanación de la divinidad, en la cual se halla la inteligencia (nous) y la voluntad libre. Es una especie de semilla divina. Esta parte superior se separa del cuerpo después de la muerte y retorna a su estado primitivo. En el alma distingue, como los estoicos, ocho potencias: entendimiento, cinco sentidos, la palabra y la potencia generativa.

Para liberar al alma es preciso despreciar al cuerpo y someterlo a un ascetismo riguroso, que la purifique de todo contacto con las cosas de la tierra. Cuatro grados: 1º) Liberarse de las impresiones falaces y relativas de los sentidos. 2º) Liberarse de las pasiones y del apego a los placeres sensibles. 3º) Elevarse por encima del raciocinio discursivo, ya que es insuficiente para llegar al conocimiento de Dios. 4º) A Dios se llega mediante la fe mística, el don de la profecía y la intuición en el éxtasis pasivo. En el éxtasis el alma es arrebatada de “furor divino”, llevando al hombre a un estado semejante a la embriaguez, con la pérdida de la conciencia personal. En esto consiste la suprema felicidad que puede lograrse en esta vida (¿creéis estar leyendo a nuestros místicos de todos los siglos? ¿halláis algún vestigio o posible origen de esto en los Evangelios o en las doctrinas de los Apóstoles?) .

 

Escritores cristianos.

Padres apostólicos. Llamados así porque son los discípulos de los Apóstoles o los discípulos de éstos; poseedores por ello de una tradición oral muy reciente, sin las tergiversaciones que da la distancia temporal. No hacen Teología. Se limitan a explicar las enseñanzas de los Evangelios y epístolas de los apóstoles, junto con las aclaraciones que hicieron esos discípulos[iii].

Anuncian la Buena Nueva, la Nueva Alianza de la Humanidad con Dios a través del único mediador: Jesucristo, Logos encarnado, igual al Padre, Dios de Dios; creador, por quien todas las cosas fueron hechas[iv]. Como Padre es providente, ya que cuida no sólo de las avecillas y flores del bosque sino especialmente de cada hombre. Somos sus herederos.

Es inmanente al mundo en cuanto que “en Él vivimos y nos movemos y existimos… porque somos linaje suyo”[v]. Quiere que todos los hombres se salven[vi]. Dios es Amor, por ello el único mandamiento es el del amor para con Dios, el prójimo y nosotros mismos. Sumamente misericordioso. Uno y Trino; si el Logos contiene las Ideas de todas las cosas y la Creación se hizo a través de Él, el Espíritu Santo es la fuerza que vive en nuestros corazones y nos impulsa a creer en El.

Es sumamente justo, ya que “dará a cada uno según sus obras”[vii], “pues en Dios no hay acepción de personas”. Aún más, San Pablo enseña que “en verdad, cuando los gentiles guiados por la razón natural sin Ley  cumplen los preceptos de la Ley, ellos mismos, sin tenerla, son para sí mismos Ley. Y con esto muestran que los preceptos de la Ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia”[viii]  

Como observaréis, nada de Plotinismo. El Dios cristiano no está alejado de los hombres. Tampoco es el Dios “temor y temblor”, “toma y daca” del judaísmo. No necesita de intermediarios. El ha creado todas las cosas. Es Amor. Es providente.

Padres apologetas. A mediados del siglo II, escritores como San Irineo, San Hipólito y Tertuliano se lanzan a defender el Cristianismo frente a las herejías que acaban de surgir y a los autores romanos que se burlan de él.

En el siglo III reaparece con fuerza el neoplatonismo y nacen los evangelios apócrifos, especie de novelas imaginadas e inventadas por sus autores en defensa de teorías más o menos heréticas[ix].

Los Padres apologetas de los siglos II, III y primer tercio del IV[x] utilizan el neoplatonismo para demostrar la racionalidad de su exposición de la doctrina cristiana, Para ello echan mano de nociones filosóficas como esencia, sustancia, persona, relaciones, etc. Comienza la Teología. Su propósito es convencer de que la plenitud de la verdad se halla en Cristo y en el Evangelio.

Esos conceptos filosóficos eran los adecuados en el tiempo para una mejor comprensión de los principios y doctrina cristiana, pero la Teología llegó de tal manera a imponerse que los santificó de modo que, con frecuencia, superó y aún negó las enseñanzas apostólicas, justificando hechos tales como las crueles persecuciones de los llamados herejes; en nuestros lares las de los cátaros o albigenses; defendiendo a los cuales, por ser sus vasallos, murió nuestro Pedro II, que se había hecho vasallo a su vez del Papa; las barbaridades de las Cruzadas, de los Autos de Fe de la Inquisición, de los cismas de las iglesias de Oriente; del índice de Libros Prohibidos; de las condenas de ciertos avances de la Ciencia, como en el caso de la doctrina de la evolución; la tergiversación tradicional de la libertad de conciencia, etc. Todo ello “en el nombre de la Sma. Trinidad…” como se formulaban las condenas

A partir de nuestro siglo XVII, con el Racionalismo surgió una nomenclatura filosófica distinta, que la Teología católica no ha asumido aún y que le ha llevado a hacer condenas ridículas de los grandes filósofos por no haber entendido lo que sus palabras significaban.

Volvamos a nuestros Padres Apologetas. Con toda su buena intención, fruto sin duda de sus reflexiones filosóficas dentro del neoplatonismo, crean “realidades” nuevas que, quizás puedan ser verdaderas, pero que no están en la doctrina revelada. Así con la cuestión del “Verbo iluminador”, San Justino, primero, Clemente de Alejandría y Eusebio después, amparados en la idea del Logos divino que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, enseñan que la razón de cada hombre es una participación de la Razón divina. Cada hombre ha recibido una partecita de la “razón seminal”. Toda alma lleva en sí misma alguna participación o semilla del Logos divino (¿Platón?¿Plotino?)

Dentro de esa línea, San Clemente de Alejandría (145-215) se extiende largamente sobre la gnosis, a la que define como una iluminación, una comprehensión, un estado habitual de contemplación , un conocimiento a la vez intuitivo y afectivo de los secretos de Dios y del Logos.

Orígenes (185-253) explica que las almas humanas son espíritus que se alejaron de Dios y fueron encerradas en cuerpos materiales y groseros. Sin embargo conservan un recuerdo de su estado primitivo, que no se borra por completo por su unión con el cuerpo; reminiscencia que es el principio de su liberación, ya que se puede esforzar por liberarse del cuerpo. Algo, pues, que el teólogo añade a la Revelación y que si pudo ser admitido favorablemente en un ambiente neoplatónico no es más que pura elucubración humana. 

.Tras el Edicto de Milán (año 313) dando carácter oficial al Cristianismo, viene el Concilio de Nicea (año 325) en el que se ajustan los artículos fundamentales de la fe, en uno de los símbolos (credos) existentes y que coincide con el llamado de los Apóstoles, siglo I y que parece era el que se usaba en Roma y Jerusalén para la recepción del bautismo.

Surgen diversas escuelas que hacen Teología, con doctrinas que son especulaciones humanas, no divinas; de las que unas han desaparecido y otras aún subsisten. Así, en la de Cesarea de Palestina, el Obispo Nemesio acepta la preexistencia de las almas, al modo de Platón. San Basilio (330-379) de Cesarea de Capadocia, que Dios creó al mundo con el tiempo o el tiempo juntamente con el mundo. San Gregorio de Nisa (333-395): el hombre es el rey de la Creación, superior a todas las cosas creadas y síntesis de todas sus perfecciones; un microcosmos que encierra en sí las perfecciones de todos los elementos del mundo material.

El Corpus dionysiacum, tuvo gran repercusión en la Edad Media porque se creía de San Dionisio Aeropagita. Según la crítica es de alrededor del año 500. Su autor es probablemente un monje sirio o un obispo muy ortodoxo e ilustrado. Esos escritos fueron admitidos como auténticos por primera vez en 533, en un coloquio en Constantinopla y en todo Oriente por la autoridad de Máximo Confesor. En Occidente aceptados por los papas San Gregorio Magno y San Martín I, quien los citó como autoridad en el Sínodo de Letrán de 649. “Para marcar su carácter apócrifo –escribe Gilson- se ha tomado la costumbre de denominar  su autor como el Pseudo-Dionisio… recientemente se ha propuesto denominarlo Dionisio el Místico”[xi] .

El autor se presenta como si fuera el discípulo convertido por San Pablo en el Areópago, y como heredero de una doctrina secreta reservada a unos pocos iniciados. Pretende haber presenciado en Heliópolis el eclipse de sol en el momento de la muerte de Jesucristo y de haber asistido al tránsito de la Virgen María (a los Cielos) y conocido en aquella ocasión a San Pedro, Santiago y los demás apóstoles.

Después de afirmar la gran trascendencia de Dios respecto del mundo, su unidad en la Trinidad y de que es indefinible por nuestros conceptos humanos, ya que está siempre más allá de todos ellos; que es el principio y fin de todas las cosas, expone los dos mundos:

El celeste: tres jerarquías angélicas, cada una de las cuales se divide en tres sectores distintos, componiendo un total de nueve coros:

a)    Serafines, querubines y tronos, que solamente contemplan a Dios.

b)    Dominaciones, virtudes y potestades, que tienen cuidado del mundo en general.

c)    Ángeles, arcángeles y principados, que cuidan de los hombres en particular.

            Esta concepción se mantuvo en el Prefacio de la misa hasta la reforma litúrgica del Vaticano II. Era especulación humana y durante siglos se nos la hizo pasar como verdadera y casi de fe, cuando en verdad carece de todo fundamento en el Nuevo Testamento.

            En el mundo terrestre se da también una jerarquía ordenada. El ser, el bien, la belleza y la luz van descendiendo de grado conforme se comunican a las naturalezas inferiores.

            Su mística tiene tres grados, al modelo del neoplatonismo: 1º) Purificación sensible, de los sentidos y cosas sensibles, negación del concepto corriente de Dios; lleva al silencio místico. 2º) La iluminación, por la que el alma entra en comunicación con el mundo celeste, recibiendo ya una comunicación o un reflejo de Dios. 3º) La perfección, unión o santificación. El alma sale de su oscuridad y se une plenamente por el amor al inefable. Una íntima unión con una luz sublime, que irradia sobre el alma y la hace capaz de sumergirse en las profundidades insondables de la Divina Sabiduría.

            En la Edad Media se le traduce, comenta y se le incorpora a las llamadas “Sumas Teológicas”. Lo consideran autoridad máxima en ciertos problemas teológicos como los atributos divinos, la angelología, el problema del mal, etc. Y especialmente en todos los tratados de mística. Una vez más y durante siglos se confunde la obra humana con la Revelación. Se construye todo un edificio teológico sobre arena.

            Lo mismo acontece con otros venerables escritores que dan por cristianas sus elucubraciones o sueños teológicos más o menos concebidos como desarrollo de doctrinas neoplatónicas., y que pese a no estar dentro de las enseñanzas evangélicas y apostólicas han acabado muchas veces en lo que se ha llamado Tradición cristiana.

                                                                                   Tomás Montull Calvo.

                                               Lr. y Lic. en S. Teología. Dr. en Filosofía

 



[i]Fray GUILLERMO FRAILE, Historia de la Filosofía, I. BAC, Madrid, MCMLVI; pág. 670.
[ii] FRAILE, o.c., pg. 676.
[iii] De ese tiempo son la epístola de San Bernabé, San Clemente Romano, el Pastor de Hermas, San Ignacio de Antioquía, San Policarpo de Esmirna, el Símbolo de los Apóstoles (que usaba la iglesia romana nuestro Credo corto), la Didaché (manual de instrucción para los catecúmenos), siete cartas de San Ignacio de Antioquía, escritos de Papías obispo de Hierápolis. Todos dentro del siglo I, salvo El Pastor de Hermas que es el año 144.
[iv] Evangelio de San Juan, Prólogo: “Al principio era el Logos, y el Logos estaba en Dios y el Logos era Dios. El estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres
[v] Hechos de los Apóstoles 17, 28.
[vi] I Timoteo 2,4.
[vii] Romanos 2, 6; 11.
[viii] Ibid., 14-15
[ix]  Como la nota en un trozo de papiro recién descubierto, del siglo IV, que habla de la “esposa de Jesús”.
[x]  Concretamente, hasta el Concilio de Nicea, de 325.
[xi] E. GILSON, La philosophie au Moyen Age,  p. 80.